Ana Iris Simón: “Me fui de Madrid porque no era mi sitio. No quiero ser una adolescente de 30 años”
La escritora, a punto de ser madre, triunfa con ‘Feria’, libro donde rinde tributo a sus padres y abuelos manchegos y desmonta el mito de los ‘millennials’ de clase media: “Somos pobres con iPhone y Netflix”
Ana Iris Simón, manchega de cuna, aprovechó hace meses su indemnización por despido de la hipermoderna revista Vice —el tercer ERE de su corta carrera— para irse de Madrid a Aranjuez, donde viven sus padres y donde quiere criar a su hijo, al que espera para junio, recién cumplidos los 30. Así que va en tren desde la periferia a la capital, como tantos estudiantes y trabajadores cada día, entra al bar cuqui de su antiguo barrio de Malasaña donde hemos quedado y saluda con ese inconfundible deje manchego mamado en casa que solo reconoce otra paisana de padre, aunque nos separen décadas. Solo nos falta acabar las frases con un “qué pena, hermosa, qué risa”. Quizá la próxima cita.
En 1997, con 30 años, yo fui una primípara añosa para la media de la época. Usted, hoy, a los 30, va a ser casi madre adolescente.
No creo ser una madre joven. La mía me tuvo con 20. Pero supongo que, aquí y ahora, es atípico que una persona que no es del estatus de influencers ricas como María Pombo, o Laura Escanes se decida. Como soy bajita y tengo cara de cría, la gente me mira por la calle como pensando: “Pobre, qué le habrá pasado”. Es curioso que las élites sigan teniendo hijos y los pobres no podamos, o solo sacrificando un montón de cosas.
¿Por qué se ha lanzado?
Tenía muchas ganas desde hace dos o tres años, por la conciencia de que ya casi me sobraba juventud. Murió mi abuela. Me quedé sin abuelas, me dijo mi padre, y eso me removió hasta el fondo. Vi la conciencia del paso del tiempo, me caí del caballo. Quería que mi último abuelo vivo, al que le encantan los niños, tuviera otro bisnieto y mi padre, un nieto. No quiero ser una adolescente de 30 años.
¿Se ha tirado a la piscina sin agua?
Con la justa, dije que fuera lo que Dios quiera. En junio se me acaba el teletrabajo con el programa PlayZ, de Televisión Española, pero he tirado para adelante. De estudiante participé en el 15-M y mi madre me decía que, además de económica, lo que había era una crisis de valores. Que nuestra generación ha heredado el discurso de la vuestra de que hay que librarse de cargas familiares o afectivas para realizarse. Eso me parecía terrible, pero hoy tengo que darle la razón. Crecer es empezar a torcer el brazo. Nuestros cánones a la hora de tener un hijo son muy altos. Quieres que el bebé tenga tablet sin dejar de ir a tus clases de twerking, mientras que mis padres me tuvieron sin tener trabajo, y no te digo mi abuela, que tuvo 10 hijos con el marido en Alemania y saliendo a arar.
¿Sus coetáneos son menos lanzados que usted?
Puede, pero los entiendo. También tiene que ver con el horizonte. En la generación de mis padres y mis abuelos, el horizonte era el progreso. En la mía está la quiebra y la no confianza en ese progreso. No solo de biberón vive un niño, sino de la predicción a futuro. Y el horizonte lo vemos negro.
¿Se considera una outsider?
No tanto. Hay gente como yo. Pero también creo que los que estamos en profesiones liberales, o que tienen que ver con la cultura urbana, estamos en una burbuja de clase media aspiracional, compartiendo piso, encadenando relaciones, todo el día en eventitos y consumiendo cosas de clase media sin serlo. Somos pobres con iPhone, Netflix, Tinder y Glovo. Puede que yo sea una outsider, pero darme cuenta de eso, sentir que no pertenecía a esta ciudad, que quería tener un hijo ya, que yo he sido superfeliz con poco y que lo que me han transmitido mis padres no tiene nada que ver con lo material, fue mi caída del caballo. Madrid no tiene la culpa.
La sigue hasta Santiago Abascal. ¿Cómo lleva ser la nueva musa de la derecha?
Eso me ha sorprendido mucho. La mayoría no me lee en clave política. Aun así, no es tanto que la derecha me haga caso, sino que cierta izquierda está desorientada conmigo. No les cuadra que, siendo mi abuelo y mi padre comunistas, hable así. Creo que existe una derecha liberal en lo económico y conservadora en lo cultural, y una izquierda liberal en lo cultural y conservadora en lo económico, que nunca se encuentran, y sirvo de arma arrojadiza para los de un lado y los de otro.
¿Y usted cómo se define?
