Dimitri Bashkirov, pianista referente de la escuela rusa
El músico ha fallecido a los 89 años en Madrid, donde ocupaba la cátedra de piano de la Escuela Reina Sofía
Lo recordaba Daniel Barenboim, su yerno, en una conversación reciente. Un buen día en París fue a visitar a Arthur Rubinstein, uno de sus mentores. El joven Barenboim tenía 12 años y su maestro le propuso que le acompañara al teatro de los Campos Elíseos para asistir a la final del concurso de Marguerite Long. Para el público no cabía duda de quién debía ganar el primer premio. Pero para el jurado, sí. Un portavoz anunció que quedaba desierto y se armó un escándalo. Los asistentes solo coreaban un nombre: “¡Bashkirov, Bashkirov!”. La rebelión fue tal que la propia Long enmendó la plana a los jueces y le proclamó campeón a título personal. El intérprete ruso tenía 23 años. “Ni siquiera había nacido su hija Elena”, contaba Barenboim. Hoy ella es su esposa y en casa de ambos lloraban desde el domingo por la noche la pérdida del gran músico, nacido en Tiflis en 1931, hace 89 años.
Bashkirov falleció en Madrid, donde vivía desde 1991. Ocupaba la cátedra de piano de la Escuela Reina Sofía después de que Paloma O’Shea lo fichara para un proyecto que fue de vida. Ante él se han formado músicos cruciales del instrumento en el presente, como Arcadi Volodos o Eldar Nebolsin, entre otros. En las aulas de la Plaza de Oriente era una institución. Pocos referentes actuales en la enseñanza del piano comparables a quien se consideraba uno de los principales referentes de la escuela rusa.
Entre la revolución de 1917 y el fin de la dictadura de Stalin, los restos de dicha escuela se habían convertido en un enigma, cuenta el crítico estadounidense Harold C. Shonberg. Tras el estallido, muchos de sus referentes huyeron a Occidente. Fue el caso de Prokofiev, Rajmáninov o Horowitz. Con Stalin al mando, a casi nadie se le permitía salir y dentro sobrevivían como podían y mantenían el espíritu de una manera de entender el instrumento artistas como Vladímir Sofronitski o Mariya Yúdina. Con la relativa apertura de Nikita Jruschov aparecieron otros nombres de la generación más joven entre los que destacaban Vladimir Ashkenazy, Sviatoslav Richter o el propio Bashkirov, que comenzó fuera su carrera con buen pie, paradójicamente, tras el concurso en París.
Continuó su andadura mundial y se fue consagrando junto a diferentes orquestas y directores entre Europa y América. Desde las orquestas filarmónicas de Israel y San Petersburgo, la Sinfónica de Chicago, la Orquesta de París o la Royal Philharmonic londinense y unido a batutas como las de su yerno Barenboim, Kurt Masur, Zubin Mehta, Yevgueni Mravinski, George Szell o Wolfgang Sawallisch, entre otros. Pronto comenzó a enseñar y dedicó más de seis décadas de su vida a ello. Primero en 1957 dentro del Conservatorio Tchaikovsky de Moscú pero recaló también en el Superior de París, el Mozarteum de Salzburgo, la Academia Sibelius de Helsinki y finalmente en la Escuela Reina Sofía.
Transmitía que la música no era un deporte y buscaba más allá del virtuosismo mecánico la sensibilidad, la capacidad creativa y la fantasía entre sus alumnos. De hecho le repateaba el tecnicismo que a su juicio se fue imponiendo en las escuelas soviéticas antes de que él saliera definitivamente del país. Una enfermedad que él detectó a finales de los años ochenta, como confesó en 1999 a este diario. “Hace más de 10 años se empezó a enseñar este instrumento primando la técnica sobre todas las cosas y tendiendo hacia lo que ellos llamaban nivelación; yo me opuse porque contradice la tradición de la antigua escuela rusa, que hacía que el artista desarrollara la técnica al tiempo que su imaginación, que no ponía nunca obstáculos a la fantasía de los alumnos desde que eran niños”.
En España se dedicó a aplicar ese método, que era el suyo pero que provenía directamente de los pilares y la más pura concepción de la escuela rusa, una de las más determinantes en la historia del piano y que él se encargó de mantener en la diáspora por todo lo alto.
Babelia
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