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Pablo Larraín: “Solo entiendo el cine como una bola de fuego”

El cineasta chileno estrena 'Ema', una indagación en las nuevas familias, el reguetón y las jóvenes generaciones, y una premonición sobre las revueltas sociales en su país

El director Pablo Larraín, en el pasado festival de Toronto. En el vídeo, tráiler de la película 'Ema'.Vídeo: Stephanie Keenan
Gregorio Belinchón

Ema levanta al cielo un lanzallamas, y el fuego, una lengua de furia que ilumina todo cuanto le rodea, se recorta en el cielo oscurecido de Valparaíso. Ema es una joven bailarina, emparejada con el coreógrafo y director de su compañía, Gastón, mayor que ella. Han devuelto a los servicios sociales al chaval que habían adoptado, por su salvaje comportamiento; el matrimonio se está descomponiendo. Entre los reproches y el deseo, entre sexo liberador y bailes de reguetón en plena calle, desde el caos y la destrucción hasta el amor más puro, por esa senda se mueve Ema, que se estrena en España el próximo viernes, la octava película de Pablo Larraín (Santiago de Chile, 43 años), el autor de Tony Manero, No, Jackie o Neruda, y que coincide con El club en que se desarrolla en Valparaíso, en la rapidez de su ejecución y en esa frialdad que emana la pantalla en los momentos más intempestivos.

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Viernes tarde en España, media mañana en Nueva York. Al cineasta le despierta la llamada telefónica. “Estuve trabajando hasta tarde”, excusa su voz somnolienta. Por primera vez, Larraín ha abandonado en su cine a las generaciones mayores que la suya para girarse y observar a los jóvenes. Ema (Mariana Di Girolamo) irradia fiereza en sus veintipocos años, no se mueve, percute; Gastón (Gael García Bernal) no parece encontrar su sitio en la relación ni comprende lo que está pasando. En un momento dado, al coreógrafo, extranjero, sus bailarinas le califican de “artista turista”; en otro, su pareja asegura que es un intenso al que hay que alabar constantemente. ¿Una posible referencia a los cineastas? A Larraín se le escapa la carcajada: “No es así. Bueno, puede ser. Porque el turista también ve de manera distinta cosas que para la gente del lugar son ordinarias”. Sobre el cambio generacional, Larraín siente que fue un “desafío bien grande”. “Es gente crecida y educada en este siglo, y quienes hemos hecho esta película somos del siglo pasado. Nos hemos acercado a una sensibilidad muy distinta acerca de la familia y la sociedad a través del cine. Ha sido un proceso de aprendizaje brutal”. Larraín confiesa su admiración por ellos: “Sus códigos de funcionamiento son distintos, muy poderosos y novedosos. Es, por cierto, la generación que se ha puesto sobre los hombros la lucha contra el cambio climático y ha liderado el estallido social en Chile desde el pasado 18 de octubre”.

Ese estallido, que ha vuelto del revés a todo el país, pilló también de sorpresa al cineasta. Y aunque Ema contenga pistas sobre el futuro (arranca con un plano de un semáforo, instrumento normativo por excelencia, en llamas), insiste: "En nuestra cultura se advirtieron ciertas señales, aunque en ningún caso yo lo vi venir. No tuve la premonición. Al igual que el resto de Chile, yo desperté ese día. Puede que haya conexiones desde la película, en su manera de encarar la sociedad con elementos como el fuego, pero porque esa generación es así. Chile se movió de manera colectiva, no puedo arrogarme nada". Y lo mismo vale para su Ema protagonista: "Su comportamiento sorprenderá a algunos espectadores, acostumbrados a cine modelista. Yo nunca me he atrevido a juzgar a un personaje. Lo que me interesa de Ema, que es de lejos mi trabajo que mayor polémica ha generado, es que opera en cada espectador según la biografía de ese espectador. Cada uno juzga en base a su canon ético y estético. Es algo valiosísimo de la película".

Porque Larraín nunca ha militado en un cine normativo, evangelizador. "Solo entiendo el cine como una bola de fuego que administra quien lo está viendo". Ell director chileno confía en la sensibilidad del espectador. "Que sepa que la Humanidad está en riesgo, y que por eso batalla por un cambio. Ema está contada desde el punto de vista de una mujer en crecimiento, que madura, que hace cosas que algunos no podrán entender, que aprende qué tipo de vida desea tener, forja su identidad. Para mí, el cine es deseo".

La historia nació desde el interés del director de reflejar las nuevas familias, y las trabas que hay en Chile para conformarlas. "En mi país, el Sename, el Servicio Nacional de Menores, articula las adopciones. Y ellos crearon el ranking de idoneidad para valorar los padres que desean adoptar, una medición que mostraba todas las distintas formas de discriminación del sistema. El concepto idoneidad conlleva en la vida discriminación". En Ema se escucha: "El sistema está hecho para eliminar gente como ustedes", y eso vale tanto para la adopción como para mucho más. "Por suerte, eso está cambiando en Chile, porque lo importante en una familia no importa si los progenitores son heterosexuales u homosexuales, sino si hay amor y cuidado. Históricamente ha habido todo tipo de familias, no solo las de padre y madre". Y Larraín se lamenta: Siempre habrá alguien que se autoarrogue representar el sistema, la moral, lo que resulta irrisorio".

En un momento del metraje, estalla el reguetón. Para el coreógrafo, "es música de cárcel, para no pensar; provoca ilusión de libertad, cuando en realidad significa dormirse en la derrota". Para la bailarina, "es un baile feliz, por supuesto sexual, porque si el orgasmo es vida se puede bailar". ¿Y para Larraín? "No tenía mucho interés por el reguetón, y durante el rodaje me sedujo. Es un ritmo insaciable, se te mete en el cuerpo. Y es una música que al bailarla te saca lo mejor y lo peor, te retrata, revela una capa de la personalidad que solo se enseña al danzar". Y vuelve al inicio de la conversación: "Un artista no debería de tener una opinión fabulosa de sí mismo ni atreverse a sermonear al público. Su labor es poner en escena ideas, deseos, personajes y problemáticas".

Codo con codo con Stephen King

Pablo Larraín está en Nueva York preparando el rodaje de la serie La historia de Lisey, basada en la novela homónima de Stephen King y guionizada, en un hecho excepcional, por el mismo escritor. "Cuando me ofrecen un material externo, me atrae entrar en zonas desconocidas con historias fascinantes. Nacen lejanos a mí y me acerco a ellos". Sobre la serie, cuenta, teniendo cuidado con los contratos de confidencialidad, algo más: "La televisión se hace igual en todo el mundo, más allá de las barreras idiomáticas. En esta serie se mezcla el terror psicológico y el drama en una historia cimentada en la memoria, en cómo una mujer [Julianne Moore] encara el mundo tras la pérdida de su marido [Clive Owen]. Son materiales nuevos para mí, códigos narrativos fascinantes a los que me tengo que adaptar, y en los que debo buscar mi voz. Ese proceso ha supuesto un gran desafío".

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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