Antiliberal. El eje izquierda-derecha no tiene razón de ser ya desde el 15-M. Ahí decíamos “PSOE y PP la misma mierda es” y que de lo que había que hablar era de los de arriba y los de abajo. Estamos igual. Tenemos un bipartidismo de bloques hiperpolarizado. Y, en medio de una pandemia, solo hablamos de la dictadura social comunista o el auge del fascismo. Nos distraen con eso cuando lo que hay es mucha gente en paro, que no cobra los ERTE y no puede ni tener hijos.
En Feria escribe con ternura arrebatada, casi febril, del sentimiento comunitario de su familia, en contraposición al individualismo de hoy. ¿Sufrió al escribirlo?
Sí. Soy muy cursi y muy rabiosa. Entonces, cuando hablo del feminismo liberal y del supuesto empoderamiento a través de la sexualización, o de los pijos diciéndole a los pobres qué es popular y qué no, o que el reguetón o Camela molan, cuando antes lo despreciaban, me pongo así. Hay cosas que amo mucho y otras que detesto, que son precisamente las que atacan a lo que amo. Con eso me pongo muy estomagante y muy rabuda.
¿Es feminista?
Creo en la igualdad entre el hombre y la mujer, pero también entre mujeres y mujeres y hombres y hombres, y entre clases sociales.
¿Si los Abogados Cristianos oyeran a su abuelo ateo cagándose en Dios y todos los santos cotidianamente, como narra en el libro, se le querellarían?
En el caso de mi abuelo eso es anticlericalismo total y absoluto. A mi bisabuelo lo condena un cura y lo fusilan los fascistas. Mi pueblo, Campo de Criptana, es muy palabrotero y refranero. Tendemos a juzgar a nuestros padres desde el presente y con nuestros valores. Además, mi abuelo no me lo va a decir nunca, porque está orgulloso de su nieta, pero no le ha gustado que le retratara blasfemando. Es algo suyo, no irrespetuoso con los sentimientos religiosos, y no quiere ofender a nadie. Esa es la verdadera educación.
¿Por qué son tan lapidarios los dichos manchegos?
Tiene que ver con el territorio. La identidad del manchego se basa en el apego a la tierra y, a la vez, en el relato, en la ficción y en la autoparodia. No es casualidad que Cervantes hiciera manchego a Don Quijote. A mi abuela muerta corrimos a ponerle las gafas en la caja para que nos viera desde donde estuviera. Recuerda la escena en la que José Luis Cuerda pone a hablar a un grupo de pueblerinos de Faulkner. La Mancha mezcla mucho la alta y la baja cultura, y a mí eso me encanta. No me digas que llamar a alguien “satélite”, como tonto, no es poético. Sería un mote de alguien que era tonto y se quedó para los restos.
¿Tiene orgullo de clase?
Sí. Durante mucho tiempo me pregunté por qué estar orgullosa de algo que no se ha elegido, en esta sociedad que solo valora la autodeterminación y los logros del individuo Pero luego pensé, qué coño, estoy orgullosa de mis abuelos, que iban de feria en feria y criaron a sus hijas sin tener ni mierda en las tripas, y de mis padres, que nos han querido y cuidado con sueldos pequeños. Y de mi amiga Cinthya, que, estando a punto de desahuciarla, se ha sacado una carrera. Esa es mi clase.
Hablaba antes de las gestas de sus ancestros ¿Cuál será la suya?
Quiero pensar que la de nuestra generación será reconstruir lo que hemos ido perdiendo, material y antropológicamente. Muerto Dios, hemos rellenado el vacío con diosecillos como el dinero y el trabajo. Tendremos que volver a encontrar un sentido al mundo que no sea solo producir y consumir.
¿Hay un refrán manchego para eso?
Cosa hecha no corre prisa.
FERIA Y PUEBLO
Ana Iris Simón (Campo de Criptana, Ciudad Real, 29 años), llama "papá" a su padre y "la Ana Mari" a su madre. Con esta premisa y este misterio de andar por casa arranca, casi, Feria (Círculo de tiza), una memoria apasionada de su familia y de sus raíces que acaba de imprimir su sexta edición por el milenario método del boca a oreja. En sus páginas, Ana Iris, hija y nieta de Los Simones y Los bisuteros, mote de su estirpe en el pueblo, rinde un emocionado homenaje al sentimiento comunitario de sus padres y abuelos, feriantes y campesinos, frente al individualismo y el escapismo de la modernidad millennial, que conoce bien después de trabajar en las revistas Telva y Vice. Esa defensa de las tradiciones le ha granjeado la simpatía expresa de ciertos sectores de la derecha política de la que ella, hija y nieta de comunistas, ni reniega ni presume. La pandemia acabó de animarla a desertar de Madrid, un mundo al que siente que no pertenece, y decidirse a ser madre. En junio, a la vez que expira su contrato de colaboradora del programa Playz, de Televisión Española, nacerá su primer hijo: "Que sea lo que Dios quiera", bromea.
Babelia
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