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Kazuo Ishiguro: “La manipulación genética puede traer una meritocracia salvaje”

El escritor japonés alerta sobre los peligros del análisis de macrodatos y la mejora artificial de los humanos en ‘Klara y el sol’, su primera novela tras el Nobel

Carles Geli
Kazuo Ishiguro en Londres, en 2017.
Kazuo Ishiguro en Londres, en 2017.AFP Contributor (AFP via Getty Images)

¿No hay nada único en el ser humano que no se pueda extraer, copiar o transferir? O sea, ¿una máquina puede sustituirnos perfectamente? Kazuo Ishiguro (Nagasaki, Japón, 66 años) recibió en 2017 el Nobel de Literatura por, según la Academia Sueca, saber convertir las grandes preocupaciones de la humanidad en cuestiones tan esenciales como simples. La nueva muestra es Klara y el Sol (Anagrama), su octava novela, la primera tras el galardón, donde esa lenta labor de disección de la construcción de la identidad humana (que realiza siempre Ishiguro con precisión digna de Henry James) toma la forma de un robot, Klara, una amiga artificial especializada en el cuidado de niños, que desde que estaba en el escaparate de la tienda se aplica a entender y absorber los sentimientos y el comportamiento humanos.

El germen de la novela está en una vieja narración infantil destinada a su hija Naomi, escritora ella también. “Los libros infantiles ilustrados dan una visión amable del mundo, pero siempre hay en alguna parte del dibujo, en unos ojos o en un punto del bosque, pistas de oscuridad, de tristeza del mundo que en verdad espera a los niños”, comenta el escritor durante un encuentro virtual con periodistas desde su amplio estudio, cargado de sofás, libros, cedés y hasta un piano. “Klara es un particular osito de peluche”, añade.

“El modelo de negocio de las grandes corporaciones no favorece el bienestar de los seres humanos”
Kazuo Ishiguro

Y así es en la novela, donde hay escasas, pero inquietantes, pistas sobre una sociedad en la que asoman las modificaciones genéticas, el cambio climático, una sociedad autoritaria… El control de esos aspectos preocupa a Ishiguro. “Estamos en un momento en que los teléfonos móviles saben más de nosotros que quien duerme a nuestro lado; no sé si el análisis de macrodatos puede tener un impacto hasta alcanzar el alma humana… Me pregunto qué significa que un ser humano ame a otro y si eso nos permite ser irremplazables o no, si somos totalmente reemplazables. Aquí, miro a los seres humanos a partir de los ojos de una máquina”.

Entre las decenas de cuestiones que bajo descripciones domésticas de la relación de Klara con su dueña, Josie (siempre contadas con un estilo tan aparentemente plano como de alta carga emocional), se entrevé cómo a mayor cognición y memoria, los amigos artificiales y hasta los seres humanos (que son mejorados genéticamente) son menos empáticos. “No es inevitable que una sociedad tecnológicamente más avanzada camine hacia ahí; es una tendencia, porque el modelo de negocio de las grandes corporaciones no favorece el bienestar de los seres humanos, hay un desajuste entre sus intereses y los nuestros; debemos despertar como sociedad y organizarnos para evitar ese tipo de grandes objetivos”.

Kazuo Ishiguro, galardonado con el Premio Nobel de Literatura, en 2017 en Estocolmo, Suecia.
Kazuo Ishiguro, galardonado con el Premio Nobel de Literatura, en 2017 en Estocolmo, Suecia.Pascal Le Segretain (Getty Images)

El cambio puede ser impactante, alerta Ishiguro, que admite que desde Nunca me abandones, escrita en 2005 y donde la réplica y el original también aparecían bajo el argumento de tres clones adolescentes nacidos solo para que les fueran extraídos órganos, sus obras tienen “un mundo distópico de fondo, pero en el primer plano hay optimismo”. Aún así, admite: “Ante cuestiones como la manipulación genética no hemos despertado todavía porque va todo muy rápido, no hemos reflexionado lo suficiente: será muy positivo para combatir el hambre o las enfermedades, pero si vamos a mejorar a los niños, por ejemplo, entraremos en un sistema de meritocracia salvaje; estamos en un umbral parecido al de la Revolución Industrial, y habría que evitar algunos errores tremebundos que se cometieron entonces”. Uno puede ser el del trabajo: “La inteligencia artificial eliminará muchísimo empleo que hoy es también de la élite académica e intelectual; más que desempleo puede haber postempleo y eso me parece más urgente e inquietante que debatir si los robots se harán los amos del mundo”.

