Las instrucciones del inquisidor están en el techo
Un libro recorre las alegorías doctrinales que el cardenal Niño de Guevara impulsó en el palacio arzobispal de Sevilla
El cardenal Fernando Niño de Guevara (1541-1609), temido inquisidor general a quien El Greco retrató en 1600 antes de dejar Toledo, fue nombrado arzobispo de Sevilla en 1601. Además de ejercer su cargo, decidió dejar bien claro a sus sucesores cuáles eran sus deberes. Las instrucciones están pintadas en el techo del salón principal del palacio arzobispal, en 60 obras realizadas entre 1603 y 1624 con orlas en latín que recuerdan las virtudes precisas para el puesto eclesiástico: modestia, frugalidad, abstinencia, castidad, abnegación, fidelidad, desapego al dinero…
“El de Sevilla es el único palacio arzobispal que incluye un mensaje destinado al buen gobierno de la diócesis. Propone el modelo que deben seguir los arzobispos vinculándolo a distintas aves a través de frases de la Biblia”, detalla Enrique Valdivieso, especialista en el barroco sevillano que acaba de publicar con Gonzalo Martínez del Valle Los techos pintados del Palacio Arzobispal de Sevilla.
Así, junto a la tórtola, figuran las palabras “Sin que nadie la consuele”: simboliza la fidelidad, porque cuando pierde a su pareja vuelve al árbol en el que vivieron y sigue solo. La abubilla encarna la frugalidad; el cisne, el candor del alma; el pavo real, la vanidad —”Toda la carne es como hierba y toda su gloria, flor de campo”—; la garza, la soberbia... y así hasta una treintena de aves, identificadas por el ornitólogo Tomás García Rodríguez.
El libro, editado por la Universidad de Sevilla y fruto de tres años de investigación, recorre los 118 lienzos encastrados en tres techos del segundo piso del inmueble. El edificio, de 6.700 metros cuadrados, fue construido frente a la catedral en el siglo XVI y remodelado en el XVIII. “Por su arquitectura y decoración, es el mejor palacio arzobispal de España”, destaca Valdivieso, catedrático emérito de historia del arte y autor de más de 30 libros.
“No hay nada pintado para adornar. Todas las imágenes tienen una intención catequista: el arzobispo tenía que propagar la doctrina cristiana y combatir a los enemigos de la fe. Todo eso está descrito a través de un programa iconográfico. Creemos que el techo del salón principal lo ejecutaron Girolamo Lucenti, quien se ocupó de las escenas bíblicas, y Antonio Mohedano, que pintó las naturalezas muertas y los pájaros con las frases en latín”, precisa Valdivieso. “El conjunto, cuyos autores crearon inspirándose en distintos grabados, es un barroco incipiente todavía inspirado en el clasicismo. El estado de conservación del salón es malo, ya que algunos lienzos se horadaron para colgar lámparas y cuando se retiraron años después los huecos se taparon mal”, indica.
El experto comenta que “Mohedano comenzó trabajando en el techo de la Galería del Prelado y es también autor de sus cenefas de frutos y aves”. De las 27 obras encastradas de esta galería, ocupan el espacio central cuadros sobre los cuatro elementos salidos del taller de Paolo Flammingo, a los que se añadió Escena de cocina, una obra adquirida en Venecia en la que una cocinera dispuesta a entrar en faena es cortejada por un joven. “La Iglesia no podía tolerar esa leve referencia erótica, así que borraron al hombre antes de colocarla en el techo. La figura masculina se descubrió en una restauración en 2005 y ahora se muestra como era originalmente”, cuenta Valdivieso.
El tercer techo es el del anteoratorio, con 31 pinturas realizadas entre 1663 y 1669. Rodean a una gran asunción de la Virgen, inspirada en una Inmaculada de Murillo, los 12 apóstoles y naturalezas muertas con más pájaros alegóricos o mitológicos, como el ave del paraíso, “que no puede tocar el suelo porque no tiene patas y siempre está volando. Cuando cae muerta su cuerpo no se corrompe”, metáfora de la espiritualidad cristiana en su intento de aproximarse a Dios y alejarse del mundo.
Babelia
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