Los cerdos se comen la historia
Los arqueólogos reconstruyen una batalla entre británicos y franceses en 1811 en Salamanca gracias a las balas encontradas en el campo, pero el ganado engulle los proyectiles y dificulta la investigación
El 23 de abril de 1811, las tropas británicas y francesas se enfrentaron en el municipio de Gallegos de Argañán (Salamanca) en un combate en el que ambos ejércitos se dispararon miles de balas que quedaron, junto a botones y restos de armas, sobre el campo de batalla, junto al puente de Marialba, a orillas del río Azaba. Ahora la revista Gladius, del CSIC, publica un informe donde se reconstruye cómo fue la lucha, los abundantes materiales bélicos recuperados por el proyecto Campos de batalla en Gallegos de Argañán, y donde se deja constancia de que el ganado que pasta actualmente en el lugar ―cientos de ejemplares de cerdo ibérico, vacas, jabalíes o corzos― está ingiriendo proyectiles y diversos elementos de los uniformes y armamento de los contendientes.
Los especialistas calculan que los animales ya han arrasado más del 20% del yacimiento. No obstante, la cooperación con el centenar y medio de propietarios de las reses y de los terrenos prospectados (4,5 kilómetros cuadrados) “es excelente”, explica el arqueólogo Clemente González García. “Todo el mundo colabora de manera altruista. Los dueños nunca nos ponen problemas y eso que nuestra actividad es invasiva. Por eso, la hacemos en agosto, cuando molestamos menos. Si el ganado se come las balas, qué le vamos a hacer, ya las expulsarán por ahí. Somos capaces de distinguir cuáles han ingerido”, se consuela.
El informe Franceses contra británicos en el puente de Marialba. Historia y arqueología de un episodio de la Guerra de la Independencia en Gallegos de Argañana, de Clemente González García, reconstruye un enfrentamiento que dejó “varios miles de objetos metálicos y, en concreto, una gran concentración de proyectiles esféricos en torno al puente de Marialba”. Las concentraciones de disparos de diferentes calibres ―ambos ejércitos utilizaban armas distintas― han facilitado identificar los emplazamientos de las tropas. Sin embargo, el paso de los animales dificulta las labores de los especialistas. “Los cerdos detectan el olor del azufre de la pólvora, aunque hayan pasado 200 años de la batalla, y escarban hasta encontrar el proyectil, al estilo de lo que hacen con las trufas. Para ellos es irresistible”, asegura González. Cuando extraen del suelo la bala, la muerden con fuerza buscando el supuesto líquido que contiene. “Como no sale nada, lógicamente, la escupen o se la tragan y la expulsan mucho después a uno o dos kilómetros del lugar, lo que modifica los resultados”, admite el experto. Por eso, los arqueólogos no tienen en cuenta en sus informes los proyectiles con supuestas marcas dentales: dos de cada 10.
El informe de González recuerda que la “actividad bélica durante la Guerra de la Independencia en la provincia de Salamanca alcanzó niveles de enorme intensidad. Los dos asedios de Ciudad Rodrigo o las batallas de Tamames, Fuentes de Oñoro o Arapiles constituyen algunos de los más destacados episodios de esa larga y cruel contienda”. En juego estaba que los franceses pudieran dominar Portugal, donde se concentraban los soldados británicos que intentaban tomar España.
Y es que, además de grandes batallas, también hubo combates breves, de pocas horas, que “no causaron cifras tan elevadas de bajas, pero sí un continuo goteo de muertos y heridos”, como en el caso del puente de Marialba donde se enfrentaron la División Ligera del general inglés Robert Craufurd y unidades francesas.
Los resultados de la segunda fase del proyecto, que comenzó en 2018, ha permitido documentar 3.780 proyectiles esféricos, 382 monedas, 117 botones y numerosas piezas de origen romano en el entorno del asentamiento de Marialba, una pequeña población que en el siglo XIX contaba con poco más de una veintena de vecinos.
El 5 de abril de 1811 la vanguardia del 2º Cuerpo francés llegó a Gallegos ―a 10 kilómetros de Ciudad Rodrigo― para vigilar los caminos hacia la portuguesa Almeida, en ese momento asediada por los ingleses. Los militares de Napoleón fueron tomando los diversos pueblos y zonas altas de la comarca: el mariscal Mássena acampó en Carpio y Marialba y el general Loison cubrió las alturas de Ciudad Rodrigo. La principal preocupación de Mássena era obtener víveres para su ejército, ya que la falta de forraje provocaba, por ejemplo, que murieran más de 700 caballos cada 15 días. Almeida, al tiempo, seguía bloqueada y esperando socorro.
El día 23, el general Marchand salió de Ciudad Rodrigo con 2.000 infantes y un escuadrón de caballería, pero cuando trató de cruzar el Azaba sus hombres se toparon con los británicos, que controlaban el puente de Marialaba. Lo defendía la compañía del capitán Robert Campbell. En total, unos 200 hombres. Además, había otra compañía de reserva situada a un kilómetro y medio.
A las siete de la mañana del 23, los franceses cruzaron el puente, pero el capitán Joseph Dobbs acudió con sus soldados al rescate y rechazó a los hombres de Marchand al matar al tambor que les animaba. Dobbs dejó escrito que había recibido cuatro impactos: uno en la gorra, otro en la chaqueta, otro en la solapa de sus tirantes y el otro en la hoja del sable. “Por todo lo cual se puede suponer que hubo una auténtica lluvia de balas”, dice el estudio.
Como franceses y británicos utilizaban calibres diferentes, los expertos han podido determinar ahora dónde se ubicaban los soldados. Así han hallado proyectiles de fusiles ingleses Brown Bess, con un diámetro en torno a 17,5 milímetros, y de franceses Charleville, de 16,3. “Conviene indicar que la mayoría de los proyectiles que se han recuperado están sin disparar y son fruto de pérdidas involuntarias. Suele tratarse de balas que se caían de la cartuchera cuando los soldados se desplegaban en sus posiciones, se sentaban o tumbaban para descansar o, incluso, cuando tropezaban mientras corrían”.
Los expertos destacan la importancia de estos hallazgos para conocer mejor la historia de la Guerra de la Independencia y el movimiento de los ejércitos implicados. Y señalan que sirven, igualmente, para facilitar el “proceso de descontaminación al retirar del campo una gran cantidad de plomo, cuyas partículas tóxicas, arrastradas por la lluvia, acaban llegando a los acuíferos”. “Solo en la segunda fase se han recuperado más de 22 kilogramos de plomo en los numerosos objetos que yacían en los campos y que con frecuencia son mordidos, masticados e ingeridos por el ganado que pace en los mismos”.
Y concluyen: “Todo ello es, sin duda, un argumento más para potenciar la investigación de los campos de batalla. Además, aporta gran cantidad de restos materiales que incrementan el patrimonio histórico y los fondos museográficos”, que en este caso, si los cerdos y vacas lo permiten, terminarán en el Museo de Salamanca.
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