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Monos al ritmo de Barry White: los macacos demuestran que pueden seguir el compás de la música

Un estudio con primates desafía la teoría dominante sobre los orígenes evolutivos de la vocalización humana

Tres macacos juegan juntos en el Pico León de la Montaña Amarilla (China) después de días de nieve.Foto: Getty Images | Vídeo: EPV
Patricia Fernández de Lis

Hacer música, y disfrutarla, parece una actividad eminentemente humana. Cantamos, tocamos instrumentos, bailamos, aplaudimos, movemos la cabeza y marcamos el ritmo con los pies casi de forma instintiva cuando escuchamos una canción que nos gusta. La comunidad científica ha debatido desde hace casi cien años, cuando lo planteó Charles Darwin, si esta habilidad es exclusivamente nuestra o si otros animales también la poseen. Ahora, un equipo de investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ha demostrado que los macacos pueden sincronizar sus golpes con el ritmo de canciones reales, incluso eligiendo hacerlo espontáneamente cuando no es necesario para obtener recompensa. El hallazgo, publicado este jueves en la revista Science, contradice la influyente hipótesis del aprendizaje vocal, que sostiene que solo las especies capaces de aprender vocalizaciones complejas —como los humanos y algunas aves— pueden percibir un ritmo musical, y sincronizarse con él.

El experimento se realizó con dos machos de macaco adultos que habían sido previamente entrenados para golpear una superficie al ritmo de metrónomos. Se llaman Gilberto y Tomás. Los investigadores los condicionaron después para que golpearan siguiendo el ritmo subjetivo de tres canciones diferentes, con tempos de 129, 82 y 68 pulsaciones por minuto. Las canciones se seleccionaron por tener un ritmo bastante claro y porque los oyentes humanos pueden entender dónde cae el compás. Se trata de You’re My First, My Last, My Everything de Barry White, A new England de Billy Brag y la danza renacentista Passe & Medio/Den Iersten Gaillarde de Josquin des Prez. Y Gilberto y Tomás siguieron el ritmo.

“Se trata de una idea que tiene 20 años”, explica Hugo Merchant, que ha dirigido el estudio y es jefe del Departamento de Neurobiología del Desarrollo y Neurofisiología de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). Para demostrar que los monos realmente se sincronizaban con características de la música, los investigadores desplazaron la señal visual que indicaba cuándo empezar a golpear. Si los animales estuvieran siguiendo solo la señal visual, su patrón de golpeo no cambiaría. Pero los resultados mostraron que los macacos ajustaban la fase de sus golpes en función de las características de la música.

Quizá lo más sorprendente fue que cuando se permitió a los monos golpear libremente a cualquier intervalo de su elección —sin exigirles ningún tempo específico—, siguieron sincronizándose espontáneamente con el ritmo de la música. Aunque podían obtener recompensa produciendo cualquier intervalo consistente, los animales tendían naturalmente a golpear al tempo correcto. “Presentamos canciones nuevas que nunca habían escuchado a uno de los monos”, explica Vani Rajendran, primera autora del análisis, y también investigadora de la UNAM. “La mayoría de las veces, el macaco escogió el ritmo que realmente lleva la canción. Eso me dice que sí, están entrenados, pero tienen esa capacidad. Una vez que aprenden la regla, la aplican a cualquier canción”.

Los hallazgos cuestionan la hipótesis del aprendizaje vocal, propuesta por el neurocientífico Aniruddh Patel. Esta teoría sugiere que la capacidad de sincronizarse con ritmos musicales está vinculada a circuitos cerebrales que surgieron con el aprendizaje vocal. Los macacos, sin embargo, no son aprendices vocales: las características de sus vocalizaciones no cambian según la experiencia social. Cuando comprobaron de lo que eran capaces los macacos, los científicos se emocionaron “mucho”, reconocen ambos investigadores en una videoconferencia con EL PAÍS.

“Esta investigación es pionera en explorar que los primates no humanos son capaces de sincronizarse a la pulsación de una pieza musical real”, asegura al portal SMC España Ferrán Mayayo, técnico de apoyo en una investigación sobre este asunto a la Universitat Pompeu Fabra. Además, explica que la investigación tiene “una notable relevancia científica, aportando un avance en el conocimiento de las capacidades rítmicas de primates no humanos”.

Asif Ghazanfar, neurocientífico de Princeton, escribe un análisis en el mismo número de Science, donde señala las limitaciones del estudio. “Las habilidades que se observaron no son comportamientos naturales: fueron condicionadas mediante recompensas extrínsecas, no las aparentemente intrínsecas que experimentan los humanos cuando siguen ritmos”, escribe junto al musicólogo Gavin Steingo. Lo compara con un mono entrenado para montar en bicicleta: “Estudiar este proceso no descubriría la capacidad oculta del mono para montar en bicicleta, sino que simplemente mostraría cómo el condicionamiento podría hacerlo adoptar una habilidad humana que se adquirió mediante evolución cultural”.

Merchant reconoce este matiz, pero añade otro, muy relevante: “Los monos no bailan al son de la música como una conducta natural, no es parte de su abecedario de conductas. No es una actividad netamente espontánea, pero toda la maquinaria audiomotora necesaria para generar esta conducta tan compleja existe en ellos”.

Los autores proponen la “hipótesis de los cuatro componentes”, que sugiere que la sincronización del ritmo musical requiere coordinar cuatro procesos: un aparato auditivo que extraiga patrones complejos, un reloj interno predictivo, un sistema motor que responda de manera anticipatoria y, muy importante, un circuito de recompensa. “En el caso de los humanos no solamente es ‘vas bien’, sino ‘qué bonito, me gusta mucho’. Existe un elemento hedonista que no existe en el caso de los monos”, explica Merchant.

Próximos pasos: del laboratorio a la clínica

“Tenemos por lo menos unos diez años de trabajo por delante para tratar de entender todos esto”, explica Merchant. Para él, la importancia del trabajo radica en tener un modelo animal que permite estudiar procesos complejos en un cerebro similar al humano. Mientras, Rajendran, que ya dirige su propio laboratorio tras completar este trabajo, está interesada en las implicaciones clínicas: “Hay enfermedades que tienen que ver con el sistema audiomotor”. Menciona, por ejemplo, una terapia contra el párkinson que incluye poner música a los pacientes, Y funciona: “Pero, ¿por qué cuando escuchan música de repente pueden caminar, pueden bailar, cuando antes estaban con mucho temblor y dificultad de moverse? ¿Cuál es la conexión entre el sistema auditivo y motor? Eso no lo sabemos, y creo que este tipo de trabajo puede ayudar mucho a entender cómo funciona esa enfermedad”, asegura.

Los investigadores reconocen que los macacos no experimentan la música como los humanos. A diferencia de los humanos, que no son entrenados para disfrutar de la música, los monos requirieron meses de condicionamiento. Pero el hallazgo abre nuevas vías para entender tanto la evolución de la musicalidad como los mecanismos cerebrales que la sustentan, con implicaciones que van desde la comprensión de enfermedades neurológicas hasta la demostración de que nunca es tarde para aprender a tocar un instrumento.

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Sobre la firma

Patricia Fernández de Lis
Es redactora jefa de 'Materia', la sección de Ciencia de EL PAÍS, de Tecnología y de Salud. Trabajó 10 años como redactora de economía y tecnología en EL PAÍS antes de fundar el diario 'Público' y, en 2012, creó la web de noticias de ciencia 'Materia'. Colabora con Hora 25 en la SER y escribe, cuando puede, de ciencia, tecnología y lo que le dejen.
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