La fotografía a pie de calle de Pilar Aymerich logra el premio Nacional
Fotoperiodista barcelonesa de 78 años, su trabajo, implicado en la realidad desde el tardofranquismo, ha tenido su escaparate en numerosos medios de comunicación
El fotoperiodismo, las imágenes tomadas en las calles para contar la realidad, han tenido por fin su recompensa en el Premio Nacional de Fotografía, que ha concedido este viernes el Ministerio de Cultura a Pilar Aymerich, barcelonesa de 78 años, cuyas instantáneas han tenido el escaparate de numerosas publicaciones. El jurado del galardón, dotado con 30.000 euros, ha reconocido a Aymerich por “una trayectoria en el ámbito de la fotografía a pie de calle, desarrollada a partir de los setenta, que plantea cuestiones acuciantes en la realidad social y política tardofranquista, que aún hoy son de relevancia. Una obra que germina desde una noción ética en la que la fragilidad es el punto de partida de una narración fotográfica”. Es la quinta mujer, de los últimos seis premiados, que obtiene este reconocimiento. “Sigo haciendo fotos, es lo único que sé hacer. Mis padres no me dejaron herencia, pero me dejaron una salud de hierro y seguiré hasta que me muera”, ha declarado por teléfono a EL PAÍS.
Para Aymerich, el premio supone “un reconocimiento a una profesión de 50 años y también al fotoperiodismo, que ha sido la hermana pobre de la fotografía, ha habido siempre la idea de dejarlo de lado”, ha añadido. “Podemos ver la realidad a través de los ojos de las personas que tienen esta profesión, pero tú retratas tu realidad, no la realidad. Se trata de hacer una síntesis que te permita explicar una historia, y lo más importante en todo ello es no mentir”.
Aymerich (Barcelona, 1943), de la que adquirió una serie de imágenes en 2018 el Museo Reina Sofía, iba encaminada al principio, sin embargo, al teatro. Estudió en una escuela de arte dramático y se marchó a Londres precisamente para perfeccionar sus estudios teatrales. “Era 1967, pero llegué y vi las manifestaciones contra Vietnam, la época de los Beatles... había una efervescencia que entendí que era importante reflejar”. Aymerich recuerda, divertida, lo que decía su padre de ella cuando era pequeña: “La niña mira mucho, pero habla poco, es como un mochuelo’. Así que yo decidí que tener como profesión ser un mochuelo estaba bien. Los mochuelos ven de noche y ven lo que otros no ven”.
Tras ampliar conocimientos técnicos en París, inició su carrera en 1968, en Barcelona, en la agencia CIS. La situación política y social en la España del final de la dictadura fue el escenario perfecto para mostrar sus trabajos en publicaciones como Triunfo, Destino, Cambio 16, EL PAÍS y, en otros registros, Fotogramas y Qué Leer. “Cuando volví, había que retratar la realidad porque la imagen es algo que a las dictaduras les da miedo. Tras la muerte de Franco, había todo un país pidiendo sus derechos y había que salir a la calle”. Ese compromiso con el reporterismo gráfico “es para siempre”, agrega. El último ejemplo es su presencia hace unos días en la protesta de fotorreporteros y periodistas frente a la Delegación del Gobierno en Barcelona por el juicio al fotoperiodista de EL PAÍS Albert García.
Ella ha estado en primera línea en huelgas, manifestaciones, protestas… con un estilo, según el jurado, que supone “una deconstrucción radical de la práctica del fotorreporterismo moderno: primero se mezcla con el ambiente, entiende la situación y luego la fotografía”. Aymerich lo explica de forma más sencilla: “Yo llegaba dos horas antes de las manifestaciones, miraba por dónde venía la luz, estaba pendiente para encontrar el ambiente preciso”.
Su otro gran compromiso ha sido con las mujeres, ya en una época en la que eran insólitos los planteamientos feministas. “Declararte feminista en los setenta era complicado, había mujeres a las que les daba miedo decirlo. No éramos muchas, pero es que no se contemplaba la libertad de las mujeres, que sufrían la dictadura especialmente”.
Su carrera incluye, además, su magnífica mirada como retratista. “Es algo intimista, una agresión, porque te llevas algo de la persona, subyugas al otro”. Echando la vista atrás, aunque fotografió a toda la intelectualidad catalana, se queda con el retrato que hizo a tres hombres desconocidos. Tres catalanes deportados al campo de Mathausen que estaban hablando con Montserrat Roig para una investigación de esta periodista y escritora. “Yo estaba en casa de Montserrat, pero no hice en ese momento la foto, pensaba en cómo podía retratar el horror que habían vivido. Me fui y encontré un descampado con una pared. Entonces volví y les pedí que fueran y se pusieran en fila, tal y como lo tenían que hacer en el campo de exterminio. Les cambió la cara”.
Su obra, unos 80.000 negativos, está conservada hoy en el Archivo Nacional de Catalunya. “Como no tengo hijos, es importante que este retazo de la historia que he retratado quede en un sitio que lo cuide, y que sea un derecho público a la información”. En paralelo, ha desarrollado una labor como docente en el Instituto de estudios fotográficos de Cataluña.
El jurado del premio, presidido por la directora general de Bellas Artes, María Dolores Jiménez-Blanco Carrillo de Albornoz, ha tenido como vicepresidenta a la subdirectora general de Museos Estatales, Mercedes Roldán Sánchez, y ha estado integrado por Ana Teresa Ortega Aznar, galardonada en 2020; María Rosón Villena, investigadora y docente del Departamento de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid; Alberto Anaut, presidente de PHotoEspaña y director de La Fábrica; Elvira Dyangani Ose, directora del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba); Jorge Ribalta, artista, editor y comisario; Rubén H. Bermúdez, fotógrafo y cineasta, y Mireia Sentís Casablancas, fotógrafa y escritora.
Babelia
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