‘West Side Story’ cambia el paso de Broadway seis décadas después
Una nueva versión del musical prescinde por primera vez de la coreografía de 1957 para introducir ritmos urbanos y latinos, como espejo de la tensión racial en la era Trump
El amor imposible de Tony y Maria regresará este jueves a los escenarios de Broadway, aunque lo haga en una versión muy distinta a la conocida. Más de seis décadas después de su estreno, el director belga Ivo van Hove, uno de los nombres más destacados de la escena contemporánea, asume el reto de reinventar West Side Story, el musical estadounidense por antonomasia. La versión que se estrena ahora en el Broadway Theatre de Nueva York está concentrada en una hora y 45 minutos sin entreacto —una menos que la puesta en escena original—, con una pantalla panorámica que reproduce en tiempo real los cuerpos tatuados de sus jóvenes intérpretes y sin la canción I Feel Pretty, eliminada del montaje.
Si el resto de la música original de Leonard Bernstein y Stephen Sondheim sigue en su lugar, Van Hove ha decidido prescindir, por primera vez en Broadway, de la mítica coreografía de Jerome Robbins, sustituyéndola por una propuesta vanguardista firmada por Anne Teresa de Keersmaeker, una eminencia de la danza contemporánea. “Es un nuevo concepto, una puesta en duda generalizada”, señalaba Van Hove, entrevistado a pocas horas del estreno de la obra, que ya ha generado casi dos millones de dólares en preventa de entradas, cifra solo superada por blockbusters con el recorrido de El rey león y Hamilton. “Siempre estuvo prohibido aplicar cambios, por lo que durante más de 60 años se ha seguido usando la puesta en escena original. Nadie se atrevía a pedir permiso. Yo sí me atreví, porque tenía una visión muy clara. Nunca habría hecho una recreación de la versión antigua”, señala Van Hove, autor de la ópera inspirada en la película Brokeback Mountain, estrenada en 2014 en el Teatro Real de Madrid, y de Lazarus, el celebrado musical que firmó David Bowie poco antes de morir en 2016.
La misión de Van Hove, en este caso, consiste en inscribir West Side Story en el presente. Su estreno en 1957 supuso una pequeña revolución en Broadway. En aquel tiempo, los musicales seguían transcurriendo en una burbuja alejada de la realidad social. La obra, inspirada en los casos de violencia callejera que colmaban los titulares, logró abrir otras vías para este género, demostrando que los conflictos entre bandas, las oleadas de inmigración y la xenofobia imperante en la sociedad estadounidense también pertenecían a ese mundo, ajeno a los finales infelices. Con el tiempo, ese musical distinto a los demás se convirtió en un icono cultural admirado por hordas de seguidores —entre los que se contaban nombres tan dispares como Jorge Luis Borges o Michael Jackson— y representado una y otra vez siguiendo la puesta en escena inicial, convertida en un dogma que no aceptaba cambio o innovación alguna. Y, con ello, desapareció la singularidad de una obra que, tras la noche del estreno, The New York Times tildó de “radioactiva”, por los efectos incurables que iba a tener en el espectador y en la cultura estadounidense.
Van Hove llevaba años soñando con el proyecto. Decidió convertirlo en realidad tras las elecciones estadounidenses de 2016, cuando entendió que la tensión social que permitió la victoria de Donald Trump podía “acabar llevándonos a la guerra”. “Subrayé los asuntos sociales y políticos que estaban escondidos en el texto. La obra contiene todos los temas de los que he querido hablar: la relación entre pobreza y agresividad, los abusos policiales, el racismo entre grupos sociales o la lucha por sobrevivir a través de la violencia”, responde Van Hove.
Si el texto original planteaba un conflicto entre Jets —estadounidenses blancos— y Sharks —inmigrantes puertorriqueños—, la puesta en escena de Van Hove tiene otro planteamiento. “Los Sharks son latinos de todos los orígenes, mientras que los Jets ya no pueden ser solo blancos. Cuando me subo al metro en Nueva York, veo a estadounidenses de todas las culturas, ya tengan raíces norteafricanas o del Medio Oriente”, afirma Van Hove. Aunque, de nuevo, esa tensión ya estuviera presente en la obra original, donde no se tardaba en descubrir que los blancos tenían origen polaco o italiano, siendo hijos de la anterior oleada de inmigración. “He querido recordar que todos los estadounidenses son inmigrantes, excepto los nativos americanos”, agrega el director. A ratos, cuesta adivinar quién se enfrenta a quién: en las peleas callejeras se confunden los tonos de piel de los miembros del reparto, un grupo diverso de 50 actores, 33 de los cuales debutan en Broadway con esta obra. “Busqué a gente joven de verdad. En el mundo de los musicales, se suele pedir a actores de 35 años o más que interpreten estos papeles, porque tienen más experiencia cantando y bailando. Yo me negué”, relata Van Hove.
De Keersmaeker, figura vanguardista que nunca aspiró a trabajar en Broadway, no dudó antes de aceptar la oferta, pese a que este no sea su mundo. “La danza contemporánea nació en el Nueva York de Merce Cunningham y Trisha Brown, por lo que me pareció la persona indicada”, señala Van Hove sobre su amiga y compatriota, con la que debutó en la Amberes de su juventud. Igual que Jerome Robbins se inspiró en los chicos del Spanish Harlem para diseñar sus pasos, la nueva coreógrafa siguió el rastro de jóvenes bailarines en YouTube y prestó atención a tendencias como el krump, baile surgido en los barrios pobres de Los Ángeles. El resultado no es el cataclismo posmoderno que cabía esperar, sino una reinvención hecha con respeto y sentido del espectáculo.
Pese a que la violencia prime sobre el escenario, el director quiso insistir en la historia de amor de sus protagonistas. “Hay un fatalismo en el texto, pero como director luché contra esa idea. Dirigí cada escena desde la esperanza, como si fuera a tener un final feliz, incluso si eso era imposible”, concluye Van Hove.
Un clásico que conserva su actualidad
La gestación del proyecto se ha visto afectada por distintas polémicas. En las últimas semanas, varias protestas han exigido el despido del actor Amar Ramasar, acusado de haber enviado por móvil fotografías explícitas de una bailarina en 2018. Además, dos asesores fueron contratados para mejorar la coreografía de Anne Teresa de Keersmaeker, considerada demasiado rígida (y no lo suficientemente latina) por algunos intérpretes. Ivo van Hove también ha introducido cambios respecto a las cuestiones de género. Maria ya no es una joven virginal, sino una mujer con opiniones rotundas. El director también ha subrayado el homoerotismo entre Tony y Riff, jefe de la banda de los Jets. “Para mí, está claro que tuvieron una relación, lo que no significa que sean gais”, dice. Estos cambios obtuvieron el beneplácito de Stephen Sondheim, último superviviente del cuarteto que creó un clásico que sigue de plena actualidad: Steven Spielberg también prepara una adaptación que llegará a los cines en diciembre.
Babelia
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