Mulán no gusta en China
La película con la que Disney esperaba un taquillazo en el segundo mercado del mundo decepciona en su estreno entre burlas por sus inexactitudes
Mulán tenía que haber sido un taquillazo en China, el segundo mercado del mundo. Eso, al menos, esperaba Disney. La historia de una joven que se disfraza de hombre para ir a la guerra en lugar de su padre, basada en un poema popularísimo, ya había triunfado aquí hace 22 años en su versión de dibujos animados. Y tenía, aparentemente, muchos ingredientes para repetir su éxito: un elenco de actores asiáticos de primera línea -Gong Li en un papel de bruja, Jet Li como emperador-, modificaciones para adaptar el guion al gusto local y las bendiciones de las autoridades. Y, sin embargo, tras una serie de problemas la recaudación en los primeros días tras su estreno ha sido decepcionante: apenas 20 millones de euros.
Ha sido una cifra suficiente para colocar este filme de 170 millones de euros de presupuesto en el primer puesto este fin de semana, flojo en ingresos y sin otros grandes estrenos con los que rivalizar. Pero muy por debajo del gran éxito de la cartelera china este mes, Los 800, un relato bélico de producción nacional y de tintes patrióticos que logró 70 millones de euros en su arranque a finales de agosto y que ya supera los 350. También está por detrás, incluso, del Tenet de Christopher Nolan, que recaudó 28 millones de euros en su presentación, pese a estar destinada a un grupo de público más reducido. El año pasado, otro remake con figuras reales de una película de animación de Disney, El Rey León, había ingresado más de 42 millones en su salida.
“El poema original abarca muchas cosas, pero tal y como ha quedado, es simplemente la historia de una mujer oriental según la imaginación de alguien occidental”, opina Zhang Laodong, productor de 32 años y que acaba de ver la película dirigida por Niki Caro en un cine del centro de Pekín.
La suya es una de las quejas más comunes entre los espectadores, o entre las críticas que circulan en las redes sociales. La balada original es un poema que todo chino conoce y su protagonista es, según las interpretaciones de cada época, un modelo de igualdad de la mujer, un ejemplo de devoción filial o una patriota encomiable. Pero en esta versión, a ojos de sus críticos, Mulán queda en una heroína más de película de Hollywood, movida por el honor individual.
Abundan también los lamentos sobre las meteduras de pata culturales: la protagonista de la balada original habita en el norte de China en algún momento entre los siglos IV y VI, pero en la película vive en un tulou, un tipo de edificio de planta similar a la de una plaza de toros y que solo se encuentra en el sureste del país, a miles de kilómetros. Y que es muy posterior -datan de un milenio después- a la era de Mulán. (Por ponerlo en contexto, el lapsus equivaldría a colocar al Cid Campeador paseándose por el Palacio de invierno de Catalina la Grande en San Petersburgo). Igualmente, los espectadores chinos quedan perplejos ante el uso del concepto del qi, o espíritu que anima a cualquier ser vivo, pero que según la película solo tienen los soldados varones.
Unos lapsus tanto más llamativos por cuanto Disney no escatimó medios para hacer la película lo más auténtica posible. Contrató asesores y aunque el grueso de la película se rodó en Nueva Zelanda, también grabó en una veintena de localizaciones en China. “En una película de este tipo los vestidos, la arquitectura y las características físicas son elementos clave, no puedo imaginar cómo una compañía como Disney puede equivocarse tanto. ¿No investigaron un poco?”, se asombra Ning, arquitecta. Otros espectadores echan en falta al cómico dragón Mushu, uno de los personajes clave en la versión animada y que la productora desechó en esta por temor a que se interpretara como una burla a la cultura local.
“El poema original abarca muchas cosas, pero tal y como ha quedado, es simplemente la historia de una mujer oriental según la imaginación de alguien occidental”Zhang Laodong, productor
Ya antes del estreno la película afrontaba dificultades. Su salida en China, prevista inicialmente en marzo, se aplazó debido a la pandemia de covid. Para cuando ha llegado a las salas del país, ya una parte de los espectadores la había visto pirateada. En Hong Kong, los activistas pro democracia llamaban al boicot, por el apoyo que la actriz protagonista, Liu Yifei, había declarado a la policía del enclave en su represión de las manifestaciones del año pasado.
Y apenas días antes de su presentación en taquilla, estallaba un nuevo escándalo, después de que saliera a la luz que parte de las escenas se habían rodado en la región de Xinjiang en 2018, en plena campaña de internamiento en campos de reeducación para buena parte de la minoría uigur. Las autoridades chinas aconsejaron a los medios de comunicación locales que hicieran una cobertura limitada del estreno, algo que contribuyó a dispersar la expectación.
La directora financiera de Disney, Christine McCarthy, citada por la cadena de televisión CNN, reconocía en una conferencia la semana pasada que, aunque es práctica habitual dar las gracias en los créditos de una película a las autoridades que permitieron el rodaje, el agradecimiento a las autoridades locales en Xinjiang que figura al final de la película “nos ha generado un montón de problemas”.
No todas las críticas son malas. “Es una buena historia para niños”, dice Qi Yi, administrativa. “No es tan floja como dicen algunos, y Liu Yifei se ve preciosa”. En el portal de entretenimiento Douban los internautas le otorgan una puntuación de 4,9 sobre 10, pero en Maoyan, un servicio de venta de entradas de cine, recibe un 7,5. “No hagan caso a lo que se lee en las redes ni exijan fidelidad histórica. Como relato, esta película es muy entretenida”, apunta uno de los comentarios.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.