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Crítica | Otra vuelta de tuerca
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fantasmas en la era ‘grunge’

A la película la han crucificado los críticos foráneos y quizá sea excesivo, porque aguanta dos tercios de historia; eso sí, en el último trecho se derrumba

Los dos niños y la institutriz de 'Otra vuelta de tuerca'. En el vídeo, el tráiler.
Javier Ocaña

Con todo lo que ha ido lloviendo a lo largo de la reciente historia del cine de terror, no son pocos los problemas de base que implica abordar otra adaptación de Otra vuelta de tuerca, la inmortal novela de fantasmas de Henry James, de nuevo en pantalla grande, esta vez en versión de la canadiense Floria Sigismondi, con guion de los hermanos gemelos Chad y Carey W. Hayes, especialistas en el miedo.

El primero de ellos es que no son pocas las visiones desplegadas del relato de la institutriz recién llegada a la solitaria mansión donde debe hacerse cargo de un par niños huérfanos —la penúltima, plenamente contemporánea, la serie de televisión de Netflix La maldición de Bly Manor—, con todo lo que conlleva respecto a la inevitable sensación de ya visto y oído. El segundo de los contratiempos es que una de esas traslaciones, Suspense (Jack Clayton, 1961), es una película formidable, de enorme influencia posterior, que conseguía con sutileza, elegancia y sabiduría visual, y apenas tres presencias sobrenaturales expuestas en imagen durante un cortísimo periodo de tiempo (un puñado de segundos), lo que otros no logran con decenas de tentativas de heladura de piel a base de tropecientos mil efectos de sonido y efectos especiales. El tercero es que el influjo de la película de Clayton ha sido tan poderoso y constante sobre el terror gótico de los últimos 30 años, con Los otros, de Alejandro Amenábar, a la cabeza, que la impresión de reincidencia se multiplica.

La novedad inicial de la versión de Sigismondi, fotógrafa, artista visual y realizadora de videoclips, está en su ambientación: años noventa, inmediatamente después del suicidio de Kurt Cobain, y con cierto ascendiente sonoro del grunge y el punk en sus canciones, que suenan en modo diegético, desde dentro del relato, ofreciendo un contraste con el espacio gótico de la casa sorprendentemente bueno. Mackenzie Davis, actriz de la estirpe de la Deborah Kerr de Suspense, con mirada de mujer poderosa e inteligente, es una estupenda elección. Como también lo son el inquietante Finn Wolfhard de Stranger Things, para el papel del perverso chico mayor, y de Barbara Marten, mirada líquida, huesos como ángulos, para interpretar al ama de llaves.

A la película la han crucificado los críticos foráneos y quizá sea excesivo, porque esta Otra vuelta de tuerca aguanta dos tercios de historia con su retrato del clasismo y el engreimiento. Eso sí, en el último trecho se derrumba: el subtexto de la herencia de la locura no se desarrolla; el carrusel final de sustos es casi patético y, por no componer un final canónico y fiel, experimenta con dos desenlaces a la vez, confusos y caprichosos.

OTRA VUELTA DE TUERCA

Dirección: Floria Sigismondi.

Intérpretes: Mackenzie Davis, Brooklynn Prince, Finn Wolfhard, Barbara Marten.

Género: terror. EE UU, 2020.

Duración: 94 minutos.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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