Cree el escritor que hay “ideas clásicas capitalistas que ya no funcionan”. Y ello tendrá diáfanas consecuencias políticas que empiezan a vislumbrarse. “Tras la Guerra Fría creíamos que el sistema liberal democrático era el único que quedaba ya en la partida, pero el análisis de macrodatos y la inteligencia artificial están dotando a sociedades autoritarias de peligrosas herramientas para competir con el sistema liberal, con controles muy efectivos de la sociedad, pero que permiten modelos de éxito, como vemos en Rusia o China; el viejo debate izquierda-derecha ya no funciona; se trata de que las nuevas ideas contengan humanidad y humanismo”.

Ese pensamiento lo representa en la novela a partir de Klara, una voz que recuerda a la del mayordomo Stevens en el libro Los restos del día (1989); hasta sus funciones sociales pueden ser parejas: son una mirada social desde abajo. “Creo que siempre he sido de izquierdas, he creído en cierta revolución social, pero no pienso que mis libros aborden el punto de vista de las clases trabajadoras; ocurre que, en las relaciones con el poder, todos somos como sirvientes, las decisiones más poderosas se toman siempre desde muy arriba”, piensa Ishiguro. Y remacha: “Mis personajes son una metáfora de nosotros mismos, son víctimas de un marco cruel, pero como lo somos nosotros”.

Tiene un punto angustiante para el lector de Klara y el Sol ver la inseguridad, la fragilidad emocional de los personajes, especialmente los jóvenes, que no saben interrelacionarse; una falta de sociabilidad que refleja uno de los temas preferidos de la obra de Ishiguro: la soledad. “Sí, me obsesiona y es un tema recurrente; Klara está fabricada para luchar contra ella; creo que hay algo como especie que nos hace solitarios; por eso creo que hay algo de memorable en los seres humanos cuando expresamos protección y cariño a los demás; en mis libros intento reflejar esa necesidad de buscar esperanza, un oasis donde intercambiar bondad y decencia”. Y junto a ello, la brevedad de una vida, como refleja quizá que el libro esté dedicado a su madre, fallecida hace un par de años. “Me impresiona eso de que una generación ha de dejar paso a otra; la vida es corta: cometes un error grave y quizás no tienes tiempo para rectificarlo. Quizá por eso me gustan los wésterns crepusculares de John Ford, con personajes que fueron héroes, pero para los que ya no hay un lugar”.

En esa línea, al escritor le inquieta de la actual pandemia por coronavirus “el impacto emocional que dejará, cómo aflorarán el estrés, la rabia, el dolor… Ante ello, el tema laboral me parece relativo”. No quiere ni puede ir más allá: “Del futuro apenas veo entre neblinas; hago como Klara: intento ver luces entre los rayos de sol”.

El futuro de la literatura

Ishiguro admite que no escribe cada día. “En absoluto, dedico mucho tiempo a leer, pensar y dialogar, persiguiendo una idea antes de escribir; no quiero hacer un libro cualquiera; y hasta que no tengo la idea, no lo hago”. Luego, eso sí, va rápido; tarda “unos dos años” en terminar una novela, y prueba diversos puntos de vista narrativos. “Hago un proceso de audición de personajes para escuchar una voz que me permite el que me dé mayor control sobre lo que quiero narrar”. Ese proceso de preparar mucho tiempo el tema y luego desenvainar rápido, que se traduce en total en unos cinco años, lo ha comparado alguna vez con la técnica del duelo del samurái. En cualquier caso, le parece un momento interesante para la literatura: “El estilo literario serio, canónico, se tendrá que romper o fusionar, la literatura deberá mezclarse con el cine, el cómic o lo audiovisual, son tiempos para una apertura total a otros formatos”.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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