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CINE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vividora y misteriosa: gloria a la reina Ava Gardner en su centenario

No protagonizó ningún clásico de la historia del cine, pero su presencia se mantiene inolvidable en películas como ‘Mogambo’ o ‘La noche de la iguana’

Ava Gardner en una imagen de octubre de 1952.
Ava Gardner en una imagen de octubre de 1952.Virgil Apger (Getty Images)
Carlos Boyero

Existe el concepto difícilmente rebatible al hablar de cine de que lo fundamental para hacer grandes películas es la fortaleza y el atractivo de los guiones, que es obligatorio poseer una buena historia y saber narrarla. Es probable que en el escaparate actual, aspirante a que el huidizo público retorne masivamente a las salas, el poder del cine se base ante todo en el esplendor de los efectos especiales, el ruido, el incesante torrente de imágenes clónicas y sonidos machacones, el espectáculo fabricado por computadora. Y no sé si en el cálculo de las productoras todavía le dan alguna importancia a que los espectadores anhelen encontrarse con actores y actrices que les embrujen, de los que resulta imposible apartar la mirada, que les comuniquen sensaciones impagables. En otras épocas fue así. El star system, con todas las miserias que haya podido albergar, ha sido sustituido por la factoría Marvel, sagas galácticas y demás aparatosas naderías. Por mi parte, siempre he buscado en el cine la magia que desprenden determinados intérpretes, gente de la que se enamora la cámara y hace que los mirones compartamos su pasión.

Ava Gardner cumpliría en 2022 un centenar de años. No puedo imaginarme cuál sería su apariencia. Como tampoco concibo a una anciana Marilyn Monroe. De acuerdo, Katharine Hepburn se mantuvo esplendorosa hasta el final. Y Romy Schneider se largó voluntariamente de este mundo cuando su belleza era absoluta. Las variadas tragedias de su existencia habían dotado de algo profundamente conmovedor a su hermoso rostro. Pero yo no recuerdo a ninguna actriz tan guapa como Ava Gardner. Y no solo me hipnotiza su cara, su mirada, su cuerpo, su apabullante sensualidad. También su actitud y su personalidad. Cómo observa, cómo escucha, cómo habla, cómo se ríe, cómo sufre, cómo se mueve esta señora. Respira libertad, descaro, misterio, provocación, humor, fascinación.

Cuentan que en la vida real también fue indómita e imprevisible, que utilizó su fama, su belleza, su dinero, su talento vital para hacer en cada momento lo que le dio la gana. Vivió de espaldas a los tabúes, intentó ser independiente ante las feroces presiones de los estudios. Fue excesiva, bebedora contumaz, nocturna, viajera y libertina. No sé si las academias admiten la palabra hombreriega, pero ella la practicó sin prisas y sin pausas. Vivió, sobrevivió, gozó y sufrió amores duraderos, especialmente un agitado matrimonio con Frank Sinatra (encarnación masculina de las palabras mayores), regido por el compulsivo, apasionado, juguetón y destructivo “ni contigo ni sin ti”. Y, al parecer, nunca desdeñó en los etílicos amaneceres el irse acompañada a la cama de los tíos que le apetecieran. En los últimos años, vivió en Londres apartada de los focos y del cine. Me gustaría creer que no se sentía demasiado sola. Murió con 67 años. Supongo que el hígado y el desgaste existencial le pasaron factura. Bendita sea.

La primera vez que la vi fue en Forajidos, adaptación libre del corto y magnífico relato de Hemingway. Su aparición te corta el hipo. Le buscaba la ruina y la muerte a El Sueco, interpretado por Burt Lancaster. Igual le mereció la pena. Curiosamente, esta mujer y actriz legendaria y que trabajó a las órdenes de algunos directores intocables como Ford, Mankiewicz y Huston no protagonizó ningún clásico de la historia del cine, esas películas imperecederas que permanecen más allá del bien y del mal. Ni Mogambo, ni La noche de la iguana, ni La condesa descalza figuran entre lo mejor que realizaron sus autores, pero la presencia de Ava Gardner se mantiene inolvidable en ellas.

Qué tonto y miope el cazador machote que interpreta Clark Gable en Mogambo. ¿A quién se le ocurre desdeñar a la maravillosa y deslenguada Gardner a cambio de ponerle ojitos a la señora fina y casada que encarnaba de forma muy sosa Grace Kelly? Al final se arregla. También el expredicador atormentado y borracho que interpretaba Richard Burton en La noche de la iguana andaba inicialmente huyendo del encanto de esta diosa. Pero ella no perdía el tiempo, era muy sabia, se ponía ciega de copas y de sexo en compañía de dos musculados nativos que le tocaban las maracas en las playas de Puerto Vallarta. Y elegía mal a su impotente marido, después de haber llegado al estrellato, en La condesa descalza. Su presencia y su actuación en estas tres películas son memorables. Para dejarte colgado con ella a perpetuidad. También trabajó con el desgarrado y lírico Nicholas Ray en 55 días en Pekín. Y estaba muy bien. Pero esa película se limitó a un lujoso y complicado encargo para Ray. Simplemente, la sacó adelante como pudo. Nada que ver con la pasión que volcó en Johnny Guitar, En un lugar solitario, Chicago Años 30 y Los dientes del diablo.

Ava Gardner también realizó películas pretendidamente artísticas, melodramas, grandes producciones que no pasarán a la historia, pero su presencia en ellas te puede dejar hipnotizado. Y qué tristeza la del implacable y pintoresco juez Roy Bean, esperando en vano toda su vida la llegada de su adorada Lillie Langtry en El juez de la horca. Llegará tarde, cuando ya nada es posible, pero la aparición de Ava Gardner es majestuosa. Pues eso, no sé si era una actriz incomparable, pero tengo claro que es la mujer más guapa que me ha regalado el cine.

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