Nuevas pestes, viejos remedios
El Archivo Histórico Provincial de Sevilla repasa las medidas que tomaron las autoridades hace dos siglos para frenar la fiebre amarilla y el cólera morbo
Los comités de expertos para erradicar las epidemias tienen una larga tradición y en cada momento han luchado armados con los conocimientos de los que han dispuesto. Hace más de dos siglos, cuando en 1800 la fiebre amarilla se propagó por España a través del puerto de Cádiz, la Junta Real de Sanidad Pública de Sevilla estableció restricciones muy similares a las que ahora se imponen. Medidas como los cierres perimetrales, “hasta ocho leguas hacia dentro” de lo que entonces era el reino de Sevilla [que hasta 1833 comprendía partes de Badajoz y Málaga además de Huelva, Sevilla, Cádiz] no se admitía la entrada de personas ni géneros “ni aun las balijas del Correo, las quales deberán mudarse y envinagrar las cartas en parage determinado antes de entrar en los pueblos limítrofes”, reza un edicto del presidente de la Junta de Sanidad de Sevilla de 1803.
El documento, que se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla, le pide a los jueces de los pueblos limítrofes con el reino de Granada que “formen sus alistamientos” con sujetos de la máxima confianza para mantener “la absoluta incomunicación por medio de guardias permanentes”. Establece que los forasteros que hayan entrado antes del edicto deberán permanecer vigilados 40 días “sin permitirle libre comunicación” y que si el sujeto enfermase con alguna “postración” se le aísle en una casa a las afueras del pueblo y se purifiquen estancias y enseres con azufre quemado.
A falta de gel hidroalcohólico, los pagos se hacían con monedas metidas en vinagre y se exigía a cualquiera que ingresase en el territorio “patente o certificación” de que provenía de una zona libre de cólera.
“El edicto de 1803 del capitán general de Andalucía Tomás de Morla es el más explícito de los cuatro originales que hemos reunido en la muestra Documentos para la esperanza. De cómo Sevilla salió de las epidemias del XIX, pero en el archivo hay otros muchos relacionados con las epidemias que ha sufrido el territorio tan interesantes como el testamento de Juan Martínez Montañés”, explica Amparo Alonso, directora del Archivo Histórico Provincial de Sevilla. El escultor falleció en 1649 a los 81 años por la peste bubónica, la peor epidemia que ha sufrido Sevilla y que mató a unas 60.000 personas, la mitad de su población.
En lugar de viajar con un PCR negativo, Pedro Mengual, patrón del barco Nuestra Señora del Rosario, tuvo que solicitar en marzo de 1722 al escribano de Málaga un certificado de que la ciudad estaba libre de la peste de Marsella, que se propagó desde el puerto francés en 1720, para poder zarpar rumbo a Ceuta. Pero, a diferencia de los actuales, el certificado está escrito a mano bajo un hermoso grabado de la virgen de la Victoria.
El archivo, que custodia 10.500 metros lineales de documentos fechados desde 1441 hasta hoy, muestra también un certificado de defunción a consecuencia de la fiebre amarilla emitido por el cura de Gerena en 1830 y un informe de la Real Academia de Medicina de Cádiz negando una petición del Obispo de Cádiz en 1833, en pleno episodio de cólera morbo, para sepultar a varias personas en la cripta de la catedral. La costumbre de los enterramientos en suelo sagrado se cuestionó a finales del siglo XVII para alejar de la ciudad a la devastadora peste negra con la construcción de cementerios extramuros, pero se siguieron haciendo excepciones a pesar de que en 1787 Carlos III prohibió las inhumaciones en las iglesias.
“Sobre la instancia del obispo de esta diócesis pidiendo que se permita depositar en el panteón de la nueva catedral cadáveres herméticamente encerrados en cajas de plomo y nombrar una comisión especial para visitar aquel local (…). Su dictamen resalta que la ventilación del panteón es escasa y dispuesta de tal modo que la masa de aire contenida en el subterráneo necesita para su renovación el pasar necesariamente por el cuerpo de la iglesia y no se diga que por estar el cadáver en una caja de plomo la atmósfera rodeante es pura y respirable, porque es bien sabido que los gases producto de la putrefacción adquieren una fuerza expansiva tal que vencen la resistencia que se les opone (…). Considérese qué funestos efectos resultarían en lo concurrentes al templo de la acción de semejante miasmas”, reza el acuerdo de 1833 en su prolija explicación, demostrando que los doctores se tomaban muy en serio al cólera morbo.
Esta enfermedad bacteriana que se propaga a través del agua contaminada en zonas con pésimas condiciones de salubridad, se repitió en 1854, 1865 y 1885. Algo que la medicina aún no había descubierto, por lo que los facultativos achacaban el contagio del cólera a las “miasmas”, los efluvios de los enfermos que se transmiten a través del aire, el cauce por el que se contagia el coronavirus y que en España ya ha causado 60.370 muertos, casi el mismo número de víctimas que la peste negra se cobró en Sevilla en 1649.
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