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Entrevista a Daan Roosegaarde

“Nuestras ciudades son máquinas que nos están matando”

Daan Roosegaarde, rompedor diseñador internacional, propugna mejorar la vida con torres que captan la polución o senderos para bicis iluminados por piedras

Daan Roosegaarde, rompedor diseñador internacional, propugna mejorar la vida con torres que captan la polución o senderos para bicis iluminados por piedras.Vídeo: PIM HENDRIKSEN
Anatxu Zabalbeascoa

El diseño es hoy mucho más que idear una silla o una lámpara. Puede ser un sendero para bicicletas construido con miles de piedras que captan la luz solar y la emiten por la noche. O una torre que aspire 30.000 m3 de polución en una hora utilizando solo la energía que necesita una tetera eléctrica. Una bicicleta que traga aire sucio y lo devuelve limpio es lo que el holandés Daan Roosegaarde (1978) —invitado al Madrid Design Festival— se dedica a diseñar. “Viajo mucho y por eso veo mucho. Nuestras ciudades se han convertido en máquinas que nos están matando. No falta ni dinero ni tecnología, pero falla la imaginación. Ese es el papel de los diseñadores: idear propuestas que mejoren la vida”, sostuvo el pasado martes en una entrevista con este periódico.

Formado como arquitecto, Roosegaarde confiesa que fue un mal estudiante: “Me expulsaron dos veces del colegio". Tampoco se sintió apoyado en su casa: “Soy hijo de un profesor de matemáticas que se ha pasado la vida diciéndome que lo que yo quiero no se puede hacer”. Admitido, lo que él quería hacer no es una ciencia exacta. De tan urgente, resulta difícil de concretar: “Quiero que nuestras costumbres y nuestros valores no nos destrocen”. Por eso pensó en el diseño para rehacer el mundo. Y un día encontró el cómo: “Colaborando con las universidades, con la industria y entre las disciplinas…”. A eso se dedica.

La generación de sus padres creció pensando que la competencia espabilaba a la gente generando afán de superación. Él está convencido de que la competencia no busca un bien común sino privado. “Es la colaboración lo que se necesita para llegar a buen fin”. Eso les explica a sus clientes, “muchos políticos y de todas las ideologías”, aclara. “Cuando hablas de un problema tan acuciante y común como la polución, la ideología pasa a un segundo plano”. Ha trabajado en Pekín. “Allí están haciendo en 50 años lo que en Europa tardamos 500 en hacer. Cuando me encargan un proyecto en Europa me preguntan ¿Está seguro de que lo ha hecho antes? Para asegurar el control de riesgos. En China lo que preguntan es si estoy seguro de que es la primera vez. Quieren ser los primeros. Claro que no son perfectos, pero se han habituado al cambio. Saben que las ideas mueven el mundo”.

Entre Róterdam y Shanghái, hoy trabaja con 24 empleados “y con los ciudadanos”. Asegura que las ideas son más potentes que las formas, “cambian la mentalidad de la gente”. Y que el cambio de prioridades está llegando despacio, pero sin vuelta atrás: “El sistema de producción y consumo se derrumba. Hay que reinventar la manera en que vivimos”.

¿Y lo van a hacer los diseñadores? “El nuevo diseño produce más soluciones que dinero. El dinero, lo ahorra. Según la OMS, el coste anual que genera la polución en Pekín es de 260.000 millones de euros. Pagamos un precio desorbitado por un tipo de vida problemático. Vivimos en un sistema económico viejo, basado en el dinero y el tiempo. Necesitamos uno nuevo basado en los valores incuestionables del agua potable, el aire limpio y la energía no contaminante”.

