Se admiten manuscritos literarios
Que premios como el Biblioteca Breve o el Tusquets los hayan ganado autoras sin padrinos, fenómenos como el de Íñigo Redondo y que sellos como Acantilado estén volviendo a recibir originales hacen pensar que el sector está dando oportunidades a quien no las tendría, ¿pero lo está haciendo de verdad?
La historia se ha repetido cientos de veces. Un aspirante a escritor termina un libro y lo envía a su editorial favorita. Su editorial favorita no contesta. Lo envía a otra editorial. Y a otra. Y a otra más. En el mejor de los casos, recibe una nota de rechazo. O una que pretende darle esperanza: “Nos encanta lo que escribes, pero en este momento no tenemos hueco para algo así”. O: “Tu novela tiene mucho sentido del humor, pero el humor en España no funciona”. Algunos, malditos e históricos, como John Kennedy Toole, hartos de recibirlas, un día se metieron en el coche, accionaron la llave y dejaron que el monóxido de carbono se los llevase al otro mundo. Luego, su historia —la del suicidio— fue tan llamativa, que su novela —buenísima— se convirtió en el long seller internacional por antonomasia: La conjura de los necios. Nunca ha resultado fácil publicar sin padrinos, pero las últimas noticias hacen pensar que eso está cambiando en estos tiempos en los que lo anónimo tiene a menudo más me gusta que lo reconocido.
Raquel Taranilla (Barcelona, 37 años) ha ganado este año el prestigioso Biblioteca Breve, que convoca Seix Barral. Antes había publicado Mi cuerpo (El Lince). Lo envió a unas 25 editoriales; solo le contestaron dos. La primera le daba ánimos; la segunda le pedía tiempo. Acabó publicándola. Más adelante, terminó Noche y océano. “Como si fuese una especie de ritual, porque había leído que era prudente hacerlo en una web de escritores novatos, me fui al Registro de la Propiedad Intelectual y registré mi texto”, cuenta. Y prosigue: “Se lo envié a dos personas del mundo editorial; supongo que buscaba en ellos un consejo sobre si contratar un agente, sobre si destruir mi manuscrito o el teléfono de un editor dispuesto a publicarme. Nunca contestaron. También se lo envié a unas pocas editoriales que publican textos que me gustan. Nadie me contestó nunca. Pocos días después, lo envié al premio Biblioteca Breve y me olvidé del libro. Hasta que un buen día recibí la llamada bendita de [la editora de Seix Barral] Elena Ramírez”.
“La novela de Raquel sobresalió a lo largo de todo el proceso de cribaje de ejemplares para el premio, llegando hasta un jurado que quedó completamente deslumbrado por su valía”, apunta Ramírez. Lo mismo ocurrió, confiesa el editor Juan Cerezo con Temporada de avispas, de Elisa Ferrer (L’Alcúdia de Crespins, Valencia, 36 años), la desconocida ganadora del Tusquets de Novela de 2019. “Los miembros del jurado, que le concedieron el premio por unanimidad, quisieron subrayar la satisfacción que era para ellos encontrar novelas como esa y descubrir una nueva autora, con un futuro por delante”, comenta Cerezo. He aquí el punto en el que acertó Carme Riera, la editora de Literatura Random House que descubrió a Íñigo Redondo y decidió convertirlo en la apuesta del año del sello: su novela Todo esto existe va por la tercera edición. “No es tanto buscar como que se encuentre. Cuesta mucho dar con un manuscrito como el de Íñigo, pero buscar, buscamos”, incide.
El texto que ganó
el Biblioteca Breve
llegó a 25 firmas; solo contestaron dos
Riera rompe una lanza por los editores que la han precedido y quienes la sucederán y también por los agentes, porque no cree que la vuelta del manuscrito tenga algo de generacional, que no es que hoy los editores jóvenes quieran saltarse ningún tipo de filtro previo y dar voz a los que de otra manera no la tendrían. Siempre ha sido así, enfatiza: “Por supuesto que lo que nos gusta es la parte romántica, el sacar manuscritos de la pila y descubrir algo nuevo. A nosotros y a los agentes. Es nuestro trabajo. Sientes muchas cosas cuando estás en una subasta por un título extranjero que le va como anillo al dedo a tu catálogo, pero nada es comparable a encontrar a un autor que no conoce nadie”.
