Las Descalzas destapan sus secretos
La renovación arquitectónica y museográfica del monasterio madrileño saca a la luz ocho piezas que hasta ahora colgaban en dependencias de clausura
Si el que guarda su boca guarda su alma, como advierten los proverbios bíblicos, la renovación del Monasterio de las Descalzas es una forma de entrega espiritual. El museo madrileño, que gestiona Patrimonio Nacional, reabre tras casi dos años de operaciones que han alumbrado un nuevo montaje museístico, incluyendo la muestra de ocho cuadros que hasta ahora colgaban en dependencias de clausura. Como aquella Anunciación de Vicente Carducho, con copia en el Museo del Prado, en cuyo cielo nublado se abre una herida de luz victoriosa. O esa otra tabla anónima de Santa Gertrudis la Magna vestida con hábito, según los tipos de la escuela barroca española. Imágenes conventuales, en su mayoría, que permanecen en el mismo lugar para el que nacieron.
El público que recorra estas ocho estancias expositivas, distribuidas en torno al claustro de naranjos, advertirá el resultado de una importante inversión. Más de 235.000 euros dedicados a reordenar una colección pictórica que cuenta con casi medio millar de piezas de caballete, 42 de ellas recién restauradas. El velo de Sor Ana Dorotea, pintada por Rubens hacia 1628, ha recuperado un tono tan níveo como el de su tez. Reposa en la sala del Candilón, donde se instalaba la capilla ardiente de las religiosas y que hoy alberga una galería monástica. Desde retratos oficiales hasta otros funerarios o de oficios que cuentan la historia de una institución fundada en 1559 por la regente de España Juana de Austria. Quiso esta hermana del rey Felipe II que se erigiese un monasterio en su casa natal, propiedad de los reyes de Castilla.
Fue Felipe V quien otorgó a sus moradoras la grandeza de España perpetua. Tal concesión ejemplifica el poder político que robustecía a las abadesas. La conservadora de Las Descalzas Ana García habla de un “espacio femenino de espiritualidad, influencia social y mecenazgo artístico”, frecuentado por seglares y religiosas. Algunas de estas mujeres que dominaron el mundo descansan aquí, como Mariana de San José, agustina recoleta y primera priora. También es el caso de la propia emperatriz Juana de Austria, cuyo cuerpo fue trasladado en 1573 desde El Escorial, donde había fallecido, hasta la capilla del presbiterio, dibujada por el arquitecto real Juan de Herrera y que ornamentaron maestros italianos. Nicho y tabernáculo son obra del escultor lombardo Jacome da Trezzo, mientras que el milanés Pompeo Leoni labró en mármol a un orante arrodillado sobre el sepulcro.
Por expreso deseo de la regente, remataba la citada capilla una Oración en el huerto (1607) con la que Guido Reni muestra su devoción por las amplias panorámicas paisajísticas de tradición flamenca. El óleo, sin embargo, ha descendido estos días hasta la sala de pintura del siglo XVI, su “ubicación más coherente”, apunta García. “Queríamos que el público pudiese ver el original de cerca, aunque la idea es imprimir una buena reproducción del cuadro y colocarla allí arriba, para no alterar la voluntad de la difunta”, explica la conservadora. Ciertamente el cambio ha dado más aire al devoto que Reni plasmó de medio lado. Convivirá ahora con el espectacular tríptico de La Virgen del Papagayo, trabajo del autor de Brujas Adriaen Isenbrandt.
El acceso al oratorio sirve para mostrar otras piezas que lucen renovadas: media docena de Sibilas, mujeres que en el mundo clásico gozaron de gran prestigio por su capacidad de predicción. Pertenecen al círculo de Rubens y otros primeros pinceles de Flandes que orbitaron entorno a la corte española. El Salón de Reyes se extiende al otro lado del pasillo, entre las dependencias monacales y los cuartos reales, donde Austrias y Borbones recibieron a embajadores y jefes de estado, altos cargos militares o nuncios. Domina la sala un gran retablo dedicado a Santa Clara, representada en la hornacina central, y atribuido a Giuseppe Cesari. Es la pieza más grande de cuantas se han rehabilitado, como especifica García: “Preferimos no trasladarla a un taller externo y trabajamos sobre ella en el propio monasterio”.
La llamada Sala de Retratos, por su parte, se ha disgregado. “Al estudiar las obras nos dimos cuenta de que otra distribución podría aportar mayor claridad al relato expositivo. Los cuadros de la vida religiosa fueron a parar al Candilón y la galería cortesana se instaló en el Salón de Reyes”, diserta García. El proyecto no solo ha reescrito el discurso pictórico del museo, sino que ha devuelto el brillo a sus elementos arquitectónicos más degradados. Tal es el caso de dos hornacinas que presentaban roces, suciedad superficial y faltas de soporte. Su policromía, como la de otros muchos óleos, vuelve ahora a la vida.
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