Secretos de la Deichman Bjørvika de Oslo, la mejor biblioteca del mundo
Knut Skansen, director del hoy considerado equipamiento público de lectura más sobresaliente, cree que estos centros “no deberían usarse como una atracción turística más”
Está entre los cinco destinos indispensables de Noruega y protagoniza reportajes monográficos en las revistas de viajes más reputadas. Es la Biblioteca Deichman Bjørvika de Oslo, muy cerca del fiordo de la capital, al lado del no menos monumental edificio de la ópera y a 300 metros del inminente museo dedicado a Edvard Munch. Su director es Knut Skansen, el mismo que el de las otras 22 bibliotecas públicas de la ciudad, tiene 13.500 metros cuadrados (la Jaume Fuster, de las más grandes de Barcelona, bordea los 5.600) y se inauguró en junio del año pasado, en plena pandemia. Y, aun así, la mitad de quienes entraron ya eran visitantes más que usuarios. “¿Turismo bibliotecario? Quizá, pero lo importante es que la gente, especialmente los jóvenes, la ven, entran y luego vuelven a utilizarla ya como biblioteca; hoy hay que envasar la cultura y la lectura de una manera distinta”, razona Skansen, uno de los invitados estrella del VI Fórum Edita que se celebró la semana pasada en Barcelona.
La Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas (la prestigiosa IFLA) ha elegido el centro la mejor biblioteca pública del mundo. Amén de por la sostenibilidad en su construcción y mantenimiento, se la reconoce por otros criterios impensables como elogios no hace tanto: tiene un cine, un auditorio, hay talleres para aprender a coser, tocar el piano, trabajar e imprimir en 3D y un estudio para grabar podcasts... “El bibliotecario ha sido un sector muy conservador hasta hace una década; aún se conciben las bibliotecas como centros para guardar colecciones, donde una persona pregunta si tenemos un libro, nosotros lo buscamos y se lo damos y ella sale y se va con él. Hemos de luchar contra esa mentalidad y cambiarla completamente, porque hace ya un tiempo que nuestro oficio no va de eso”.
Esa concepción antigua, según Skansen, aún perdura, por ejemplo, en la arquitectura: “Todavía se diseñan bibliotecas como hace un siglo, lo ves al hablar con arquitectos: piensan mayormente en lugares para almacenar y hoy deben imperar los espacios de participación y creación, donde los bibliotecarios pasamos a ser también anfitriones, ayudando a la gente a saber qué quiere hacer”. Sostiene su tesis con cifras: hace siete años que las bibliotecas públicas de los barrios de Oslo han iniciado un proceso de renovación de sus antiguas salas de lectura y de su enfoque y “los usuarios han aumentado un 40%”. Casi uno de cada cuatro acude de siete de la tarde a once de la noche, horas de apertura sin personal, donde la gente accede con su tarjeta y puede autoabastecerse por la alta tecnificación de los centros: “La gente demanda más autoservicio de lo que creíamos”, alerta. En cualquier caso, cree, “se trata de que vean la biblioteca como un espacio abierto, una extensión de tu casa… Muchos de ellos son nuevos usuarios… Hemos de ser más listos que antes: competimos por el tiempo de ocio de los jóvenes y hemos de saber atraerles porque una vez que estén ahí ya tendremos el libro a punto y pueden convertirse en lectores de verdad”.
La mayoría de estas nuevas bibliotecas son catedrales culturales, con una iconografía espectacular, pero portadoras de un arma de doble filo: atraen mucho turista y generan notables costes de mantenimiento. Skansen es consciente. “La mayoría de estos edificios son fruto de la voluntad política para explicar y dinamizar económicamente una ciudad, pero los políticos han entendido, al menos en Noruega, que también solucionan problemas sociales, son espacios únicos donde la gente puede cambiar literalmente su vida”. Conoce el peligro: “Siempre hay que vigilar que todo el dinero no se vaya en la arquitectura, en el edificio, en vez de a las funciones y contenidos de la biblioteca”.
El bibliotecario ha sido un sector muy conservador hasta hace una década (...). Hemos de luchar contra esa mentalidad y cambiarla completamente porque hace ya un tiempo que nuestro oficio no va de esoKnut Skansen, la Biblioteca Deichman Bjørvika
En su caso, el presupuesto anual es de 40 millones de euros, a los que, por el momento, el centro solo debe aportar 1,5 millones. De nuevo, cambio de perspectiva. “Necesitamos recursos propios que por ahora sacamos del alquiler de espacios pero hay que buscar soluciones imaginativas, como instalar una librería dentro de la biblioteca”, expone. Una idea esta que no siempre es bien entendida en el sector del libro. “Formamos parte del mismo ecosistema, necesitamos trabajar juntos”, lanza Skansen, si bien reconoce que las relaciones con los libreros y los editores no son muy fluidas, especialmente con los últimos por las licencias digitales de los e-books. “Si no nos facilitan más el acceso perderemos a una generación de lectores entera, algo aún más peligroso en Noruega porque los jóvenes, que usan mucho lo digital, saltan fácil al inglés”. El experto reclama, al menos, que los editores “abran más sus libros de fondo, los de más de dos años desde su publicación; no destruiremos el mercado”, insiste.
Nuevos perfiles de bibliotecarios
También parece tener claro el perfil del nuevo bibliotecario que requieren los tiempos. “A pesar de la automatización de algunas funciones, los necesitamos más que antes, pero con más especialización, porque saber cómo catalogar es hoy relativo con las nuevas tecnologías”. Y enumera: “Unos, con una competencia digital muy alta; otros, que sean buenos conocedores de la literatura, muy especialmente de la nacional, y unos terceros hábiles en la gestión de eventos, programas, debates…”. Él mismo resume la filosofía: “Antes, un bibliotecario era como un viejo carpintero, que igual sabía hacer un armario que una puerta; hoy se requiere más especificidad”. De las cerca de 300 personas que trabajan en la Deichman Bjørvika, la mitad son bibliotecarios, que entre otros fondos gestionan medio millón de libros físicos, de los que solo una cuarta parte, admite, circula asiduamente.
Para Skansen, habría que centrarse más en el fondo que en la forma. “Las bibliotecas son plataformas democráticas para el debate y la cultura pública; nosotros no pedimos casas caras, son los políticos los que las piden”. Y quien fue antes director de hotel, alerta ante tentaciones futuras: “Una biblioteca no puede ser solo un edificio turístico; a los políticos les pediría que, si quieren en sus ciudades otra atracción turística, por favor, no utilicen para ello las bibliotecas”.
Babelia
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