El archivo de los auténticos narradores
Antonio Rodríguez Almodóvar, relevante estudioso del cuento oral en España, dona 17 años de grabaciones a un museo de Sevilla
7 de agosto de 1983 en Galaroza, en plena sierra de Aracena y Picos de Aroche (Huelva). Catalina Tejera Cobo, entonces de 70 años, había ido a la escuela “mu poco”, pero era una excelente narradora. “Era una mujer muy considerada en el pueblo por su carácter afable y sus dotes comunicativas”, recuerda Antonio Rodríguez Almodóvar, académico correspondiente de la RAE y catedrático de instituto de Lengua jubilado. Aquel día, el estudioso sevillano, magnetófono en mano, descubrió en Catalina a una de sus mejores “informantes”, como denomina en términos académicos a los contadores de historias que han mantenido viva la tradición oral del cuento, tradición a la que él ha dedicado más de 40 años de trabajo.
La anciana narró una versión del cuento La niña que regaba las albahacas. Su relato se incluye entre las más de 67 horas de grabación —”audibles y aprovechables”— del archivo de Almodóvar, quien ha decidido donarlo al Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla.
Más de cien casetes forman ese legado sonoro por el que desfilan relatos de informantes de Andalucía y Extremadura, aunque los trabajos de Rodríguez Almodóvar, desde que comenzó a recorrer España en 1977, abarcan todo el territorio nacional y todas las lenguas del Estado. “Me he pasado la vida buscando a narradores auténticos, personas en su mayoría iletradas, que no analfabetas. Eran casi siempre ancianos sabios, con mucha cultura, aunque de otro tipo”, recalca. El archivo, que desde ahora estará a disposición de los investigadores, comprende relatos recogidos entre 1983 y 2009. El material anterior, de entre 1977 y 1982, desapareció en un robo que sufrió Rodríguez Almodóvar.
Todas las historias que se escuchan en las cintas se insertan en la tradición indoeuropea del cuento maravilloso —denominación que el especialista defiende por encima de la más conocida de cuento de hadas—, que se remonta al Neolítico y al nacimiento de las primeras sociedades agrarias. “El bajo Neolítico fue la época más revolucionaria de la humanidad, cuando se expande la agricultura y con ella, las migraciones, que permitieron ese trasiego de historias que han llegado hasta hoy”, incide el académico. “Los cuentos tienen sus variantes, ricas y con matices, pero son los mismos en todas las culturas. Da igual en la lengua en la que se recojan”, abunda.
Y rememora el caso de otra anciana que vivía en un pueblo cerca de Gernika (Bizkaia), a quien grabó para el documental La memoria de los cuentos (2009), de José Luis López Linares: “Contaba algo en su habla, traducida para nosotros por su hija. De repente, me di cuenta de que, sin saberlo y pese a no haber salido jamás de su pueblo, estaba contando uno de los cuentos más antiguos, Como la vianda quiere la sal, en el que Shakespeare se inspiró para escribir El rey Lear”.
Entre las narraciones más presentes en el archivo figuran hasta cuatro versiones de Los animales agradecidos y el ya citado La niña que regaba las albahacas, “el más original y andaluz de todos, que sirvió de inspiración para un juguete lírico de Lorca”, relata Rodríguez Almodóvar, quien recibió en 2005 el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.
“Son cuentos, pero no historias para niños ni para mayores”, reflexiona acerca de la mayoría de asuntos —algunos escabrosos— que desfilan por las narraciones: incestos, abusos, reyes acosadores… “Ahora no resistirían los filtros de los educadores, pero en estos temas es donde más se entretenía la tertulia campesina y lo que más prende en la conciencia infantil que, en contra de lo que podamos pensar, no demanda cuentos bondadosos. Los niños quieren conflictos, que son el motor de la inteligencia”, resalta. “Estamos sobreprotegiendo al niño en su educación. El encuentro con la realidad va a ser un encontronazo”, opina.
Babelia
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