Los cerdos del Románico. ¿Torrezno o huevo?
La instalación de naves de cría para miles de gorrinos en un paisaje histórico-artístico es como poner una pocilga en el presbiterio de una catedral
Me sé de memoria lo que tuve que leer en voz alta en 1948 en la escuela pública de Aguilar de Campoo: “¿Qué quieres comer, Juanito, torrezno o huevo?” —preguntaba una madre a su hijo. “¡Torrezno, madre, y encima el huevo!”. Reímos los niños y el maestro nos explicó que en la vida no se podía tener todo a la vez y había que resignarse a comer de lo que hubiera, y que Juanito había tenido la suerte de poder elegir.
En el corazón del Románico palentino, rodeado de un enjambre de iglesias románicas, está el monasterio de San Andrés de Arroyo, Monumento Nacional, habitado desde el siglo XII por monjas cistercienses. No hacían hojaldres ni había turistas en 1873, cuando la techumbre se hundía, las monjas pasaban hambre y la abadesa escribía: “No me queda otro recurso que implorar la caridad, a fin de que no falte a las religiosas un bocado de pan”. Pero el monasterio guardaba una joya: el Comentario del Apocalipsis de Beato de Liébana, de tiempos de Fernando III el Santo, el más tardío que se conoce. Riquísimo en su ornamentación y bellísimo por sus miniaturas. Terminaron por venderlo y es uno de los orgullos de la Biblioteca Nacional de París.
Ahora se pretende instalar naves de cría y engorde para decenas de miles de cerdos en ese paisaje bucólico, histórico-artístico y yo diría sagrado, porque hacerlo allí es como poner una pocilga en el presbiterio de una catedral y pretender que los fieles acudan a la oración. Jesucristo dijo: “No echéis vuestras perlas a los cerdos, no vaya a ser que vueltos contra vosotros os despedacen”. También alumbró la parábola del hijo pródigo, que vendió la parte de la herencia que le correspondía, se fue de casa, malbarató la hacienda y terminó cuidando cerdos. Desengañado de la vida que llevaba, volvió como un mendigo a la casa de su padre. Me imagino a un niño en la ladera del monasterio de Santo Toribio de Liébana a mediados del siglo VIII. “¿Cuidando ovejas, Beato?”, le dicen. “¡No es eso solo, estoy contando los pergaminos que necesita un manuscrito para pintar el Apocalipsis de San Juan!”.
He pasado casi medio siglo recorriendo esos paisajes y sus iglesias. Conozco bien ese monasterio y he conseguido ayudas para reparar sus tejados y para mantener y restaurar las iglesias de la zona, y con ello y la serie televisiva de TVE Las claves del Románico, concienciando a sus habitantes del tesoro que tienen entre manos. Lo he hecho con ellos, creando y fomentando a través de la Fundación Santa María la Real muchos puestos de trabajo en el turismo, la artesanía, la cultura y los servicios, y tratando de implementar otro modelo de desarrollo, siguiendo el ejemplo de Beato, con nuestra Enciclopedia del Románico de la Península Ibérica. ¿Se trata de contar cerdos o de pintar de colores la fantasía?
En 1883 el dilema de las monjas era pan o Beato. En 1948 era torrezno o huevo, y en 2022 el dilema que se nos propone es cerdos o Románico porque no hay modo de cantar maitines en un ambiente de olores nauseabundos. No vendamos de nuevo el Beato, la joya más preciada de muchas bibliotecas, museos y coleccionistas. Allí no caben los cerdos amontonados. Se trata de repoblar con niños y no con cerdos. Y para ello, tal como venimos haciendo, hemos de retener y no expulsar de esos pueblos a sus habitantes, atraer talento, promover y fomentar la innovación y el empleo joven, sobre todo de las chicas, y seguir creándolo en el mantenimiento, conservación y divulgación del patrimonio cultural, en la conservación del paisaje y también en el turismo, en el cuidado de los mayores y en muchas cosas más.
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