Carta a los Reyes, carta al padre
El 6 de enero debería ser declarado día mundial de la ficción. Hasta los periodistas la practican hoy
El 6 de enero debería ser declarado día mundial de la ficción. Está tan presente que hasta el Telediario informa de la llegada de los Reyes Magos como si fuera una visita de Estado, es decir, en serio. Es la fake news autorizada para todos los públicos. En 2014, un periódico incluyó en su crónica de la cabalgata de Barcelona una perla maravillosa: “Melchor, Gaspar, con cierto parecido al escritor Màrius Serra, y Baltasar llegaron incluso antes de las 16.30 horas en la tradicional goleta Santa Eulàlia”. Con cierto parecido. Pocas líneas antes, el anónimo cronista —bendito sea— señalaba que “bajo su blanca barba” el rey Melchor “recordaba a Antoni Vives, el teniente de alcalde de Hábitat Urbano”. ¿Quién dijo nuevo periodismo? Nadie había hecho tanto por la literatura desde que el Auto de los Reyes Magos puso la primera piedra de nuestro teatro medieval.
Las letras modernas —tan descreídas, tan antitodo— también tiene su anticarta a los Reyes: la que escribió a su progenitor Franz Kafka para pasarle factura. Lo entendió como nadie Augusto Monterroso, que, amigo de llevar la contraria, decía que, en el conflicto entre el autor de El proceso y su padre, él estaba del lado del padre. Era de los pocos en ese bando: la modernidad también ha sido kafkiana —y freudiana— en su afán por renunciar a una herencia plagada de deudas cuyo sentido descubrimos tarde. “Ahora sí te comprendo”, dice Javier Salvago en el poema ‘Padres e hijos’. “Ahora estoy jugando / en tu terreno. / Es la historia de siempre. / Ahora será mi hijo / el que te vengue”.
“Qué hombre tan maravilloso sería tu padre… solo con que fuera de otra manera”, decía la abuela de Paul Auster a la madre del escritor. Auster es, de hecho, el autor de uno de los grandes hitos de la narrativa paternofilial surgida en Nueva Jersey, La invención de la soledad, que sintetiza en una línea todo lo que la escritura tiene de urgencia y de memoria: “Pensé: mi padre ya no está, y si no hago algo deprisa, su vida entera se desvanecerá con él”.
Otro de esos hitos es Patrimonio, el libro en el que Philip Roth —también nacido en Newark— relata la muerte del suyo casi en tiempo real: “Voy a tener que dejarte ir, papá'. Llevaba varias horas inconsciente y no podía oírme, pero yo, conmocionado, asombrado, llorando, estuve repitiendo la frase una y otra vez, hasta creérmela. Después, lo único que me quedaba era ir a buscar su camilla a la habitación donde lo pusieron y sentarme a su lado. Morir cuesta trabajo, y él era un buen trabajador”.
Un padre es primero ese superhéroe que te da la mano para cruzar la calle; más tarde, ese señor al que dejas de dársela como rito de paso y, al final, ese hombre al que un día se la das de nuevo para que —con todos los honores que se merece un rey— cruce a la otra orilla en paz.
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