El efímero museo de lo feo
Un edificio del casco antiguo de Oviedo pendiente de reforma acoge una exposición gamberra y surreal
Una tortilla de cosas es una base de barro en la que el artista ovetense Israel Sastre va insertando los objetos que encuentra por ahí: la cazuela de una pipa, un lápiz pequeño, una canica... “Hacer tortillas es una justificación para todas las cosas que voy recogiendo”, bromea. Estos curiosos artefactos se pueden ver en su flamante Museo de las Feas Artes, sito en un edificio vacío de la calle de San Antonio, en el corazón del casco antiguo de Oviedo.
Vacío excepto por el piso donde el artista vive con su pareja, la historiadora del arte Inés Álvarez, quien ha colaborado para poner en pie en dos meses este extraño museo. Limpieza, pintura, reforma, creación, utilizando al máximo los elementos que encontraron sobre el terreno: placas de pladur, escombros y otros. “Era una pena que este espacio estuviera vacío hasta que lleguen las reformas, así que llegamos a un acuerdo con el dueño, que es algo así como nuestro mecenas”, explica Sastre. El propietario de este inmueble de cinco pisos de los años cincuenta les ha cedido el espacio para que desparramen su creatividad. “Se trata de una obra efímera; más efímera no puede ser”, añade el artista.
En un pequeño patio de luces se ve la cola de una ballena rosa chillón que parece caída del cielo. Los ambientes se van sucediendo en las estancias de cada vivienda, con una mezcla de lo dadaísta, lo surreal, el cómic, lo kitsch, lo pop... “Todo de manera inmersiva”, apunta Sastre. El desagüe de una bañera se convierte en un pintoresco faro. En un mural, un pantocrátor posa con un punk al fondo. La colorida virgen lisérgica gira en el horno.
En otra habitación, en la que parece que se ha practicado un exorcismo, un esqueleto humano se sienta bajo un gran secador de peluquería. El centro se puede visitar hasta finales de este mes, para disfrute de los amantes de un arte peculiar o de toda esa gente a la que le gusta ver pisos. El precio de la entrada: algo de comida no perecedera para iniciativas solidarias.
La terraza ofrece unas magníficas vistas de la torre solitaria de la catedral y del aledaño Museo de Bellas Artes de Asturias, al que este otro museo pone un contrapunto delirante, una nota gamberra y underground en una ciudad conocida por la formalidad burguesa de sus óperas, sus zarzuelas y sus premios Princesa de Asturias.
Para underground, la pequeña buhardilla, que recrea todos los estereotipos de la bohemia parisiense. Solo falta la botella de absenta, el hada verde de los poetas simbolistas. Álvarez comenta: “Todo ha coincidido para que podamos desarrollar este proyecto; no solo la cesión del espacio, sino también la llegada de la pandemia y la situación de ERTE y desempleo en la que nos encontramos. De ahí sacamos el tiempo”.
No es la primera intervención en (y sobre) su ciudad natal que realiza Sastre. Hace unos años, creó un movimiento en torno a una alcayata que había en la entrada del Museo de Bellas Artes. Cada jueves por la noche, cuando los trabajadores de la pinacoteca quitaban de allí el cartel con los horarios, Sastre congregaba a sus artísticos correligionarios para colgar, con nocturnidad, obras de la comunidad creativa local. De esta forma, se convirtió en un celebrado punto de encuentro y conspiración cultural.
“Tiene que haber formas de utilizar los espacios que están vacíos, más allá de esos cuentos asustaviejas de la okupación”, reflexiona. Algunos especialistas, como el periodista Pedro Bravo, opinan que las ciudades posteriores a la pandemia serán como un queso con muchos agujeros en locales, pisos o solares, por lo que habrá que idear formas de cesión para que artistas, ciudadanos o asociaciones llenen de vida esos lugares y eviten así que las ciudades cojan moho, telarañas y mueran.
Babelia
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