Los camioneros que conducían a Proust
El nómada Cees Nooteboom defiende su autodidactismo al recibir el Formentor. El festival reúne en Mallorca a ilustres lectores para hablar de libros
Las camisas de lino claro, los cuellos maos y el andar pausado y seguro que se practica en Formentor, isla mental dentro de una isla física como es Mallorca, no son el entorno más evidente para un discurso como el que pronunció este fin de semana Cees Nooteboom al recibir el premio del mismo nombre. Al menos a primera vista. Porque el autor nacido en La Haya en 1933 habló de los camioneros como sus maestros, de las carreteras como su universidad y de los hoteles como su monasterio particular. Un autodidacta que lo aprendió todo sin aulas, un nómada que se forjó en autoestop, un grande que no pudo agradecer su premio in situ sino, pandemia mediante, a través de un frío vídeo que su calidez hizo olvidar. Porque Cees Nooteboom estaba ahí, dueño a distancia de un arco narrativo propio que le ha hecho grande frente a un público que sentía empequeñecer todos sus títulos y acaso erudición para admirar a un ser único, sabio y ejemplar.
“¿Cuándo se convierte uno en escritor? ¿Es gracias a la lectura o gracias a la vida? ¿Es por una combinación accidental o, por el contrario, intencionada de ambas?”. Nooteboom lanzó sus preguntas como pelotas que iba constantemente a devolver. Porque las respuestas salieron del relato de su vida, marcada por la muerte de su padre en los bombardeos nazis de su propia casa, por la vida con su madre y su nuevo marido católico que desembocó en su ingreso en varios internados. Allí leyó clásicos, conoció el “orden” derivado de la “orden” (primero con franciscanos, luego con agustinos) pero fue tan intenso su caos interior que salió de allí rumbo al nomadismo eterno. “Yo no podía imaginarme en una universidad, mi universidad sería el mundo”, dijo. Fue así como se subió a tantos camiones en Francia que descubrió las grandes lecciones de la vida. “El discurso de las cabinas estaba más enfocado en el siguiente restaurante que en la filosofía y, sin embargo, pienso que aprendí mucho de ellos”. “No fui capaz de leer en francés hasta haber viajado infinitas veces con aquellos camioneros, porque mi francés escolar no bastaba. ¿Acaso mantenía yo conversaciones literarias con aquellos conductores? No, pero sí hice en aquellas cabinas otra cosa, igual de indispensable: escuchar las historias de otras personas”. Así fue como llegó a Marcel Proust. Y como llegó a escribir.
El premio a Nooteboom, un autor que además guarda un fuerte vínculo con Menorca, ha sido el plato fuerte de un Foro Formentor tan singular como el año que vivimos. Hoy, como destacó Isa Clara Lorda, su principal traductora, “su nomadismo ha cambiado de sentido y se ha convertido en movimiento interior”. Tal vez, el de todos.
Como es costumbre en el lugar, los autores invitados disertan sobre un libro de su elección que solo debe cumplir una condición: encajar en el lema propuesto por la organización y que este año ha sido “Bagaudas, goliardos y estilitas”. Y, no se asusten, en torno a esas figuras de “acróbatas del mundo antiguo y moderno” emergieron este fin de semana personajes como quien decidió dormir un año entero en Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Moshfegh, que prueba la hibernación para cambiar el mundo; los protagonistas de La cruzada de los niños, de Marcel Schwob, dispuestos siempre a caminar; Los detectives salvajes de Roberto Bolaño en su lucha contra el conformismo o El barón rampante, de Italo Calvino, como trapecista de los árboles.
La filóloga clásica Irene Vallejo, autora de El infinito en un junco, eligió el Icaromenipo de Luciano de Samósata como una reivindicación de la fantasía: “¿Qué sería de nosotros sin la ayuda de lo que no existe?”, se preguntó para defender a un clásico que dejó estelas tanto en Cervantes como en George Lucas y su Luke Skywalker. La poeta Luna Miguel escogió al único acróbata oficial del elenco, El funambulista, de Jean Genet, para disertar sobre el amor como la cara de una moneda cuya cruz siempre es perderse. “Amar es formar parte del arco narrativo”, argumentó. El periodista de La Vanguardia Llàtzer Moix apostó por El triunfo de Francisco Casavella. El periodista y académico Juan Luis Cebrián eligió El arte del placer, de Goliarda Sapienza y Basilio Baltasar, el organizador de todo esto, Opus Nigrum, de Marguerite Yourcenar. “¿Quién podría resistirse a esta epopeya? Ojalá nos ayude a entender la naturaleza y la virtud del silencio y el secreto”, dijo, en el cierre de un encuentro que también diseccionó la obra de Coetzee de la mano de Eduardo Lago, Gonzalo Torné, Andrés Ibáñez y Félix de Azúa.
A modo de metáfora inevitable de estos tiempos intermitentes, el hotel en el que se celebró el Foro Formentor echó este domingo el cierre tras la desbandada de los autores para someterse a una transformación. Todo será diferente a la vuelta, si hay vuelta, pero, como también dijo Nooteboom, en los hoteles se ha construido su "propio monasterio, sin cofrades”. La lectura, el pensamiento y la escritura encontrarán su lugar.
El manifiesto de los editores independientes
Los editores independientes presentes en Formentor aprovecharon la extraña ocasión de reunirse en tiempos de pandemia para firmar un manifiesto en defensa de su papel en medio todas las dificultades sanitarias y económicas y las absorciones de los grandes grupos como parte esencial del “ecosistema literario, el enriquecimiento de la diversidad cultural y de pensamiento”. “Somos motores de ideas y valores; el beneficio económico es una condición pero no nuestro objetivo fundamental”, aseguran los responsables de Ático de los Libros, Alpha Decay, Cabaret Voltaire, Elba y otra docena de sellos. Todos ellos, a los que se sumaron a distancia editoriales como Páginas de Espuma o Blackie Books, Libros del Asteroide o Sexto Piso, defendieron “el mantenimiento de la red de librerías y bibliotecas y el deseo de potenciar el papel prescriptor del editor”. El papel de los medios, apelaron, es clave para ello.
Babelia
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