No os fieis de los intelectuales
En la nueva versión de 'Drácula', ni el mal que representa el vampiro es puro, ni el bien de Van Helsing tan desinteresado
En el segundo capítulo del Drácula de la BBC (para estos pagos, en Netflix), el conde y Van Helsing, su cazavampiros, juegan al ajedrez, en un homenaje descarado a la partida que la muerte y Antonius Block disputan en El séptimo sello de Bergman.
Michel Pastoreau, historiador de los colores, cuenta que las versiones primitivas del juego eran rojas y negras. Al llegar a Europa, el blanco sustituyó al negro, y a partir del siglo XIII, el ajedrez medieval de rojas y blancas fue dando paso al damero actual de negras y blancas, dejando muy claro el simbolismo de los opuestos. Entre los dos jugadores no caben el acuerdo ni el término medio: la luz contra la oscuridad, el bien contra el mal. Siempre que dos personajes juegan al ajedrez, están decidiendo el destino del universo entero.
Lo hermoso de la partida de la serie (que es un pastiche soberbio que se parece al Drácula de Stoker lo mismito que Verano azul a una de Tarantino) es que el mal que representa el vampiro no es puro, ni el bien de Van Helsing es tan desinteresado. En esta versión, el monstruo y su cazador son intelectuales que se divierten poniéndose acertijos. Parecen Hannah Arendt y Adolf Eichmann en Jerusalén, pero Van Helsing no tiene los cimientos éticos de la filósofa alemana, y Drácula es muchísimo más fascinante que ese señor calvo que intentaba pasar por chico de los recados de Hitler.
Puede que este Drácula esconda un alegato contra la intelectualidad. Sin destripar nada (qué verbo más conveniente en esta historia), adelanto que Van Helsing es capaz de sacrificar muchas vidas para satisfacer su curiosidad sobre el personaje que supuestamente quiere derrotar, pero que en verdad admira. La moraleja es clara: no os fieis de los listillos, pues solo les preocupan sus juegos de palabras.
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