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Sangre, pintura y altares: crónica de la violencia napolitana

La ciudad debate si eliminar decenas de murales y capillas que celebran la vida y muerte, a veces a manos de la policía, de jóvenes vinculados a la criminalidad

Daniel Verdú
Delincuencia juvenil Napoles
Vincenzo Russo, ante el mural de su hijo Ugo, abatido por un 'carabiniere' fuera de servicio al que intentó robar.Paolo Manzo

La noche del 29 de febrero de 2020, uno de esos raros años bisiestos, Ugo Russo, un chaval de 15 años del barrio de Quartieri Spagnoli de Nápoles, puso un pie en la calle con una pistola de juguete pensando en hacerse con algo de dinero para la discoteca. Había dejado el colegio muy temprano, como el 40% de los chicos del centro de la ciudad. Probó suerte trabajando en un bar por 50 euros a la semana. Luego repartió tomates en los restaurantes de su barrio. Esa noche se subió a la escúter con un colega. Bajaron hasta el puerto y encañonaron a una pareja que iba en su coche con una Beretta 52 que en mitad de la noche parecía auténtica. Pero el hombre al que iban a robar el Rolex, de 23 años, resultó ser un carabiniere fuera de servicio. Sacó su pistola y disparó cinco veces contra los chicos. Tres proyectiles alcanzaron a Ugo —dos en el pecho y uno en la nuca cuando intentaba huir—, los otros se perdieron en la noche. Un año después no se sabe mucho más de lo sucedido. Pero su rostro, como el de tantos otros chicos muertos en reyertas o con la policía, preside una de las esquinas del centro de Nápoles que el Ayuntamiento quiere borrar.

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Unos 100 metros entre callejuelas empinadas y pequeñas trattorias separan la casa donde vivía Russo del enorme mural con su cara pidiendo “verdad y justicia”. La familia no ha tenido acceso todavía a la autopsia ni conoce en qué punto se encuentra el proceso por el posible homicidio. Ugo no era un santo, admite su padre bajo el mural. Tampoco los amigos que destrozaron el hospital la noche del suceso. En las zonas degradadas del centro de la ciudad (que no llega al millón de habitantes) hay un nivel de abandono escolar de hasta el 40% (solo superado en enclaves rurales de Cerdeña). En la región, el 22% vive en condiciones de pobreza relativa y siete chicos de cada 10 no han ido nunca al teatro o han visitado una exposición. La universidad es una quimera y el 31% ni estudia ni trabaja. “Mi hijo dejó muy pronto el colegio. Tomó la decisión equivocada, pero no por eso merecía que le asesinasen. Solo queremos verdad y justicia”, explica el padre defendiendo una de las obras que el Ayuntamiento se ha propuesto eliminar, lo que ha desatado un debate en la ciudad sobre los límites de la libertad de expresión, la incitación a la violencia y el arte.

Mural en el centro de Nápoles en honor a Luigi Caiafa, un chico de 17 años muerto en una reyerta con la policía. El Ayuntamiento lo borró.
Mural en el centro de Nápoles en honor a Luigi Caiafa, un chico de 17 años muerto en una reyerta con la policía. El Ayuntamiento lo borró.Paolo Manzo

Nápoles siempre fue una anomalía europea, una trinchera contra la globalización. Una gran parte del centro, a diferencia del de las grandes capitales, jamás fue conquistada por las clases medias y, en muchos aspectos, tiene hoy una configuración social más centroamericana que mediterránea. La falta de luz eléctrica en sus calles impulsó décadas atrás la costumbre de construir pequeñas capillas y altares iluminados en los callejones de Forcella, Sanità o Tribunali. Recordaban a los muertos, como tantas esquelas en los muros. Pero prestaban también un servicio público fundamental allá donde el Estado no llegaba. La tradición, en un lugar marcado por la promiscuidad entre los santos protectores y el crimen organizado, se convirtió también en una grieta para celebrar la vida y la muerte de algunos antiguos héroes del hampa napolitana. Hoy es fácil encontrar homenajes a muchos de ellos en las esquinas de los callejones del centro que cambiaron el lujo de las berlinas por las escúters. Capillas como la dedicada a Emanuele Sibillo, el último gran capo de una banda juvenil: murió a los 19 años en un tiroteo que también investigan ahora los carabinieri. O varias decenas de grafitis en la periferia de la ciudad con rostros que pertenecieron a pandillas. Pero también a tantas víctimas de un sistema de precariedad social sin remedio.

El caso de Russo, cuyo mural pintó la artista madrileña Leticia Mandragora, se parece al de esos jóvenes perdidos en la borrosa frontera que separa el colegio de la calle. “Todo el mundo tiene derecho a pedir verdad y justicia. La polémica sobre qué caras pueden ser representadas es absurda. En los museos hay muchos rostros de gente que ha hecho cosas equivocadas, como Maradona, a quien estoy pintando en Gragnano. O el mismo Caravaggio, que también cometió actos criminales. La justicia se dirime en el tribunal, pero todo el mundo tiene derecho a documentar, sin ser ofensivo, lo que sucede en la calle”, señala la artista. Y esa misma crónica recuerda que solo en 2020 unos 5.000 niños de entre 12 y 18 años fueron identificados, denunciados y llevados a un reformatorio o una cárcel.

