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El enigma del pasado ruso de Gala, la musa de Dalí

Una exposición en San Petersburgo explora la figura de Elena Diákonova, que agitó el surrealismo europeo en el siglo XX

Visitantes al lado de imagen de Gala en la exposición 'Leda Atómica y otras representaciones de Gala en las obras de Salvador Dalí'.
Visitantes al lado de imagen de Gala en la exposición 'Leda Atómica y otras representaciones de Gala en las obras de Salvador Dalí'.
Javier G. Cuesta

En el castillo con el que Dalí rindió vasallaje absoluto a su amor hacia Gala existe una alegoría del gran misterio que queda de la musa del surrealismo europeo: sus raíces rusas. En Camino de Púbol (1973), una Gala vestida de marinera y otra de Virgen María en su asunción al cielo conviven en un escenario onírico coronado por las cúpulas de una iglesia ortodoxa. Elena Diákonova Gala (Kazán, 1894- Cadaqués, 1982) había abandonado su tierra 57 años antes por amor para recalar en París. Jamás regresó, pero de la educación que recibió en su juventud y de su pasión por los escritores rusos nació la figura que agitó a los vanguardistas europeos. Ahora, una muestra del Museo Fabergé de San Petersburgo dedicada a Gala es el preámbulo de una investigación para despejar las muchas incógnitas que quedan sobre su pasado en Rusia: el de una niña educada por una familia de la intelectualidad moscovita prerrevolucionaria que se convirtió en pionera del arte europeo tras la Primera Guerra Mundial.

“Hemos planteado la exposición como una oportunidad para poner el foco sobre Gala y pedir que Rusia investigue en sus archivos. Todavía quedan muchas lagunas”, explica Montserrat Aguer, directora de los museos de la Fundación Gala-Salvador Dalí y comisaria de la exposición temporal abierta en la ciudad del Nevá junto con la organización The Link of Times, que busca retornar a su tierra “obras de significación cultural e histórica para el pueblo ruso”. Leda Atómica y otras representaciones de Gala en las obras de Salvador Dalí, que se mantendrá en San Petersburgo hasta enero de 2022, es la tercera muestra de ambos en la Rusia moderna. La última tuvo un final abrupto en marzo del año pasado por el coronavirus, un triste colofón para una de las exposiciones más exitosas de los últimos años con medio millón de visitantes.

La idea inicial había sido abrir la muestra con un estudio sobre Gala, pero se pospuso por la pandemia. La investigación, no obstante, ya está en marcha, confirma Aguer. La pesquisa, señala la experta, es clave para desentrañar la influencia de su formación rusa en los círculos artísticos de la musa: “Su escritor favorito era Dostoievski. Gala pasó su juventud rodeada de libros y nunca perdió el contacto con los escritores rusos”.

Su vocación literaria se conoce gracias a un diario personal hallado en el castillo de Púbol dos décadas después de su muerte. Si aquello fue tildado de golpe de suerte pese a la conservación de su último hogar, la investigación rusa tiene la dificultad añadida del ostracismo al que fue relegada Gala tras la Revolución Rusa. En 1922, el año en el que se constituyó la Unión Soviética, la artista ya era famosa en Europa. Fue la única mujer retratada por (su amante) Max Ernst en Au rendez-vous des amis, una pintura que aglutinaba a la entonces vanguardia del surrealismo europeo, con Giorgio de Chirico y André Breton, entre otros.

Vetada por los soviéticos

Después conocería a Dalí, con quien firmaría a medias obras imperecederas del siglo XX. Sin embargo, Gala murió antes de llegar a verlas expuestas en su tierra natal. Como otros artistas, la pareja estuvo vetada durante medio siglo por componer “arte degenerado”, como lo definieron las autoridades soviéticas. Hubo que esperar hasta 1988 para que el Gobierno de Mijaíl Gorbachov sacase a Dalí “de la zona de silencio” a la que había sido recluido, según recoge una crónica de agencia Associated Press de la época.

