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Aprender historia también es tarea de niños

Los expertos en educación coinciden en la relevancia de la materia en la infancia

Visitantes de British Museum de Londres observan la Piedra Rosetta.
Visitantes de British Museum de Londres observan la Piedra Rosetta. getty

El mito, el relato explicativo, la narración del pasado traída al presente es tan antigua como la presencia del hombre sobre la faz del planeta. Encontramos mitos en el origen de toda comunidad, los vemos definir el carácter de sus miembros, atisbamos los comportamientos que en estos anticipan, y los que les recomiendan; también los ideales que promueven y aquello que se deriva de su cumplimiento. La presentación de Platón del alma como un auriga (o cochero) que, desde su capacidad para razonar, dirige dos caballos alados, uno noble y bueno y otro despreciable y pasional; las peripecias del rey Gilgamesh en la epopeya que lleva su nombre —la primera narración épica conocida, de hace 4.000 años—; o los viajes de Ulises por el Mediterráneo nacen de la aspiración de los humanos por comprender la historia, real o ficticia, de aquello que les precedió.

El conocimiento histórico, en sus formas más rudimentarias, ha formado parte del equipaje vital de los individuos desde el comienzo de los tiempos. No debería sorprender, por tanto, que la historia, como las matemáticas o las ciencias naturales, estuviera entre las materias que primero se abordan en los sistemas educativos. Los más jóvenes aprenderían a conocer y a vincular sucesos del pasado de la misma manera que hallan los divisores de un número o interiorizan las relaciones entre seres vivos que definen los ecosistemas más primarios.

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Esto ha sido durante años, sin embargo, un recurrente objeto de debate. En España, a partir de los años setenta la historia fue desplazada de la educación primaria y una generación solo la comenzó a conocer en etapas educativas posteriores, como cuenta Mario Carretero, catedrático de Psicología Cognitiva de la Universidad de Madrid. En su lugar, otras ciencias sociales, principalmente la sociología, suplantaron su espacio. “Era algo que resultaba razonable. Había estudios de referencia que lo aconsejaban y que resultaban razonables, pues hasta aproximadamente los 12 años, con la llegada de la pubertad, no se produce la revolución cognitiva que permite comprender cuestiones abstractas”, apunta el experto, quien, no obstante, puntualiza que lo anterior “no quiere decir que no se deban presentar contenidos históricos” antes de esa edad.

Con el paso del tiempo y gracias a diferentes estudios, la historia ha ido recuperando el espacio perdido. Comenzó a asumirse que aptitud y deseo son realidades muy vinculadas y que el interés de un niño por un puente o un acueducto romano es un indicio del entusiasmo en el que se puede convertir una simpatía aparentemente extraescolar. “Los programas educativos estaban subestimando las capacidades de asimilar conocimientos sobre la historia. Aquello era como impedirle a un bebé mover su cuerpo antes de aprender a andar”, apunta Paula Jardón, profesora de Didáctica de las Ciencias Sociales en la Universitat de València. “Además, se comenzaban a publicar estudios que indicaban que la comprensión del tiempo tenía lugar incluso antes de cumplir cinco años y que era posible realizar ordenaciones de hechos con menos de ocho. La cuestión no era de aptitudes, sino de elección de contenidos”, añade la experta.

En paralelo, los avances en la investigación y la determinación de parte del profesorado consiguieron que la historia dejara de presentarse como un relato cerrado y externo al alumno. Hoy se abre paso un cambio de paradigma en las emociones desde el que se enseña esta materia: una aproximación más cosmopolita sustituye al tradicional enfoque nacional que ha primado hasta ahora.

En esta línea, Nicolás Martínez, profesor investigador de Pedagogía en la Universidad de Murcia, apuesta por romper con la idea de “un único relato posible”. Defiende que la enseñanza de la historia “solo está completa si el alumno realiza su propia narración, de tal forma que derive de ella alguna relevancia para el presente”. La conexión con el pasado solo sería posible, según este enfoque, cuando lo colectivo pasa el filtro de lo individual. Una interpretación que implica que la historia solo se conoce en su devenir, a través de una línea temporal que se prolonga hasta hoy y que es diferente en cada alumno.

Pero si bien el relato granítico ha dado paso a la construcción de distintas narrativas, la libertad imaginativa no puede ser absoluta, coinciden los expertos. “Parte de la tarea de los docentes también es la de complementar las interpretaciones de los estudiantes, en especial cuando estas proceden de fuentes parciales y discutibles”, abunda Martínez.

Todo ejercicio innovador debe permitir la conciliación del estudiante, defienden los expertos. Por esa razón, apuestan por fomentar las actividades en las que el alumno reflexiona a partir de fenómenos con los que se da de bruces en al calle. Entender la secuencia histórica que explica el racismo o la intolerancia no está al alcance de un niño, pero indagar en sus causas sociales “sí es para ellos un ejercicio recomendable”, argumenta Carretero, pues “ayuda a reconocer vínculos e introducir ideas” útiles en etapas educativas posteriores.

“La clave está en la narrativa”, apunta Enrique Castillejo, presidente del Consejo General de Colegios Oficiales de Pedagogos y Psicopedagogos. “Los niños están acostumbrados a leer cuentos. En este hábito hay un terreno fértil para la historia, aunque más allá de determinados recursos, lo fundamental es cómo se formula el objetivo y cómo se diseña la estrategia”, subraya. Junto a los cuentos, películas y videojuegos que incluyen estéticas u otros componentes históricos ganan terreno. “Ofrecen contextos de interpretación, despiertan la imaginación y, en cuanto narraciones, desarrollan el pensamiento complejo e introducen emociones”, recuerda la profesora Jardón.

Emergencia climática y género

Estos nuevos enfoques dan cabida a temas que la sensibilización social ha comenzado a subrayar como imprescindibles. Introducir una historia que haga justicia a las mujeres en la configuración del presente o al carácter histórico de los fenómenos climáticos se perciben hoy como tareas inaplazables. Para Jardón, este es un error que se repite: “El género no solo está excluido por la ausencia de determinadas temáticas, también por la falta de mujeres en los libros, tanto en textos como en imágenes”.

Lo mismo ocurre con los actuales tratamientos de la crisis climática, “desconectada en ocasiones de sus evidencias históricas y geográficas”, resume la experta.En una sociedad en continua evolución, la vanguardia educativa apuesta por una aproximación de los niños a la historia inmersiva, imaginativa y donde el conocimiento tenga una función práctica. Para el pasado quedan las relaciones interminables de los reyes godos o el chorreo de fechas. La clave pasa por una vuelta a los orígenes: al cuento, al relato emancipador, al mito.

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