‘Seeing Stars’, apagar las luces urbanas para ver las estrellas
El artista y diseñador holandés Daan Roosegaarde presenta un proyecto para reducir la contaminación lumínica de las ciudades y contemplar el cielo sin comprometer la seguridad
“Apaga la luz y enciende las estrellas”. Suena poético, musical incluso, y es lo que hizo el artista, arquitecto y diseñador holandés Daan Roosegaarde (Nieuwkoop, 42 años) en la ciudad frisia de Franeker, al norte de Países Bajos. Una noche sin nubes del pasado verano, y con el apoyo del Ayuntamiento y la colaboración de Unesco en Países Bajos, mantuvo allí solo las luces urbanas esenciales hasta el amanecer. Sin la barrera de la contaminación lumínica, “surgió el paisaje del cielo que nos acompaña desde siempre y al que no prestamos atención”. Lo dice horas antes de la presentación mundial, este martes, de su nuevo proyecto, llamado Seeing Stars (ver las estrellas), que espera llevar a otras ciudades. Desde Reikiavik a Sídney, y de Estocolmo a Venecia. Un apagón controlado sin comprometer la seguridad ciudadana. La contemplación al unísono del cielo sin quebrar las restricciones de la pandemia, cuando estar juntos es difícil y reunirse supone un reto.
Roosegaarde es una suerte de poeta de la técnica que llevaba tiempo pensando en la declaración de la Unesco, de 2007, en defensa del cielo nocturno y del derecho a observar las estrellas. En que el cielo es nuestro patrimonio común y universal. “Me dije que necesitaba un lugar donde se pudieran apagar las luces para mirar hacia arriba sin barreras”, según explica en una videoentrevista, poco antes de estrenar la película sobre la experiencia, bautizada también Seeing Stars. Es un trabajo que se suma al movimiento informal denominado Cielos Oscuros, promovido por astrónomos profesionales y aficionados para reducir la polución lumínica. El diseñador se centra en recuperar la belleza de la luz estelar y no ha tenido que añadir nada propio. Como él mismo dice: “La luz de las estrellas estaba a un clic de distancia y solo necesitaba convencer a un alcalde de que apagara todas las luces que no son esenciales”. Ha sido una alcaldesa, la socialdemócrata Marga Waanders, y la encontró en esa ciudad de la provincia holandesa de Frisia. Con apenas 13.000 habitantes, Franeker es famosa en todo el país porque alberga el planetario mecánico más antiguo del mundo. Construido por el astrónomo local Eise Eisinga, estuvo listo en 1781. Sin duda, era el lugar adecuado para una empresa como esta.
Prescindir durante unas horas de la iluminación no fundamental precisó de muchas horas de negociación y gestiones. El primer intento se consideró un ensayo. Cuando todo estuvo listo, se apagó de forma controlada la iluminación urbana. “Cuando nuestros ojos se acostumbraron a la oscuridad, volvió el cielo estrellado”, recuerda. “No hizo falta usar telescopios; estaba todo ahí arriba en una velada sin nubes. Vimos estrellas fugaces y filmamos sin ayuda tecnológica adicional. Lo que muestra la película es lo que había”, asegura. Fue un espectáculo que describe “como si fuera una actuación luminosa que tiene lugar cada noche en el cielo sin que reparemos en ella, y que hemos tratado de acercar a las calles de la ciudad. Sobre todo ahora, que estamos metidos en cierto modo en nuestra propia burbuja y más desconectados unos de otros por la pandemia”. Añade que fue “un momento de silencio, de sentirnos en comunidad, y también de admiración”. Cuando amaneció, la gente congregada en Franeker creyó que volvían las luces de la ciudad, pero era la salida del sol.
Hasta la fecha, la mezcla de arte, arquitectura e imaginación aplicada por Roosegaarde a su labor ha dado resultados inesperados para el público. Se ha servido de haces de luces que señalan la basura espacial en órbita alrededor de la Tierra —unos 29.000 objetos de más de 10 centímetros— para alertar sobre la contaminación fuera del planeta. Y con la vista puesta en capturar y transformar esos residuos. Ha construido una torre de siete metros de altura destinada a eliminar las partículas en suspensión de la contaminación urbana. Se llama Smog Free Tower, y ha viajado a diferentes lugares, entre ellos Pekín (China). Ha simulado la subida del mar con luces LED en Waterlicht. Ha iluminado, literalmente, la ruta hacia la agricultura sostenible con Grow, una instalación de luz pensada para favorecer el crecimiento de los cultivos con ayuda de luces ultravioleta, rojas y azules. Se ha inspirado en el cielo estrellado de Van Gogh para crear un camino fluorescente que tiene un revestimiento alimentado por energía solar, y puede brillar varias horas. Está en la ciudad de Nuenen, al sur de Países Bajos, donde vivió el pintor con sus padres entre 1883 y 1885. En marzo pasado presentó Urban Sun, que se propone desinfectar espacios al aire libre con una luz ultravioleta para reducir el riesgo de contagio del coronavirus.
Seeing Stars se lanza ahora, pero el siguiente trabajo de Roosegaarde y su equipo está casi listo. En enero, esperan presentar unos fuegos artificiales orgánicos que no contaminan y producen el mismo efecto visual. Ya los han probado y dice que cumplen las expectativas. Entretanto, le gusta recordar una frase del arquitecto estadounidense Richard Buckminster Fuller, visionario también de la protección del entorno y creador de la cúpula geodésica. Decía esto: “Somos los astronautas de una pequeña nave espacial llamada Tierra”, que es preciso cuidar. Este martes, el diseñador holandés apagará las luces de su estudio, en Róterdam, para contemplar las estrellas y contribuir a la experiencia colectiva que busca. “Ojalá que no haya nubes”, murmura, en su despedida.
Babelia
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