Barenboim se rodea de su familia para homenajear a Bashkirov
El músico, yerno del pianista, le rinde tributo en la Escuela Reina Sofía, donde el maestro ruso enseñó hasta su muerte
Dimitri Bashkirov odiaba la rutina. “Es el peor enemigo de la música y de otras cosas”, asegura su yerno, Daniel Barenboim. Pero los vecinos del pianista ruso, no. Cuando se trasladó a vivir a la calle del Factor, en el barrio de los Austrias, a pocos metros de donde enseñaba cada día en la Escuela Reina Sofía, tocaba el piano y le pedían que abriese el balcón para escucharlo bien. Hasta que el pasado 7 de marzo les llegó la noticia de su muerte, a los 89 años. Para no romper la rutina, los vecinos pidieron que dos de sus alumnos acudieran ese día a tocar con las ventanas abiertas. Eso sí, fue la última vez.
No lo olvidan, como tampoco se deshacen de recuerdos y enseñanzas quienes fueron sus discípulos. Este miércoles, algunos acudieron al homenaje que la escuela organizó y en el que Barenboim, su esposa, Elena Bashkirova, y Michael, el hijo de ambos y nieto del pianista, interpretaron a Schubert: la Sonata Arpeggione para viola y piano, un Impromptus y la Fantasía en fa menor a cuatro manos.
Eso, sencillamente, la transparente, directa y honesta música de Schubert, fue la mejor oración. Paloma O’Shea, creadora de la Escuela, lo recordó desde que se conocieron en Santander en 1976. “Fue el alma de la escuela”, aseguró. Su primer profesor y el forjador desde sus aulas de una estirpe continuadora de lo que fue la escuela de Liszt para Europa y de la que él se encumbró como una de sus figuras en Rusia. O mejor dicho, desde su aula, donde ayer depositaron flores sobre su piano y descubrieron una placa de homenaje a quien allí tanto dio.
Con su propio método. “A los alumnos no hay que torturarlos con notas y más notas”, decía. “Debemos enseñarles a amar la música, como mi abuela materna hizo conmigo”. Y él lo advirtió siempre desde la anatomía. “No podéis empezar a tocar con las manos. La música va primero a la cabeza, luego pasa por el corazón y finalmente llega a los dedos, antes no”. Sus clases se llenaban con un tremendo grado de exigencia, el que había aprendido él junto a compañeros de generación o maestros precedentes, como Sviatoslav Richter.
El talento, la vocación no debían servir como salvoconducto de nada, sino como punto de partida hacia la excelencia, la reinvención, la fantasía, todo eso que verdaderamente distingue a los grandes. Y en ese camino, Bashkirov aplicaba rigor, pero también muchísimo sentido del humor. “Con una energía que nos lo hacía parecer inmortal”, aseguran los hermanos Luis y Víctor del Valle, que acabaron formando un dúo por consejo de su maestro y se sentaron ayer en la misma fila que otro de sus alumnos, Luis Fernando Pérez.
Son tres en una larga lista que empezó en la escuela hace 30 años con Eldar Nebolsin y Stanislav Ioudenitch, a quienes se trajo desde el principio de Rusia y de la que también forman parte Marta Zabaleta o Arcadi Volodos. Y es que Bashkirov, con Paloma O’Shea, puso los pilares en Madrid de lo que hoy es una de las escuelas más importantes del mundo. Talento presente y futuro, con carreras consolidadas y un estilo, una manera de hacer y predicar la música.
Son muchos quienes probablemente puedan continuar el relevo y el compromiso, ese todo o nada que destacaba ayer Barenboim y que le marcó desde que él lo conoció gracias Arthur Rubinstein en París. “Nos transmitió a los músicos que este oficio era una cuestión fundamental, que sin un piano o un violín, no merecía la pena vivir”.
Babelia
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