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Ideas
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El bibliotecario de Oxford avisa: protejamos los libros. Por lo que pueda ocurrir

La lucha por el poder político y la religión han impulsado la destrucción de valiosos archivos a lo largo de la historia, escribe para ‘Ideas’ Richard Ovenden

Bibliotecario Oxford
La biblioteca de Holland House, en Kensington (Londres), tras el largo bombardeo alemán de octubre de1940.Central Press (Getty Images)

Desde hace varios años, el conocimiento tiene un papel fundamental en la lucha contra los principales problemas que afronta el mundo. La idea de que el clima ha llegado a una situación de crisis debido a las acciones de la humanidad se topó con el rechazo de los negacionistas, pero ha quedado demostrada por los científicos que examinan largas series de registros climáticos —documentados, por ejemplo, en los archivos que se conservan en la región francesa de Borgoña desde hace más de seis siglos—. Esos datos muestran que las fechas de la vendimia se volvieron erráticas desde hace 50 años. El referéndum del Brexit en el Reino Unido y las elecciones presidenciales de EE UU en 2016 fueron momentos trascendentales que tuvieron profundas consecuencias para la vida de miles de millones de personas. Ahora sabemos que los resultados de ambas consultas estuvieron muy tergiversados por la manipulación de los datos personales procedentes de las redes sociales y otras fuentes en internet a través de las actividades de la compañía Cambridge Analytica. El Gobierno británico presionó de forma desmesurada con su política migratoria a miles de ciudadanos, obligándoles a probar su derecho a permanecer en el Reino Unido. Son los integrantes de la llamada “generación Windrush”, formada por caribeños que llegaron a la isla tras la II Guerra Mundial. Por si fuera poco, el departamento gubernamental responsable destruyó deliberadamente los registros que podrían haberles ayudado a defender su situación.

Las primeras comunidades que se establecieron en nuestro planeta ya eran conscientes del valor del conocimiento. Las civilizaciones antiguas de Mesopotamia fueron las primeras en desarrollar la costumbre avanzada de conservar registros en los archivos y almacenar textos en bibliotecas. El rey Asurbanipal de Asiria comprendió el poder que podía conferirle una biblioteca casi universal y se propuso obtener documentos de las bibliotecas de sus enemigos, a las que enviaba a agentes suyos para que se los llevaran a su gran biblioteca de Nínive. También las fuerzas británicas pusieron el énfasis en el conocimiento cuando asediaron Washington en 1814, la nueva capital de las antiguas colonias norteamericanas de Gran Bretaña. La Biblioteca del Congreso, una fuente importante para los legisladores y sus funcionarios, se quemó cuando incendiaron la ciudad, un acto que, según un oficial del Ejército británico presente en aquel momento, “fue algo de lo que arrepentirse”. Todas las potencias europeas trataron sus archivos coloniales con la misma crueldad a medida que sus antiguas colonias adquirieron la independencia en el siglo XX. “No hay poder político sin poder sobre el archivo”, escribió Jacques Derrida en 1995, algo que las potencias imperiales, tanto antiguas como modernas, han comprendido a la perfección.

El poder político siempre ha sido una motivación para la destrucción del conocimiento, pero antiguamente también lo era la religión. Tras la Reforma protestante del siglo XVI, las bibliotecas medievales de Gran Bretaña acabaron diezmadas debido a agresiones por motivos religiosos. Algunos arrancaron las páginas de valiosos libros para malvenderlas y solo fue posible conservar unas pocas gracias a monjes y monjas que consiguieron huir y a los “anticuarios”, historiadores aficionados que eran conscientes del valor de los conocimientos antiguos. Las colecciones que crearon estos últimos sirvieron de base para muchas de las grandes bibliotecas de estudio de Europa, entre ellas la Biblioteca Bodleiana de Oxford (de la que soy el vigesimoquinto director desde que se fundó en 1600). Los protestantes no tuvieron el monopolio de los ataques contra el conocimiento: la Liga Católica se apoderó de la famosa Biblioteca Palatina de Heidelberg en 1623 y se la ofreció como regalo al papa Gregorio XV. Esta gran colección protestante sigue siendo hoy una de las joyas de la Biblioteca Vaticana.

El Holocausto del siglo XX incluyó el que tal vez fue el ataque más coordinado contra el conocimiento de toda la historia. Se calcula que fueron destruidos más de 100 millones de volúmenes de bibliotecas y archivos judíos. El deseo de los nazis era erradicar todas las huellas de su existencia, un genocidio cultural iniciado el 10 de mayo de 1933 con la quema masiva de libros en Berlín que sirvió de preludio al genocidio humano posterior. La ofensiva nazi contra el conocimiento judío no solo incluyó la destrucción masiva de bibliotecas y archivos, sino también el robo de libros y documentos, en un intento de convertir el conocimiento en arma, como había hecho Asurbanipal más de 2.000 años antes. Como reacción, los judíos, desde Rusia hasta Francia, arriesgaron y perdieron la vida para preservar los libros y, con ellos, la memoria de su cultura. Se encontraron montañas de documentos cuidadosamente protegidos entre las cenizas de los guetos de Vilna, Varsovia y otros lugares europeos, pero el alcance de la destrucción y los robos fue tal que todavía hoy, muchas décadas después, se siguen devolviendo los libros supervivientes a sus legítimos dueños o sus descendientes.

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El brutal vínculo entre el genocidio cultural y el genocidio humano no terminó en 1945. En las guerras posteriores a la división de la antigua Yugoslavia, las fuerzas serbias hicieron todo lo posible para erradicar la cultura de la multiétnica Bosnia, especialmente con el bombardeo de la Biblioteca Nacional de Sarajevo en 1992. Menos conocido es el saqueo de los archivos provinciales para eliminar todas las huellas históricas de la posesión legítima de las tierras por parte de los musulmanes, un aspecto especialmente siniestro de la variante serbia de limpieza étnica. Hoy se sigue juzgando y condenando todavía a algunos de los dirigentes militares y políticos serbios de ese periodo en el Tribunal Penal Internacional de La Haya.

En el siglo XXI, el predominio de las grandes empresas tecnológicas, las superpotencias privadas de nuestros días, ha creado un nuevo campo de batalla por el conocimiento. A medida que las redes sociales y las plataformas de comercio digital han construido amplias bases de clientes, el sistema de “capitalismo de vigilancia” ha empezado a ser una amenaza para la base misma de nuestra sociedad democrática. Si la sociedad no reacciona ante estas amenazas, el conocimiento que produzcamos en nuestras vidas digitales puede acabar esclavizándonos. Y las bibliotecas y los archivos, con las debidas ayudas, podrán ser nuestra salvación en las batallas que nos aguardan.

Richard Ovenden dirige Bodleiana, la principal biblioteca de investigación de la Universidad de Oxford. Este es un ensayo, escrito para ‘Ideas’, al hilo de la publicación de su libro ' Quemar libros. Una historia de la destrucción deliberada del conocimiento’ (Crítica).

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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