Manifestación en Nápoles el sábado por la tarde para pedir "verdad y justicia" para Ugo Russo.
Manifestación en Nápoles el sábado por la tarde para pedir "verdad y justicia" para Ugo Russo.Paolo Manzo

Luigi Caiafa, hijo de una familia vinculada al crimen organizado en el barrio de Forcella, murió con solo tenía 17 años. Intentó robar a los ocupantes de un vehículo con otro amigo a las 4.30 de la madrugada del 4 de octubre de 2020, solo siete meses después de la muerte de Ugo Russo. Un policía le disparó en la garganta cuando vio que el chaval sacaba un arma. Su amigo, el hijo de un histórico ultra del Nápoles, huyó. No quedó nada claro y la familia le dedicó un mural en una de las paredes más céntricas de Nápoles (via dei Tribunali), un altar de mármol sin el permiso de la comunidad de vecinos. Tampoco eran santos. Solo dos meses después, el padre del chico fue asesinado en su casa mientras le tatuaban. El Ayuntamiento retiró ambos homenajes poco tiempo después y borró el retrato del muro cubriéndolo con pintura blanca. Muchos lo consideran una incitación a la violencia. Otros no lo ven tan claro.

Capilla en memoria de Emanuele Sibillo, 'capo' de una banda juvenil.
Capilla en memoria de Emanuele Sibillo, 'capo' de una banda juvenil.Paolo Manzo

Una de las paradojas en este asunto lleva el nombre de Nicola Quatrano, al frente del mayor proceso contra las bandas juveniles de Nápoles (43 condenas con penas de 14 a 20 años de prisión). El juez retirado, que hoy defiende como abogado a quienes hace poco sentaba en el banquillo, rechaza la eliminación de estas “expresiones artísticas”. “No es algo impuesto al pueblo por la criminalidad. Son expresiones espontáneas y denuncian un problema. Se trata de una juventud condenada a la marginación que busca una forma de llamar la atención, de entrar en el mundo que cuenta. Yo creo que debemos dejar a esa gente llorar a sus muertos y pedir legítimamente verdad y justicia. Ugo Russo murió en circunstancias que se investigan todavía. Se sospecha que pudo haber alguna ligereza por parte de las fuerzas del orden. En EE UU cuando pasa esto, los políticos se arrodillan ante los manifestantes. Aquí, en cambio, pasa lo que pasa. No es positivo que se quiera reprimir esa emoción popular”.

La ciudad —ese es parte del problema— está marcada a fuego por la violencia de la Camorra. Alessandra Clemente, actual concejal de Juventud y candidata a la alcaldía de Nápoles en las elecciones de este año, vio desde su balcón cómo una bala perdida en un tiroteo de la Camorra mataba a su madre cuando volvía a casa con su hermano pequeño cogido de la mano. Tenía 10 años. La firmeza con la que combate las expresiones del crimen organizado no le impiden ver los matices de la cuestión. “Hay murales en la ciudad que desafían la legalidad y que son celebraciones de un modelo equivocado. Son un desafío a la comunidad, al Estado. El de Luigi Caiafa [que fue borrado], por ejemplo, lo era. Una historia donde hubo un daño a la comunidad de vecinos, a las fuerzas de orden y se tuvo que intervenir porque, además, se había construido un altar de mármol ilegal. Pero hay otros grafitis, como el de Ugo Russo, que nacen de la búsqueda de legalidad, no de su desafío. Son un instrumento precioso para poner sobre la mesa temas de justicia social e ir al encuentro de gente que está en los márgenes de la sociedad”, apunta.

El altar dedicado a Luca Caiafa, arrancado por la policía por ser considerado ilegal.
El altar dedicado a Luca Caiafa, arrancado por la policía por ser considerado ilegal.Paolo Manzo

Posiciones más radicales, como la de Emilio Borrelli, han avivado el debate. El consejero regional propuso una campaña de borrado total, una línea dura que también defienden personajes poco sospechosos de autoritarismo, como el senador y periodista Sandro Ruotolo. “Puedo entender lo de verdad y justicia. Pero creo que hay que borrarlos todos. Viva la libertad de pensamiento y expresión para las series y la ficción. Pero no puedes poner al mismo nivel a los familiares de las víctimas inocentes que a los otros. Hay centenares de familias que lloran a víctimas inocentes de la criminalidad. Russo también es una víctima, por supuesto. A esa edad en un país normal debes soñar, ir a la escuela, hacer deporte: no tienes que ir a robar. Desde ese punto de vista, nos sentimos todos derrotados. El juez decidirá cuál fue la dinámica del evento, pero no es un héroe positivo. Estaba cometiendo un delito y se encontró a ese carabiniere fuera de servicio que reaccionó a que le apuntasen con una pistola en la cara”.

El mural de Ugo Russo, ha decidido un juzgado regional, se queda hasta nuevo aviso. El de Luigi Caiafa, en cambio, ya no está. Pero hay otro centenar de obras y altares callejeros sometidos por primera vez al juicio civil de una ciudad que, pese a todos sus pecados, nunca antes se planteó los límites de venerar a sus muertos. Cayesen del lado que cayesen.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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