Bravura para decir y para callar
La literatura es un oficio de valientes, y la poeta Louise Glück es una de las más bravas. Su desapego resulta imprescindible para mostrar la emoción
Nunca es fácil definir por qué establecemos una preciosa afinidad con determinadas escritoras y en cambio con otras que, en principio, podrían parecer próximas a nuestros gustos, resulta que no, de ninguna manera. Mi conexión con Louise Glück se asentó hace mucho tiempo, y permanece inalterable en mi altar de espejos en los que buscarme, voces en las que reconocerme, junto con Alice Oswald, Jorie Graham o Jane Kenyon y, más allá, Sylvia Plath o Anne Sexton.
Cada nuevo libro suyo es una celebración en mi casa, y la verdad es que en ese sentido puedo decir que me considero una lectora afortunada porque Pre-Textos se ha encargado de ir publicándola en ediciones bilingües con traducciones que se disfrutan solas y que, además, invitan al cotejo. Imagino que ya lo habrá dicho alguien antes y mejor que yo, pero llevo años pensando que la literatura es un oficio de valientes, y Louise Glück es una de las más bravas.
De hecho, el valor es el tema principal de uno de sus mejores ensayos poéticos. La valentía a la hora de sentarse y escribir y también la valentía de quedarse callada y no escribir durante meses. La valentía de tomar decisiones constantemente, asumir la exposición pública, someterse al juicio de nuestros iguales y de aquellos a quienes admiramos. Superar la búsqueda de la aprobación y el temor al vapuleo. Y más en su caso, que tuvo desde niña muy clara su vocación poética y que fue meticulosa, excesiva y perfeccionista desde muy joven, hasta la enfermedad.
Aun así, optó por la forma más arriesgada: la que supone escribir desde una perspectiva formalmente autobiográfica; la que apuesta por la primera persona y por un lenguaje directo que a veces se ha criticado como plano, pero que no lo es. Un lenguaje inmediato, rotundo, incisivo, que se ajusta perfectamente a lo íntimo de cada texto porque si no lo fuera, si el lenguaje no fuera desnudo y abierto, el poema no funcionaría.
Su desapego resulta imprescindible para mostrar la emoción. Y se necesita ser muy valiente para emplear esa primera persona desde la que enfrentarse a los que son sus temas: la familia, el deterioro en las relaciones entre seres que han de quererse, el matrimonio y sus trampas, el paso del tiempo, la pérdida, la ausencia, nuestra condición de seres mortales. También la naturaleza y lo espiritual.
Louise Glück poetiza sobre su propia biografía, sus padres, su marido, su hijo, pero no debemos olvidar que el yo de los poemas no es necesariamente el yo real de la autora. Y qué importante es incidir en esto: que se trata de creación. Y es en ese desdoblamiento al que se somete el autor, en esa desintegración que también es un truco, en ese exhibicionismo visceral e impúdico que quizá no lo sea tanto, donde reside el enorme placer del hallazgo y la revelación. Cuando se puede dar la célebre zancada de lo particular a lo universal y de ahí de nuevo a lo particular. Cuando se puede descubrir la verdad que Louise Glück va a dejar que descubramos.
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