En Rusia, Gala no es Gala. Es Galá, palabra aguda y con una ele oscura. “Aunque le pusieron de nombre Elena Diákonova, su madre siempre quiso que se llamase Galochka, Galina... y ella se presentaba en sociedad como Galá”, explica Anastasia Voropayeva, experta del Museo Fabergé. Además de contar con unas 60 obras prestadas por la fundación, la exposición también exhibe varios objetos personales de Gala que evidencian su vinculación con el folklore ruso. Entre ellos, una caja adornada con extractos de varios cuentos, una gorra negra estilo shliapka, una horquilla para el pelo y su espejo de mano favorito.

Un espejo que perteneció a la artista.
Un espejo que perteneció a la artista.

Una pista para desentrañar el pasado de Gala son sus estudios en el instituto femenino M. G. Brukhonenko, donde conoció a la célebre poeta Marina Tsvetáieva a través de su hermana y amiga Anastasía. Cuando de niñas hablaban sobre su futuro, Gala escuchaba a la escritora “como si bebiera un agua viva”, según recuerda Anastasía Tsvetáieva en sus memorias; y la poeta le dedicó uno de sus primeros poemas, Madre en el jardín (1910). Censurada también por el estalinismo, Marina acabaría suicidándose en 1941 tras el fusilamiento de su marido, el escritor y espía de la NKVD Serguéi Efrón.

En cualquier caso, Gala nunca perdió su vínculo con la literatura rusa tras abandonar su país en 1916. Tras la Segunda Guerra Mundial, y con Stalin en la cumbre de su poder, la musa del surrealismo ayudó a los escritores rusos que vivieron las estrecheces del exilio en Europa a través de María E. Zetlina, secretaria de la revista neoyorquina New Review. Entre los nombres hallados en su correspondencia se encuentran Pável Murátov y Teffi, seudónimo de Nadezhda Alexándrovna.

“Gala no era una persona ordinaria, tenía una gran energía. Ponía orden en el hogar y liberaba a Salvador Dalí de todas sus ocupaciones para centrarse en su obra, pero tampoco se olvidó de ella misma”, afirma Voropayeva, experta del museo Fabergé, quien destaca que fue una persona muy activa: “Probó suerte en la literatura y escribía poemas al mismo tiempo que encauzaba el genio de Dalí. Participaba en el proceso creativo de las obras; se encargaba de la organización de sus exposiciones y de la venta de las piezas”.

Explosión atómica

En el centro de la muestra se exhiben tres obras representativas de la trayectoria de Dalí: Galarina, Leda Atómica y Galatea de las esferas, pintadas a lo largo de los ocho años que vivieron en EE UU tras estallar la guerra en Europa. Si Galarina es un homenaje al clasicismo y a Rafael, Leda Atómica es el summum de su obsesión por el nuevo mundo que despertaron las explosiones de Hiroshima y Nagasaki. El artista llegó a afirmar que esta pintura de su fase místico-atómica fue su primera obra maestra. En ella, Gala es la reina espartana Leda en el momento que es seducida por Zeus oculto como un cisne. Todos los objetos flotan y guardan una distancia proporcional unos de otros en una exhibición de geometría clásica. Y en Galatea de las esferas Dali profundiza en su interés por la fusión atómica descomponiendo el retrato de Gala al estilo de los puntillistas.

Otro momento de la exposición.
Otro momento de la exposición.

El cartel promocional de la exhibición tapa los pechos de Leda Atómica con sus letras estratégicamente colocadas, pero dentro de los muros del museo no existe la censura con algunos desnudos explícitos. Los visitantes disfrutan de esa libertad. “Aprecio ese carácter, es signo de una gran personalidad, algo que valoras en un gran artista”, afirma Marina Abraminka, quien subraya que “Gala es un orgullo nacional” para los rusos, “la musa de un artista excelso del siglo XX”.

A pocos metros de las vitrinas donde se guardan con celo estos utensilios y sus famosas cartas del tarot, se exhibe el último cuadro que pintó Dalí de ella antes de su muerte. Los tres enigmas gloriosos de Gala, una troika de rostros recostados en un desierto donde dos figuras, la mujer lectora y el artista pensativo, permanecen distanciados. “No es posible decir cuáles son los tres enigmas, esto quedó en secreto para Dalí y su mujer”, señala Voropayeva. Descifrar el cuarto, la juventud de Gala, queda en manos de Rusia.

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