Saint-Germain-des-Prés, el mito cuestionado
El ‘caso Matzneff’, el escritor que alardeaba de su pedofilia, agita el debate sobre el barrio, símbolo de las élites intelectuales de París. Hoy vive asediado por el turismo y la presión inmobiliaria
California tiene Hollywood y Silicon Valley. Nueva York, Wall Street. Roma, el Vaticano. Y París —que sin ser capital cinematográfica, tecnológica, financiera o religiosa, aún preserva algo de su vieja irradiación cultural— tiene Saint-Germain-des-Prés.
Son unas manzanas apenas. Cuatro calles, dos o tres cafés, una brasserie, unas librerías, un teatro, una editorial. Pero, como mínimo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, esta aldea dentro de la gran ciudad acaparó una densidad insólita de escritores, críticos o editores por metro cuadrado. El barrio, que recibe el nombre de la iglesia homónima, fue la capital literaria y cultural de Europa. Eran los tiempos de los existencialistas, las cavas de jazz, las discusiones en los cafés Flore y Les Deux Magots, las revistas...
Como demostró el historiador canadiense Éric Dussault en el ensayo L’invention de Saint-Germain-des-Prés (no traducido al castellano), fue, desde el principio, un mito construido por los medios de comunicación y el cine. Como todos los mitos, se le ha dado por liquidado varias veces. Ahora —en esta época propensa a cargar contra las élites, las castas y sus instituciones, y este barrio lo es— vuelve a ocurrir.
La editora Vanessa Springora publicó a principios de enero El consentimiento, memorias en las que relata cómo, hace tres décadas, fue seducida por el escritor Gabriel Matzneff. Ella tenía 14 años; él, 50. Springora señala en el libro todo un mundillo literario que amparó y jaleó a aquel escritor de culto.
“El pánico sopla en Saint-Germain-des-Prés…”, sentenció en Le Monde el novelista Marc Weitzmann. En una terraza frente al Louvre, Weitzmann explica que este es “un mito romántico”. “Se apoya en la idea según la cual los escritores son genios aislados que tienen acceso a un cierto nivel de realidad, frente a la cual la realidad prosaica no tiene ninguna importancia”, dice. El caso Matzneff no se entendería sin una característica de Francia y de París; en realidad, de este barrio: la sacralización del autor.
Pese a ser desconocido —de sus últimos diarios, editados por Gallimard, se imprimían unos centenares de ejemplares—, Matzneff encarnaba la imagen del escritor que actúa como escritor y lo hace en su escenario por excelencia. La prunelle de mes yeux —dietario publicado en 1993 en el que cuenta con detalles íntimos y escabrosos la relación con Springora— es un quién es quién del mundillo político y cultural parisino de los años ochenta. Aparece el entonces presidente, François Mitterrand, admirador de su obra, de quien dice llevar una carta en el bolsillo para mostrarla en caso de ser detenido por corrupción de menores. El diseñador Yves Saint Laurent le financia durante meses un hotel. El filósofo Emil Cioran, a quien describe como su mentor, regaña a la niña Springora por supuestamente maltratar al dandi cincuentón. El café de Flore, la brasserie Lipp, el teatro del Vieux-Colombier, las editoriales: no solo el paisaje humano; también la geografía de Matzneff es la de Saint-Germain-des-Prés.
Weitzmann, que escribe en francés e inglés y acaba de publicar un ensayo sobre el antisemitismo en Francia, considera que en Matzneff se proyectan dos tradiciones autóctonas. La primera es la que él llama la “tradición teológica-teórica revolucionaria”, es decir, de izquierda primero comunista y después antisistema y transgresora. Es la misma que, en la estela de la liberación sexual de 1968, llevó en 1977 a algunos de los intelectuales de más renombre a firmar manifiestos para despenalizar las relaciones de adultos con menores. La segunda tradición, más bien de derechas, es la del “satanismo ligero” del que hablaba el poeta Baudelaire, un dandismo superficial. Todo esto, argumenta Weitzmann, en un ambiente de cultura cortesana que viene de Luis XIV. “El modelo, que es neofeudal, es el de los salones, que Balzac ya describió pero que puede remontarse al Antiguo Régimen", dice Matzneff, en su opinión, representaría el caso llevado al extremo del escritor romántico desgajado de la realidad y atrapado en lo aparente: estilo para unos; la ideología para otros.
Podría ampliarse la geografía de Saint-Germain-des-Près –nunca han estado claros los límites, aunque el músico-escritor Boris Vian los fijó en su Manual de Saint-Germain-des-Près hasta el Barrio Latino. Entonces aparecería, en un radio no mucho más amplio, la zona que, además de concentrar el poder cultural y literario, también abarcaría el educativo y científico: la Sorbona, la Escuela Normal Superior, el Colegio de Francia… En el ensayo Civilisation, de 2017, Régis Debray, que es uno de los ejemplares más ilustres del lugar, imaginaba que él mismo, tras hibernar desde los años sesenta, se horrorizaba al despertarse al descubrir el barrio lleno de restaurantes de comida rápida y de cadenas de ropa multinacionales.
Hoy el Flore y el Deux Magots están llenos de turistas y la cerveza cuesta 10 euros, el precio del metro cuadrado supera los 15.000 euros y queda solo una librería donde los libros más polémicos de un vecino casi anónimo hasta hace unas semanas han dejado de venderse. Gallimard y los otros editores de Gabriel Matzneff los han retirado de la venta.
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