Polanski triunfa en los “César de la vergüenza” ante la indignación de las mujeres
El director fue blanco de las protestas y dardos de feministas y artistas tras las últimas acusaciones de violación contra él, en la gala más controvertida de la historia del cine francés
Por un momento, pareció que el gas lacrimógeno iba a llegar hasta la alfombra roja. De hecho, la rozó, aunque para cuando empezaron a llegar las grandes estrellas invitadas a la 45ª ceremonia de los César, los principales premios del cine francés, ya se había disuelto. Quienes no se habían dispersado eran los cientos de feministas que protestaban la noche del viernes en los alrededores de la parisina Sala Pleyel contra el realizador Roman Polanski. Tampoco se esfumó la indignación —ni dentro ni fuera de la sede de la ceremonia— que rodeó toda la gala por las nominaciones récord a la película El oficial y el espía del realizador franco-polaco pese a las nuevas acusaciones de violación en su contra, lo que ha llevado a los críticos y a los manifestantes a calificar la fiesta anual parisina como “los César de la vergüenza”.
“Hay 12 momentos donde vamos a tener un problema esta noche”, adelantó al comienzo de la ceremonia la presentadora de la gala, la humorista Florence Forestier, en referencia a las 12 estatuillas a las que aspiraba el filme de Polanski. Finalmente, fueron solo tres, si bien dos de los César se los llevó directamente el realizador ausente, por mejor guion adaptado y mejor dirección.
“Bienvenidos a la última, digo la 45ª ceremonia de los César”, continuó entre las risas y sonrisas, más de una tensa, del público. La actriz Sandrine Kiberlain, que presidía la gala, la corrigió levemente después al calificar esta gala como “la última ceremonia de los César de una época y el principio de otra” tras un año “simbólico de la palabra liberada de esas voces valientes que se han alzado y que harán" deseó la actriz, "que no se sufra nunca jamás lo intolerable”, agregó en referencia a las denuncias realizadas por actrices como Adèle Haenel, que se ha convertido en una de las caras del #MeToo francés tras acusar al director Christophe Ruggia de haber abusado sexualmente de ella cuando era adolescente. El hecho de perder el César a la mejor actriz, finalmente otorgado a Anaïs Demoustier (Los consejos de Alice) hizo que se perdiera probablemente uno de los discursos más políticos de la noche. En vísperas de la gala, Haenel había declarado a The New York Times que “distinguir a Polanski es escupirle a la cara a todas las víctimas. Quiere decir: ‘No es tan grave violar a las mujeres”. La actriz abandonó la sala tras conocer que Polanski era nombrado mejor director. No fue la única: al menos una decena de invitados dejaron en ese momento de seguir la gala de los César más controvertida de su historia. La presentadora de la gala se negó, según periodistas, a tomarse la foto final y, en su cuenta de Instagram, se declaró "asqueada".
Aun así, no se equivocaba Forestier en sus predicciones. Ni siquiera el anuncio del realizador franco-polaco de que no acudiría a la gala —secundado horas después por todo el equipo de El oficial y el espía, una recreación del caso Dreyfuss— calmó los ánimos. La tensión era palpable en la sala, repleta de artistas que en las últimas semanas han manifestado abiertamente su irritación con la Academia del Cine francesa, aunque finalmente no aprovecharan los discursos de la ceremonia para denunciarla. En cualquier caso, no era solo por Polanski. Este no es al final más que un síntoma, consideran, de un problema mucho más amplio del cine francés: la opacidad en la gestión y la falta de paridad y de diversidad en la dirección y la membresía de la Academia que los rige, que llevan a situaciones como la lluvia de nominaciones a Polanski o a que, en sus 45 años de historia, solo una mujer, Tonie Marshall, se haya llevado el César en la prestigiosa categoría a la mejor dirección. Y eso fue hace 20 años. Podría haber cambiado la historia esta noche si hubiera ganado Céline Sciamma por Retrato de una mujer en llamas, pero habrá que esperar otro año más.
En un intento de apaciguar el descontento, la academia, cuya dirección dimitió hace menos de dos semanas de forma colectiva ante la incapacidad de frenar la crisis, había hecho, en vísperas de la gala, algunos gestos. Más allá de tener como presentadora principal a una mujer, también anunció el nombramiento interino, hasta que se aprueben nuevos estatutos más igualitarios en los próximos meses que lleven a una directiva también más diversa, a otra mujer al frente de la Academia de los César, la productora Margaret Menegoz. Como guinda, otra mujer, la actriz Sandrine Kiberlain, presidía la gala.
Ni Forestier ni Kiberlain ocultaron la dificultad de presentar una ceremonia rodeada de tanta presión y malestar y con el nombre de Polanski —que evitaron citar, refiriéndose a él como Popol, entre otros— y los abusos sexuales en el cine rondando toda la ceremonia. En los minutos iniciales, Forestier ya lanzó los “elefantes” de la gala: hizo bromas sutiles pero suficientemente evidentes sobre la diversidad (o su ausencia), sobre la falta de mujeres nominadas, habló de los “depredadores, perdón, productores” en el mundo del cine y “acosó” sexualmente a uno de los bailarines antes de mandarlo tras las bambalinas con la promesa de que “le preparará algunos contratos”.
El principal galardón de la gala, el César a la mejor película, fue para su gran rival, Los Miserables de Ladj Ly,—el duro retrato de la violencia en la banlieue parisina—, que también se hizo con el máximo número de estatuillas, cuatro (con el premio del público, actor revelación y montaje), de la noche. En la calle, las manifestantes volvían a clamar contra “los César de la vergüenza”.
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