Tristán Ulloa: “Me metí en esto por terapia”
Sigue con el aire de adolescente que aún discute consigo mismo. Ahora ensaya para el teatro ‘True West’, de Sam Shepard, donde es hermano de Pablo Derqui
El actor de Lucía y el sexo (de Julio Medem), de Abre los ojos (de Alejandro Amenábar) o El lápiz del carpintero (de Antón Reixa) pisa la alfombra y parece que el sonido replica su sosiego. Podría pedir el café por señas, es tan silencioso que la suya parece la voz en off de Tristán Ulloa. A sus 51 años no se ha desprendido del aire que lo mantiene como el adolescente que aún discute consigo mismo. Ahora ensaya para el teatro True West (Sam Shepard, adaptada por Eduardo Mendoza) donde es hermano de Pablo Derqui. A ellos y a José Luis Esteban y Jeannine Mestre los dirige Montse Tixé. Son dos hermanos que discuten. Se estrenará en el Niemeyer de Avilés el 11 de diciembre y estará girando al menos hasta que en el otoño de 2022 la representen en el Matadero de Madrid.
Pregunta. Usted tiene cara de hermano.
Respuesta. ¿De hermano mayor, de hermano pequeño?... Tengo sólo un hermano, David, y soy cinco años mayor que él. Nos comportamos como si él fuera el mayor. Lo veo como más sabido. Soy muy lobo solitario, pero cada vez disfruto más del trabajo con buenos compañeros y con la buena compañía.
P. ¿En qué está?
R. Termino el rodaje de una serie americana, Warrior nun, algo así como La monja guerrera, segunda temporada. Y comienzo los ensayos de True West, de Shepard. Pablo Dirque y yo somos amigos, urdimos el proyecto y le propusimos a Montse Tixé (ayudante de dirección de casi todo lo que ha hecho Mario Gas) que la dirigiera… Gas une a una cierta generación, y esta será la primera dirección de Montse. “¿A qué no te atreves a a dirigirnos?”, le dijimos. Casi me arrugo luego, porque es un texto muy complicado. La historia de dos hermanos que se pasan la vida discutiendo. Uno es guionista que vive en Los Ángeles y el otro (que soy yo) es una bala perdida que vive en el desierto. Un decorado y estos dos diciéndose de todo. Una comedia muy ácida, y al tiempo es un drama.
P. ¿Se ha visto en esa tesitura, discutir con otro o con usted mismo de esa manera?
R. Cada vez más. Con los años uno no quiere tener tantas cosas que guardarse y tiene más necesidad de expresar lo que siente. A veces es doloroso, te produce luego tanta cercanía con aquel con el que has discutido. Cada vez me cuesta más callarme ante una persona que me importa.
P. ¿Cómo le ha afectado a su manera de actuar su manera de ser?
R. Me metí en esto por terapia. Tenía un problema de abrirme a la gente. Aun hoy me atrevo a hacer cosas en la escena que no haría en la vida común. He aprendido más de como soy trabajando que siendo como soy.
P. Trabaja muchísimo…
R. Va por épocas. Durante la pandemia se me cayeron tres o cuatro proyectos… Estamos hechos a la incertidumbre en este oficio. Sin hijos, sin otras responsabilidades, lo puedes soportar. Pero cuando veo las orejas al lobo me pregunto qué voy a hacer con dos niños en casa y con dos mil euros en la cuenta. Al final pides prestado y sales.
P. ¿Cuáles han sido las peores orejas del lobo?
R. Las que se refieren a la salud. La covid, que me atacó al principio, en marzo de 2020. No fui muy consciente de lo mal que estaba. Carolina, mi esposa, se dio cuenta y me mandó en un taxi al hospital. Había perdido once kilos en diez días. Ella llamó a un amigo, Jesús Garrido, médico en urgencias del Infanta Leonor. Era una raspa, se me veían las costillas. Una neumonía bilateral. Había gente en los pasillos, tirada por los suelos, yo estaba tiritando en una silla…
P. Era la realidad…
R. Eso de que la realidad supera a la ficción… Parecía que estaba en un set de rodaje, la figuración muy bien puesta, esperando que alguien dijera: “Corten. Ha valido”.
P. Parece tan sosegado. ¿Cuándo fue la última vez que gritó?
R. Hace un par de horas. Grito mucho, gracias a mi trabajo. En la vida, alguna vez con mis hijos: “¡Coño, parad, la hostia!”. En el escenario puedes hacer cualquier cosa. Es fantástico. Uno libera mucha endorfina.
Babelia
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