Fantasmagoría gallega

Obra inequívoca del Novo Cine Galego, Lúa vermella, segundo largometraje del vigués Lois Patiño, se acerca al drama del naufragio en la mar desde códigos vanguardistas y líricos tanto en la narración como en su combinación de imágenes, sonidos y textos, articulando una fantasmagoría sobre el modo de ser de la tierra, con su melancolía y sus supersticiones. La habitual simbiosis entre el paisaje físico y el paisaje humano de las películas más apegadas al estilo del movimiento cinematográfico gallego, del que, entre otros, forman parte Óliver Laxe, Xacio Baño, Jaione Camborda y Eloy Enciso, surge de nuevo con un trabajo de deslumbrante capacidad visual, mucho más cercano a la instalación artística o a la videocreación de museo que al cine comercial convencional.

Y, sin embargo, como debe ser, y eso ya es un triunfo, se estrena en salas: para que el perseguidor de otro tipo de acercamientos audiovisuales pueda recibir la película entre el recogimiento, el estado mental y la oscuridad que merece.

Tras el documental Costa da morte (2013), premio al mejor cineasta emergente en el Festival de Locarno, Patiño reflexiona sobre la identidad de la tierra a través de un desfile de imágenes asentadas en un único patrón cercano al tableaux vivant: un ser humano con la mirada perdida, pasmarote espectral, inmerso en un entorno físico de enorme atractivo con el que se abunda (o se contrasta) en su estado de transfiguración, mientras de fondo resuena una música atmosférica de corte disonante que multiplica las sensaciones, y en off esas mismas criaturas de la tierra trazan textos como el que exhala amargura.

Todos esperan al Rubio, un marinero desaparecido en alta mar, pero lo esencial es el estado de meditación, el trabajo fotográfico del propio Patiño y el de dirección de arte de su colega Camborda, y la invocación a la luna roja del título, convertida aquí en voz de la conciencia y del duelo.