El diario de Ana Frank: de la memoria del Holocausto a la crisis migratoria actual
El israelí Ari Folman acaba un largo viaje, que ha incluido una versión en cómic, para adaptar el mítico texto a la gran pantalla y para todos los públicos
Los padres de Ari Folman (Haifa, Israel, 58 años) sobrevivieron a Auschwitz. Así que el cineasta israelí, candidato al Oscar con Vals con Bashir (2008) y director de El congreso (2013) —con la que profetizó el triunfo actual de la imagen digital—, tuvo desde niño muy presente el sufrimiento del Holocausto. Y otros que le rodeaban: nunca ha dudado en hablar de la situación de los palestinos en su país. “Por eso esta película va más allá de la memoria del Holocausto”, ha contado hoy en Cannes, festival en el que se ha estrenado fuera de concurso su Dónde está Ana Frank.
Cualquiera que haya visitado el museo Ana Frank en Ámsterdam recordará que en el dormitorio del escondite de la adolescente había fotos colgadas de estrellas de cine. Era una joven como otra cualquiera, a la que un cumpleaños sus padres le regalaron un diario. Aquellas páginas, que terminan abruptamente cuando en agosto de 1944 la Grüne Polizei descubre el piso oculto encima de las oficinas de la empresa de Otto Frank, su padre, se han convertido en un libro fundamental para ir más allá de la historia y entender los sentimientos de la gente que sufrió el genocidio en la Segunda Guerra Mundial. Ana murió de tifus en febrero de 1945 en el campo de concentración de Bergen-Belsen. Por todo eso, apunta la película, el texto se ha sacralizado.
Folman, que dudó durante un tiempo aceptar el reto que le propuso la Fundación Ana Frank, ha tomado varias decisiones artísticas sobresalientes para salir bien parado de un viaje de más de una década. Su protagonista es Kitty, la amiga imaginaria a la que Ana le cuenta en el diario sus vivencias. Kitty despierta en un Ámsterdam del siglo XXI, inmersa en una gran crisis migratoria. Y mientras ese fantasma —que solo existe atado al libro físico, en cuanto se aleja de él se disuelve, por lo que roba el volumen para salir del museo— investiga sobre lo que le pasó a Ana y lee las páginas del diario, pasea a la vez por un mundo más preocupado por honrar el nombre de Ana Frank que por recordar el mensaje que transmitían sus palabras.
La otra gran decisión afrontada por Folman se refiere al público. “Hablé con un viejo superviviente del Holocausto, y él me confesó que temía que el día en que muriera el último de los prisioneros de los campos de concentración el Holocausto dejaría de verse desde un punto de vista actual, y se le miraría desde la distancia, porque los jóvenes ni lo recuerdan”, explica el director, cuya madre aún vive a los 99 años y, feliz, ha visto acabada la película. “Por eso pensé en un filme para los niños”, que cuenta a la vez los dos años y medio que dos familias vivieron escondidas en el falso altillo y describe el mundo actual. “Hay muchas organizaciones que ayudan a los niños en guerra hoy en día, no hablamos solo de la memoria del Holocausto. Hay millones de niños que se encuentran en zonas de guerra. Un niño de cada cinco está en peligro”, informa el director.
La crítica en Cannes se ha dividido ante esta asunción de ciertos momentos naïves en el metraje, y ha entrado en un debate que Folman rechaza: ha subrayado meticulosamente que en su película no se compara el Holocausto con otras crisis humanitarias actuales. “Queríamos perpetuar la herencia de Ana Frank y aplicarlo a lo que ocurre en el mundo hoy, pero ni siquiera la parte artística, los dibujos, son iguales entre lo narrado en los tiempos de Ana y en la parte desarrollada en la actualidad”, ha incidido. “En fin, ningún artista puede controlar las interpretaciones que se hagan de su arte”.
Puede que peque de inocente el final de la historia de amistad entre Kitty y Peter, un ladronzuelo al que conoce en el museo, y que gestiona un albergue para migrantes, un lugar donde Kitty encontrará refugio. Pero a Folman le preocupa, y mucho, que un libro que antes era lectura obligatoria en los colegios haya devenido en una antigüedad a preservar, “cayendo en la iconización de Ana Frank”, olvidando el mensaje. Tanto sus productores como él han subrayado el peligro del creciente antisemitismo, de la violencia contra los civiles en las guerras y el triunfo de los extremismos, “todos terribles, vengan de donde vengan”.
A la película le acompañan un cómic, publicado hace tres años, y un programa educativo. Final de un periplo larguísimo —Folman bromeó con que su hija pequeña, que al inicio del proyecto tenía 6 años, no recuerda su vida previa a esta película—, pero que por desgracia habla de algo que ocurre en la actualidad: “El padre de Ana, Otto [el único superviviente de la familia], siempre insistió en que los recuerdos de su hija eran un material universal, no solo enfocado en la tragedia de su familia y en la del Holocausto. Eso es lo que he intentado: esparcir su legado”.
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