Derek Jarman, el cineasta que debió ser jardinero
La Filmoteca Española y el Reina Sofía dedican una retrospectiva al artista que impulsó el cine ‘queer’ y fusionó su vida como activista con su obra radical
La cabaña, y el jardín que la circunda, están en un terreno desértico cerca de un central nuclear. En realidad, era una pequeña casa de pescadores antes de que Derek Jarman se mudará allí en 1986, después de que le diagnosticaran VIH. En la costa de Kent, azotada por el viento, Prospect Cottage se convirtió en su última gran —y probablemente más amada— obra de arte. En el jardín delantero de su hogar en Dungeness, Jarman se lanzó a las formas geométricas, con grava fina y plantas resistentes; levanta conjuntos de esculturas de pequeñas piedras, usa madera traída por las olas, aparecen clavelinas, santolinas y amapolas. El patio trasero, aún más agreste, parece más un museo al aire libre con anclas, objetos oxidados, viejas herramientas. Y más plantas, que sirven para que se diluyan las fronteras entre el mundo de Prospect Cottage y el erial que la rodea: ya no sabe dónde empieza uno y acaba el otro.
James Mackay, su amigo, el productor de los cortos punk de Jarman y de su largo Caravaggio, recuerda: “Derek fue director de cine y de vídeos musicales, escenógrafo, activista por los derechos gais, escritor, pintor, diseñador de vestuario... Disfrutó de esas facetas, pero sobre todo él se sentía jardinero”. Mackay es el comisario de la retrospectiva coorganizada por la Filmoteca Española y el Museo Reina Sofía que hasta el 28 de diciembre enseñará al público sus largometrajes, sus super 8, sus videoclips y sus experimentos teatrales. A este homenaje se han unido este año la reedición del libro fotográfico con textos del cineasta e imágenes de Howard Sooley, Derek Jarman’s Garden (Thames & Hudson, 1995) y el singular homenaje en forma de disco de la compositora y guitarrista italiana Alessandra Novaga, I Should Have Been A Gardener (Die Schachtel), en la que una grabación de la voz del propio Jarman lo reconoce: “Debería haber sido jardinero”.
El londinense Derek Jarman, fallecido a los 52 años en febrero de 1994 por complicaciones derivadas del sida, definió como pocos, con su obra, el cine queer. Se rebeló contra el predominante audiovisual hetero, fusionó vida y obra en pos de ese logro, el de subrayar la importancia y la defensa de la diferencia. Y desde ahí, miró, como acto de disidencia, la Historia. “Era un erudito, y a la vez nunca se permitió distanciarse del resto, de charlar sobre la vida y del trabajo con quienes le rodeaban”, recuerda por correo electrónico Mackay, que conoció a Jarman en 1979, cuando este presentaba una sesión de sus super 8 en una cooperativa de cineastas londinenses. “A su obra le une su energía, que le alimentaba a él y a quienes le rodeaban”, escribe el productor, que subraya como mayor logro del cineasta “la verdad de su arte”. ¿Hay hoy directores parecidos a él? "Todos los que sean fieles a sí mismos y no se dejen llevar por los otros”.
Hijo de un oficial de la RAF y de una experta en arte, Jarman estudió en el King’s College de Londres y en la Escuela de Arte Slade. De ahí procedieron sus conocimientos de Historia antigua y del arte, iconografía religiosa y literatura. Todo lo absorbió y lo deglutió convertido en material fílmico. Fue el escenógrafo de Ken Russell en Los demonios (1971) y El mesías salvaje (1979), antes de lanzarse él mismo tras las cámaras. Su primer largo, Sebastianne (1976), se centró en San Sebastián, soldado romano del siglo IV, que fue canonizado en la Edad Media y que hoy es el icono homosexual por excelencia. Jarman decidió rodarla en latín y mostrar la primera erección de una película no calificada como X. Ante la cantidad de desnudos mostrados, el cineasta se mofaba de la pregunta respondiendo: “No teníamos dinero para vestuario”.
Después llegarían, entre otras, Jubilee (1978), que ahonda en la frustración del punk británico; La tempestad (1979), su versión de la obra de Shakespeare; Caravaggio (1986), su gran éxito popular, que subraya la rebeldía y la homosexualidad del pintor barroco; o War Requiem (1989), que mezcla la composición sinfónica de Benjamin Britten con escenas de la Primera Guerra Mundial, para, a través de la imaginería militar, construir un alegato antibélico. Como siempre, Jarman tan activista como perturbador. Fue, además, la última película de Laurence Olivier, y otra más de las numerosas colaboraciones entre Jarman y su amiga Tilda Swinton. La actriz escocesa recordaba así para EL PAÍS a su mentor: “Mis raíces se asientan en el cine que Dereek hacía, y que descubrí con él. No quería actuaciones sino movimientos, presencia, autenticidad”. A lo que Mackay añade: “Y también pedía espíritu de aventura”.
Cuando en 1986 le diagnosticaron el sida, Jarman decidió comprar Prospect Cottage. Siguió con el cine —como The Last of England (1987), Eduardo II (1991) o Wittgenstein (1993)—, dirigió más vídeos musicales (colaboró con Suede, Pet Shot Boys, Marianne Faithfull o The Smiths), incrementó su activismo social en apoyo a los enfermos del sida y explotó su pasión por la jardinería. “Desde niño amaba las flores”, recuerda su productor, “y de ahí su relación tan especial con el color, como queda claro en su libro Croma, un tratado sobre los tonos”. O en Blue (1993), película en la que solo se ve un plano azul inalterable de 79 minutos acompañado de un rosario de voces que leen un texto del cineasta sobre su enfermedad, su militancia y la cercanía de su muerte.
Mackay recuerda su último encuentro: a finales de 1993, “rebuscando libros de segunda mano en Charing Cross Road”. Después se fueron a comer a un restaurante chino. Tras la muerte de Jarman el 19 de febrero de 1994, Prospect Cottage quedó al cuidado de su pareja, Keith Collins, que mantuvo el legado hasta su fallecimiento en 2018. A punto de acabar en otras manos privadas, y perder su esencia, Mackay, Tilda Swinton y otros compañeros de viaje de Jarman organizaron una campaña de micromecenazgo para salvar la cabaña. En solo 10 semanas, periodo que se cerró en abril, recaudó 3,6 millones de libras (3,9 millones de euros) gracias a más de 8.000 donantes. “El apoyo del público fue abrumador”, escribe su amigo, que asegura que siempre habrá devotos de Jarman: “Todos los grandes artistas son descubiertos y redescubiertos”.
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