Muere el director de cine Francesc Betriu a los 80 años
Cineasta con visión irónica de la vida, entre sus títulos destacan las adaptaciones de ‘La plaza del diamante’ o ‘Réquiem por un campesino español’, comedias como ‘La duquesa roja’ y documentales como ‘Mònica del Raval’
Pocos cineastas españoles han sido tan eclécticos como Francesc Betriu (Organyà, 1940), que falleció ayer a los 80 años. Betriu luchó por un cine libre y chocó por ello con la censura franquista, que destrozó algunas de sus primeras películas, pero a lo largo del tiempo supo encontrar en el documental y en las adaptaciones literarias un campo de expresión. Fue la Filmoteca de Catalunya la que anunció en Twitter su fallecimiento, y de él destacaba su legado de adaptaciones literarias, que definía como “títulos clave de la Transición y retratos de personajes femeninos poderosos”. Por su obra recibió el pasado mes de marzo el premio Gaudí de Honor, que la Academia del Cine Catalán justificó así: “Por su consistente y dilatada carrera, su firme compromiso social y por la diversidad de la producción". De ahí su "filmografía pionera, inclasificable y censurada durante el franquismo”. De su trabajo quedará en la memoria de los cinéfilos las adaptaciones de La plaza del diamante o Réquiem por un campesino español, comedias como La duquesa roja y documentales como Mònica del Raval. Pero no solo esas películas. Muchas más.
Betriu estudió Ciencias Económicas y Políticas, así como Dirección en la Escuela Oficial de Cinematografía de Madrid. Durante los años sesenta, trabajó como corresponsal para la revista Fotogramas y, más tarde, formó parte de la compañía de teatro Los Goliardos. Guionista, productor, distribuidor y crítico, su visión irónica ya se manifestó en cortos como Bolero de amor. En 1965 rodó con Pedro Costa para el NO-DO un documental sobre la actuación en Las Ventas de The Beatles, pero en el montaje el entonces ministro Manuel Fraga Iribarne decidió ningunear la visita de los británicos y paralizó el filme. En 1973 Betriu debuta en el largo con Corazón solitario, película muy poco vista, que no tuvo mucho eco. Tenía que haberse estrenado en el festival de Venecia, pero tardó tres meses en llegar por correo a la ciudad italiana. Al cineasta le devolvieron el filme y lo almacenó donde pudo: los rollos estuvieron guardados en la farmacia de su padre durante años. El mismo Betriu contaba con el Gaudí de Honor que su cine había sido más radical al inicio de su carrera. En 1974 dirigió a Cassen y a Mónica Randall en Furia española, donde se reía con mucha ternura de los culés, pero a la censura no le hizo tanta gracia y la masacró con numerosos cortes.
Tras la muerte de Franco, Betriu encontró poco a poco su espacio. Tras La viuda andaluza (1977) y Los fieles sirvientes (1980) -una comedia radical sobre la rebelión de unos criados, que podría sonar a Parásitos-, adaptó La plaza del diamante (1982), de Mercè Rodoreda, una amalgama de géneros a la altura de la novela. El cineasta la rodó primero para televisión y no pudo, como él quería, filmarla de nuevo para cine, variando los tempos según la pantalla. En salas se estrenó finalmente una versión acortada por él mismo de la serie. Tres años después adaptó otro hito de la literatura, en este caso la novela de Ramón J. Sender Réquiem por un campesino español, con la que hubo problemas en su lanzamiento a cuenta del título: Betriu había eliminado el “español” en su adaptación cinematográfica, y el ministerio de Cultura le advirtió que había presentado el proyecto a las ayudas con el nombre completo. Finalmente fue estrenada con el “español” incluido.
En Sinatra (1988) retrató el Barrio Chino de Barcelona a través de las desventuras de un mal imitador de Sinatra —estupendo Alfredo Landa—. Otra de sus adaptaciones literarias fue, en este caso para televisión, Un día volveré (1993), de Juan Marsé. Y entró en la comedia, fundamentada en la diferencia de clases y el choque entre personajes a priori antagónicos, con La duquesa roja (1997) Una pareja perfecta (1998) y El paraíso ya no es lo que era (2001). Sus dos últimos trabajos han sido sendos documentales: el fascinante Mònica del Raval (2009) y El día que murió Gracia Imperio (2012). Además del Gaudí de Honor, en 2014 recibió el Sant Jordi de Cinematografía.
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