Una heredera de Disney critica el imperio del entretenimiento en un documental
Abigail Disney expone en ‘El sueño americano y otros cuentos de hadas’, estrenado en el festival de Sundance, la pobreza extrema en la que viven los trabajadores de Disneyland
Para Abigail Disney y sus tres hermanos, Disneyland, en Anaheim, California, era simplemente “el parque”. Iban allí todas las semanas, en familia, a ver a su abuelo Roy O. Disney, cofundador de The Walt Disney Company junto a su más famoso hermano, Walt Disney. En el paseo por aquel lugar de magia, su abuelo saludaba a todos los empleados por su nombre, a él le llamaban Roy y él siempre iba recogiendo la basura que veía por el suelo. “Quiero que la gente sepa que no hay nadie demasiado bueno para recoger basura”, les explicaba a sus nietos mientras lo hacía.
Como heredera Disney, Abigail creció orgullosa de lo que su familia había creado: películas, personajes, cuentos y un lugar como Disneyland, esos parques temáticos bautizados como “el lugar más feliz del mundo”. Pero también creció entrenada para no decir nunca nada malo de la familia o el negocio. Una máxima que cambió para ella en 2018 cuando un trabajador de Disneyland le escribió por Facebook para pedirle ayuda. “Apellidarse Disney es como tener un superpoder raro que no pediste”, dice Abigail, filántropa, activista política y productora de documentales. Ralph se llamaba el empleado y le contó que su mujer y él trabajaban en el parque, como cuidadores, limpiando, y que con los sueldos de ambos no podían pagar una casa y ni siquiera poner comida en la mesa para sus cuatro hijos.
En su trabajo como filántropa y activista, Abigail Disney llevaba años denunciando las desigualdades económicas y la pobreza, pero nunca se había parado a mirar en la empresa familiar, en la que ella nunca ha trabajado, pero de la que vive, en parte, por las acciones. Según ella, seguía convencida de que las cosas en “el lugar más feliz del mundo” aún se hacían como en épocas de su abuelo, en los cincuenta y sesenta, cuando cualquier trabajador de Disneyland podía pagarse una casa, comida y un seguro médico, podía pertenecer a una clase media cómoda. Al conocer a Ralph y a otros trabajadores del sindicato de los parques Disney, se dio de bruces con la realidad: en 2018 el 10% de los empleados a tiempo completo acabaron sin hogar, viviendo en sus coches o en refugios. Les pagaban 15 dólares la hora. Pero en Anaheim se calcula que el sueldo mínimo para vivir sería de 24 dólares. Ese año, Bob Iger, el CEO de Disney, había superado su propio récord personal, embolsándose 65 millones de dólares entre salario y bonus. “Dicho de otra forma, un cuidador de Disneyland tendría que trabajar 2.000 años para ganar lo que gana Iger en un día”, apunta.
En ese momento decidió convertirse en el altavoz y plataforma de los trabajadores de la empresa familiar y contar su historia a través del documental The American Dream And Other Fairy Tales (El sueño americano y otros cuentos de hadas), estrenado esta semana en el Festival de Sundance, codirigido junto a Kathleen Hughes. “Estaba tan enfadada con la realidad. Sabía que pasaba en muchas empresas en América, pero imagino que siempre pensé que nosotros seríamos mejores que ellas”, lamentó la heredera Disney en Sundance. “Había una historia que contar, no solo la disonancia de que los trabajadores del lugar más feliz del mundo durmieran en sus coches, sino también qué ha pasado con la clase trabajadora americana en los últimos 50 años. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?”.
Al poco de arrancar el rodaje del documental, Abigail Disney inició una campaña pública reclamando más impuestos para los más ricos, con un Tax Me More (Pónganme más impuestos) como lema en el que ella también se incluía. Y en una entrevista televisada, cuando le preguntaron por el sueldo de Bob Iger, sin haberlo preparado, soltó: “Ni Jesucristo vale tanto dinero”. Las redes sociales se le echaron encima, animándola, llamándola hipócrita, criticándola. Pero insistiendo sobre su mensaje consiguió llegar hasta el Senado para reclamar una ley que limitara “la ambición corporativa” y los sueldos de los altos ejecutivos. En la sesión, la tildaron de “socialista” y “marxista”. Según dice en la película, el lobby de Disney había hecho su trabajo antes de que ella llegara.
En la película intercala los testimonios de estos trabajadores de Disneyland que viven de prestado y consiguen la comida en bancos de alimentos, golpeados más aún con la pandemia, con entrevistas a economistas y periodistas para analizar la degradación y la pérdida de poder de la clase trabajadora y el perverso lado del sueño americano, cuyo origen señalan en el lema “la avaricia es buena” del economista Milton Friedman y la era Reagan, que le dio poder al mercado libre quitándoselo al Gobierno. Disney lo compara con la gestión “ética y con valores” de su abuelo, quien, dice, cobraba solo 78 veces más que el sueldo más bajo de sus empleados. “Nuestro abuelo no lo habría hecho”, afirma junto a su hermana, quien le recuerda que si Bob Iger gana tanto es porque accionistas como ellas han visto más beneficios en los últimos años.
Desde su posición delicada, por el apellido Disney y tener una “situación privilegiada”, como admite en el filme, Abigail acaba dirigiéndose a Bob Iger, pero no haciéndole el responsable definitivo. “Quizá no sea nuestra culpa, pero sí nuestra responsabilidad”, le escribe.
Babelia
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