La tumba asturiana del soldado desconocido
Un equipo de arqueólogos halla en una sima el cuerpo y las armas de un guerrero del siglo I a. C., pero no puede determinar si pertenecía al ejército romano o al cántabro
Hace ahora un año, en una campaña de intervención arqueológica en la sima de La Cerrosa-Lagaña, en Peñamellera Baja (Asturias), un grupo multidisciplinar de expertos españoles y estadounidenses halló un sorprendente conjunto de armas fabricadas al inicio de la romanización de la Península, entre los siglos III y I a. C. Estaban junto a los restos de un guerrero y fueron allí depositados tras la muerte natural, violenta o ritual de este. Los arqueólogos Susana de Luis Mariño, Mariano Luis Serna Gancedo y Alfonso Fanjul han analizado estas piezas y acaban de publicar sus resultados en el estudio La panoplia de finales de la II Edad del Hierro de la sima de La Cerrosa-Lagaña. ¿Un conjunto asociado a las guerras cántabras? Lo intrigante del caso es que no se puede determinar si se trata de un soldado cántabro o romano, cuyos respectivos ejércitos lucharon por el control del norte peninsular entre el 29 y el 19 a. C. Los destacados objetos exhumados pueden pertenecer a cualquiera de las dos culturas.
“Las razones por las que las tropas romanas integraron las armas indígenas entre su panoplia”, se lee en el informe, “son variadas: las notables coincidencias de sus capacidades y empleo, su conservación a modo de trofeo o bien que eran encargadas a artesanos locales”, porque salían más baratas que las traídas de Roma y eran los propios legionarios quienes tenían que pagarlas. Todo, además, en mitad de 10 años de guerras y con las legiones lejos de su lugar de origen, “hace que sea muy difícil atribuir autoría o propiedad a las armas hispanas de este periodo”.
Los arqueólogos consideran el yacimiento de La Cerrosa-Lagaña, que se sitúa en la desembocadura del río Deva y tiene unos 60 metros de longitud, “como uno de los enclaves subterráneos más ricos de la fachada atlántica asociado a la Segunda Edad del Hierro e inicios de la romanización”. Una relevancia que se incrementa al ser un espacio que cuenta con restos humanos de varios individuos.
La investigación permite documentar dos claros momentos de uso de la sima: durante Primera Edad del Hierro (siglos VII-V a.C.) y un periodo que va del III a. C. a las guerras cántabras, si bien no se descarta una posterior utilización en las siguientes centurias. Del primer momento se han hallado dos cráneos de mujeres jóvenes, restos de fauna, un punzón de hueso y cerámicas elaboradas a mano, posiblemente también asociadas a este momento. Del segundo, se ha exhumado al citado guerrero acompañado de sus armas y adornos, “que destacan por la calidad de su factura”, explica Susana de Luis Mariño, codirectora de la intervención y conservadora del Museo Arqueológico Nacional.
Pero además de estos vestigios, se han desenterrado restos cerámicos y faunísticos que “podrían estar relacionados con un uso ritual de la sima en un contexto de conflicto armado”. Es decir, se trata de piezas, continúa De Luis, “de un ritual funerario o de un sacrificio”, aunque no descarta que puedan formar parte del asesinato de un enemigo.
Hay que tener en cuenta que los momentos de crisis social y un contexto bélico como las guerras cántabras ―el emperador Augusto movilizó un ejército de 70.000 hombres para acabar con las revueltas― propician el aumento de los rituales a las divinidades.
En el artículo, los arqueólogos van detallando los elementos encontrados: cinco lanzas de hierro, un cuchillo del mismo material, la vaina de un puñal de bronce ―semejante a los conservados en el Römisch-Germanisches Zentralmuseum, de Leibniz (Alemania)―, placas de bronce decoradas de un cinturón ―parecidas a las que Adolf Schulten halló entre 1906 y 1912 en los campamentos romanos de Numancia― y elementos de caballería, como camas de freno de bocado, “propias del ámbito romano”, o una navaja de afeitar.
Por ejemplo, las placas de cinturón son muy similares a las halladas en otros yacimientos con presencia militar romana. En cambio, el puñal de filos curvos o la navaja son más propios de contextos funerarios indígenas. “Las panoplias en la Antigüedad, con independencia del pueblo al que pertenezcan, eran entendidas como un símbolo de personalidad asociado a su portador, una muestra de prestigio social, poder y riqueza vinculados a lo guerrero y que se hacen visibles en el acto de deposición de las mismas. Actos que pueden incluir rituales sangrientos de animales, cuyos restos también son depositados”. De hecho, se han hallado 807 restos pertenecientes a 12 bóvidos y 11 ovicaprinos, además de cuatro caballos y algunos cerdos.
Por tanto, los expertos creen que la panoplia de armas y los huesos de animales conforman “la evidencia de un ritual con ofrendas o dádivas alimenticias”. No menos de 80.000 indígenas, según algunos autores, fueron presos o muertos en solo 10 años de lucha.
Los investigadores, que volverán en octubre próximo a la sima ―el hallazgo de un casco o de una espada podría adelantar la resolución del enigma―, esperan tener en breve los resultados del laboratorio y las pruebas de ADN, que está realizando en Estados Unidos Carles Lalueza-Fox, uno de los mejores especialistas del mundo. Entonces sabrán mucho más sobre la dieta de la época y si el soldado que descansa en la sima desde hace más de 2.000 años era cántabro o romano.
Babelia
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