‘1917’, la favorita de los Oscar 2020, vista por un militar cinéfilo
El coronel José Manuel Fernández López, autor de 'Con las botas puestas', analiza los errores de la recreación de Sam Mendes del frente de la Primera Guerra Mundial
La Primera Guerra Mundial iba a durar poco y se convirtió en una larga contienda con cerca de 18 millones de muertos y unas consecuencias que marcaron el siglo XX. La lectura que de ella ofrece 1917, de Sam Mendes, una de las más firmes candidatas a hacerse el domingo con la estatuilla a la mejor película en la gala de los Oscar, incurre en varios errores que parecían superados en el cine reciente. Y eso, inevitablemente, hace que la propuesta pierda interés.
Entre esos fallos hay una vuelta a un maniqueísmo superado hace décadas, cuando parecía que ya habíamos abandonado lo de los alemanes malos y tontos y los aliados buenos, listos y guapos. Esa falta de profundidad se extiende a la nula reflexión que la historia plantea sobre la guerra misma. Tampoco se deslizan críticas al mando.
La coartada del supuesto espectáculo perfecto ha servido a muchos para ensalzar 1917. El mantra de “la película está muy bien hecha” es uno de los más repetidos, cuando lo menos que se le puede pedir en el año 2020 a un filme es eso.
También resulta preocupante la alteración de la realidad militar histórica. Mendes se escuda en que su abuelo hizo algo parecido a lo que aparece en el filme o le contó algo similar. Sin embargo, los jefes de unidad no andaban por el frente como aquí aparece en la figura del coronel estirado interpretado por Benedict Cumberbatch. Los mandos de unidad estaban en castillos y villas alejados de la miseria de los soldados, y cómodamente despachaban desde allí. Muchos de ellos dormían en camas con sábanas limpias, pero parece que este detalle no le interesa a Mendes. Fue precisamente a raíz de esta guerra y de ver cómo gran parte de la oficialidad no pisaba el frente cuando cambió el concepto del mando. Desde la Guerra del Rif y la Segunda Guerra Mundial, los oficiales fueron delante, con la tropa, y muchos cayeron.
El aspecto militar no se refleja en pantalla, sino que se apuesta por una acción más cercana a la vivida por un jugador pasivo de videojuego. La mayoría de los soldados que fueron a la Gran Guerra eran analfabetos y bastante jóvenes. Lo habitual era que se defecaran en sus uniformes por miedo antes de entrar en combate. En 1917 no se muestra ese terror, sino que se apuesta por sacar un montón de ratas y un ejército de “malos” alemanes a los que no pueden llamar “nazis” porque aún no existían.
Y Mendes no cuenta lo que pasó en la batalla del Somme, cuando a las pocas horas había más de 8.000 ingleses muertos por la incompetencia militar británica, similar a la que se produjo en Balaclava o Galípoli.
En 1917 no hay ritmo narrativo, como en Objetivo: Birmania; no hay retrato certero de distintos estilos del mando, como en Whisky y gloria; no hay sensación de derrota o triunfo, como en El puente sobre el río Kwai. La comparación con Alas, de William A. Wellman, o con Los mejores años de nuestra vida, de William Wyler, deja muy atrás a 1917. Sobre la Primera Guerra Mundial son mucho mejores Senderos de gloria o Sin novedad en el frente.
José Manuel Fernández López es coronel del Ejército de Tierra. Acaba de editar Con las botas puestas (Edaf) y es autor de Diccionario de películas del cine bélico (T & B).
Babelia
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