Una novelista desconocida de 36 años se hizo con el Tusquets por unanimidad
Recuerda la tarde de un fin de semana en que empezó a leer Todo esto existe. “Me estaba gustando tanto que creía que me la quitarían. Estaba convencida de que la tenía todo el mundo y de que el autor ya estaba recibiendo ofertas de otras editoriales. Convencidísima”, recalca. “Cuando llegué el lunes a la editorial y se lo conté a Claudio —López Lamadrid, fallecido en enero—, me dio luz verde y le escribí una carta de amor absoluta por correo electrónico a Íñigo, pensando que tendría muchos pretendientes y que tenía que hacer valer lo mucho que me había gustado la novela. Me contestó que le había puesto no sé cuántas velas a san Pancracio porque no pensaba que estas cosas pasaban. ¡Nadie más le había escrito!”, rememora. Así empezó la historia del primer libro del que Riera, que lleva tres años en Literatura Random House, se ha encargado directamente. Ella ha trabajado con el autor la edición del texto y ha contado su historia a la prensa para intentar transmitir el entusiasmo. Ahora no dejan de llegarle manuscritos a su nombre. Algunos los traen en mano, como ocurre en la editorial Acantilado que, tras un tiempo con el buzón cerrado, ha vuelto a aceptarlos.
Los grandes sellos acostumbran a tener lectores externos que se dedican a descartar textos. No es habitual, como ocurrió en el caso de Riera, que la propia editora dé sin más con el manuscrito. “En Tusquets tenemos lectores externos que nos hacen informes de los seleccionados por nuestro editor Iván Serrano, y en comité decidimos los que merecen la pena y yo acabo leyendo”, precisa Cerezo. De esas lecturas finales han salido novelas de Ramón González, Daniel Ruiz, Eva Blanch y el más reciente, Miguel Ángel Oeste, que se publicará en otoño. Siempre hay alguien ahí, aunque a veces puede no ser el alguien adecuado. “No sé si a otra persona le habría impactado como a mí la historia de Íñigo”, admite Riera
Infelices’, una aventura que ha tenido un final feliz
Javier Peña (Ourense, 41 años) acaba de publicar su primera novela, Infelices (Blackie Books). El milagro en su caso se produjo en forma de comida con amigos de una amiga que, casualmente, había leído su manuscrito. "Cuando terminé Infelices, me fui a una librería e hice una lista de las editoriales en las que me gustaría publicarla. Cuando llegué a casa, se la envíe a todas las que recibían manuscritos por correo electrónico. Entre ellas estaba Blackie. Ninguna contestó", recuerda ahora Peña. "La di a leer a dos amigas y a mi mujer, y una de esas amigas estaba un día con otros amigos que tenían unos primos de Barcelona. Le pidieron que se quedara a comer y los conociera. A ella no le apetecía mucho, pero se quedó. Resultó que una de ellas era agente y estaba empezando. Mi amiga le habló de mi novela, y se prestó a leerla. Le encantó. Dijo que la veía en Blackie. Llamó a Jan [Martí el editor de dicha firma], que dijo que la había marcado como interesante cuando la había recibido por correo. Fue un milagro. Si mi amiga no llega a quedarse aquel día a comer con sus amigos, ¿habría llegado hasta aquí?", abunda.
Así que los tiempos no han cambiado tanto en lo que respecta al entusiasmo editor por el hallazgo de la joya —ha pasado históricamente en España, y cabe la opción de remontarse al caso de Ray Loriga en los años noventa o quedarse en el de Juan Pablo Villalobos en la pasada década, un nuevo autor con una larga y estable carrera hoy salido de la pila de manuscritos—, aunque algo permanece del encanto del anonimato.
“No es que sea un valor en sí mismo, pero ha habido casos de primeras novelas con buen éxito de lectores, tanto en nuestro país como en otros países, y esto hace más probable que un editor apueste por un autor nuevo con una carrera por delante”, comenta Elena Ramírez, editora de Seix Barral. “El gran reto hoy en día es sostener esas trayectorias, con sus éxitos mayores y menores, y acompañar al autor en su pleno desarrollo como escritor”, concluye.
Babelia
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