Dan Roosegaarde junto a las cajas de su proyecto 'Smog Free'.
Dan Roosegaarde junto a las cajas de su proyecto 'Smog Free'.PIM HENDRICKSEN

Roosegaarade asegura que estamos ya en una época de transición. “Ni mi pareja ni yo tenemos coche. Eso no era así hace 10 años. El papel del diseñador es acelerar la reconversión del mundo en un lugar sostenible”. Esa nueva figura profesional parece sobrecargada de trabajo: deben detectar los problemas, buscar la solución, idear cómo materializarla y recaudar el dinero para desarrollarla. “El paquete completo es una consecuencia de tener sueños”, sostiene. Por eso, en su estudio hay científicos, ingenieros y biólogos: “Porque los proyectos que pide el mundo requieren unión de conocimientos por encima de especializaciones desconectadas”. “Controlar todos los pasos nos da más responsabilidad y libertad. Si uno es solo poeta se queda sin impacto. Uno debe moverse, pactar, exponerse y, negociar para conseguir".

Explica que ha sido pobre durante años. “Pero creía firmemente en lo que hacía. Eso es otro tipo de riqueza. Ahora tenemos sueldos dignos”. También apunta que con la reinvención del diseño, se reinventan los clientes. No es un individuo que compra una lámpara, son el alcalde de Pekín o el Gobierno polaco. A veces, compañías de infraestructuras de transporte. “Y cuando tenemos una idea que no encuentra financiación, nos hacemos un autoencargo e iniciamos una campaña de recaudación de fondos por Internet. El riesgo es el precio a pagar cuando quieres ser pionero”.

Ambición

¿Qué le hizo creer que un diseñador podría cambiar el planeta? “La ambición de las personas es lo que siempre ha cambiado el mundo. No tengo plan B. Para mí era esto o la locura. Mi trabajo es mi manera de que el mundo tenga sentido. No entiendo el paisaje de polución, atascos y gente solitaria que hemos construido. Por eso intento que lo que hago tenga sentido”.

Con todo, no quiere dibujar un panorama de buenos y malos. Asegura que la industria tradicional no está obsesionada con mantener su producción. La mayoría está dispuesta a cambiar. “Pero muchos no saben cómo”. Cree que los buenos dirigentes se dan cuenta de que deben invertir en nuevas ideas para sobrevivir.

Uno de sus clientes lleva décadas construyendo autopistas. “Nunca se le ocurrió mejorar la relación entre la calzada y el coche con automóviles que se puedan cargar por rozamiento o pavimentos que recojan esa energía. Yo no sé construir autopistas. Pero quien sabe hacerlo a veces está tan centrado en su trabajo que queda atrapado en él. Y no ve más allá”. Él y su estudio empiezan de cero con cada proyecto. No dejan de plantearse posibilidades inexploradas. Aprenden, y afinan.

“Vendemos unos anillos que han capturado contaminación. Valen 200 euros. Son bonitos, pero la gente no los compra para tener una joya más. Los usan para casarse. Para demostrar su compromiso con su pareja y con el planeta porque ese dinero lo dedicamos a construir torres que aspiran contaminación. Vendemos cientos, no miles, porque mantener la producción limitada es lo que los hace especiales”. Cuenta que los anillos generaron mucha discusión en su estudio “¿Quién va a llevar polución encapsulada en el dedo?”. Ahora se venden en los museos. “Hacer de un desastre algo precioso convierte el diseño en magia”.

Del diseño de muebles al diseño social

De Singapur a Dubái y de Milán a Londres, cada vez hay menos ciudades en el mundo en las que no se celebre una semana del diseño. En ese marco, Madrid ha inaugurado su festival con un pie en el establishment —los grandes nombres de la industria: de los Bouroullec o Rossana Orlandi a Jasper Morrison—, otro en la realidad —las empresas productoras y los problemas del mundo— y un tercero en las propuestas transformadoras —el dron Mine Kafon que mapea, detecta y detona a distancia minas antipersona ideado por los hermanos Hassani, dos refugiados afganos—. Este mensaje ecléctico explica que el diseño de hoy no debe encasillarse y sí vincularse más a los cambios que a los objetos para potenciar su capacidad transformadora.

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