Almudena Grandes: vencedores y vencidos
La escritora construyó con un gran trabajo de documentación un relato sobre el sueño republicano, la guerra de exterminio y el terror, pero también sobre los que resistieron con dignidad
Escribía Almudena Grandes en La madre de Frankestein que había construido una novela de ficción sobre hechos reales, que había trenzado “un buen número de historias, algunas falsas y muy hermosas, otras ciertas y mucho más feas”. Preparaba esas historias de forma minuciosa, recopilando biografías en las que los historiadores no habíamos reparado. El sueño republicano, la guerra de exterminio, la intimidación, el terror y el crimen en masa organizado. Y frente a los vencedores todopoderosos siempre estaban los vencidos, las mujeres que resistían, que no doblaban la rodilla, que sobrevivían tragándose su pasado.
Con la narrativa de Almudena decenas de miles de lectores han conocido la historia de España del siglo XX. Sus personajes, principales y secundarios, nunca eran neutros y en ese retrato de la naturaleza humana la historia avanzaba hacia adelante y hacia atrás, con policías y militares represores, el hambre, el dominio eclesiástico, la resistencia armada y las redes de cómplices y delatores.
El Estado de terror franquista, continuación del Estado de guerra, transformó la sociedad española, destruyó familias enteras e inundó la vida cotidiana de prácticas coercitivas y de castigo. Mantener en la cárcel durante tanto tiempo a tantos prisioneros, torturarlos, dejarles morir de hambre y epidemias era el castigo necesario para los vencidos.
Y para las rojas vencidas. En 1940 había en España veinte mil presas políticas. En la cárcel de mujeres de Las Ventas de Madrid, construida para albergar a quinientas presas, había cerca de ocho mil. Los casos de tifus y tuberculosis abundaban. Y decenas de niños estaban encerrados con sus madres.
Ficción construida sobre hechos reales. Almudena rastreaba las investigaciones de los historiadores, las envolvía de angustia y belleza y las convertía en temas cruciales. Frente a esa sociedad que salió del franquismo y vivió en democracia con acusada indiferencia hacia las víctimas de la guerra civil y de la dictadura, desenterró el pasado del que mucha gente quería huir. En una España llena todavía de lugares de memoria de los vencedores, de héroes y mártires de la Cruzada, Almudena rescató a los otros muertos, a los humillados, a quienes escondían sus emociones y secretos.
Y con sus relatos generó un espacio de debate sobre la necesidad de reparar esas injusticias. Muchos de sus lectores se tuvieron que preguntar por qué esas historias de muerte y humillación se habían ocultado. Y conocieron a sus verdugos. Porque escribió miles de páginas para preservar y transmitir la memoria de esas víctimas después de tantos años de vergonzosa marginación.
Frente al olvido de muchos, Almudena escogió el camino de indagar en ese pasado de abusos y atropellos. Lo hizo con arte, pasión, con un conocimiento ejemplar de los resortes de la obra narrativa. Y con belleza. Descansa en paz, amiga.
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