Hablando de malditos: Welles y Hopper
Son dos señores que alborotaron en distintas épocas la forma de hacer películas. Es cruel comparar la poderosa ‘Ciudadano Kane’ y la desquiciada ‘Easy Rider’
Leo con interés en la edición de papel de este periódico las crónicas de la Mostra de Venecia que firma el modélico periodista cultural Álex Vicente. Y me sorprende la abundancia y el protagonismo de documentales, retratos caseros sobre la pandemia, o ese mediometraje que ha rodado el artista de La Mancha adaptando La voz humana de Cocteau. No dudo del atractivo que desprenderán esas cosas, pero sospecho que la casi totalidad de ellas están destinadas a su visión en las plataformas. Y me pregunto qué tipo de películas se van a estrenar durante la próxima temporada en los cines, cuáles van a ser los señuelos para que el público salga de sus casas y paguen nueve o 10 euros por la entrada. La sensación de parálisis en la industria es lamentablemente real. Tendrá que reinventarse para sobrevivir.
Entre esos documentales está Hopper/Welles, que registra una conversación de dos horas y media entre Orson Welles y Dennis Hopper, dos señores que alborotaron en distintas épocas la forma de hacer películas y que se ganaron a pulso esa etiqueta tan prestigiosa (y tan desgraciada, pienso yo) del malditismo. Ambos deslumbraron con sus óperas primas y después fueron dando tumbos muchas veces con proyectos inacabados, frustrados o decepcionantes. Eso sí, ganándose bien su accidentada vida con su ininterrumpido trabajo de actores. Y en el caso de Welles, también rodando infinitas cosas para la televisión, incluidos programas publicitarios o ejerciendo de mago.
Establecer paralelismos estéticos entre la muy poderosa ‘Ciudadano Kane’ y la desquiciada y tirando a infame ‘Easy Rider’ resulta un poco cruelCita
Ignoro la trascendencia de lo que ambos se cuentan en este documental, pero tengo claro que la comparación como creadores visuales y narradores de historias está excesivamente descompensada. Establecer paralelismos estéticos entre la muy poderosa Ciudadano Kane y la desquiciada y tirando a infame Easy Rider (Buscando mi destino) resulta un poco cruel, aunque las dos poseyeran inicialmente imán para los espectadores y le recordaran al Hollywood más convencional que los tiempos estaban cambiando gracias a sus originales criaturas.
Cada cierto tiempo reviso el retrato que hizo Welles de Charles Foster Kane y me sigo preguntando por el significado de la misteriosa palabra Rosebud. A veces me sigue fascinando, otras me fatiga un poco. Es incuestionable que Welles y su insigne director de fotografía Gregg Toland revolucionaron la estética del cine, pero nunca he compartido la pertinaz certidumbre de los críticos bendiciéndola como la mejor película de la historia del cine.
Personalmente me conmueve bastante más la emotiva, reflexiva y muy triste El cuarto mandamiento, la segunda, remontada y fracasada película que rodó Welles. Me parece inquietante El extraño, hay cosas perturbadoras y excelsas en La dama de Shanghái y la atmósfera alucinada, la compleja personalidad del siniestro policía Quinlan, la hipnótica expresividad con la que está rodada Sed de mal la hacen irremplazable, es talento en estado puro. Sin embargo, no enloquezco de pasión ante la chapucera Mr. Arkadin, ni con la fatigosa adaptación que hizo de Kafka en El proceso, ni con sus aclamadas y muy sentidas recreaciones del universo de Shakespeare en Macbeth, Otelo y Campanadas a medianoche, aunque su interpretación de Falstaff sea conmovedora. Y no me gustan las últimas películas de su filmografía, que a pesar de ello siempre contienen alguna secuencia memorable.
Siempre quedará la duda del cine que podría haber realizado Orson Welles si le hubieran financiado sus múltiples sueños.
El que continuamente me impresionó fue el Welles actor, una presencia y una voz inolvidables. El tercer hombre, esa obra maestra que dirigió Carol Reed y la breve pero maravillosa actuación de Welles dando vida al enigmático, cínico, seductor y perverso Harry Lime, permanece inmarchitable. Siempre quedará la duda del cine que podría haber realizado este hombre si le hubieran financiado sus múltiples sueños. O de lo que se hubiera inventado en los campos de fútbol Maradona si no se hubiera atiborrado de cocaína durante tantos años. Llevar continuamente la etiqueta de la genialidad debe de ser una carga muy pesada.
Ese hombre tan marginal llamado Dennis Hopper, que rompió todas las taquillas con Easy Rider (Buscando mi destino), que logró identificar en masa al público joven con su pareja de moteros, eternamente colocados, que emprenden viaje por las carreteras, para vender un cargamento de farlopa, tratan con hippies y outsiders pintorescos, se ponen ciegos de LSD, fornican todo lo que pueden y finalmente son asesinados por unos paletos de la América profunda, todo ello acompañado de una banda sonora muy sugestiva, realizó una crónica existencial que en su día me resultó endeble y torpe, pero que se cae a pedazos si la vuelves a ver.
La segunda, The Last Movie, fue con toda lógica un desastre inestrenable. Solo tengo recuerdo grato de Caído del cielo, tercera de las cinco películas que dirigió. Sobre todo de las canciones de Neil Young. Cuando se estrenó en Madrid a principios de los ochenta coincidí con Hopper en una cena o en un bar. Pero mi recuerdo es muy vago. No sé cuál de los dos estaba más pasado de rosca.
Como actor, Hopper se especializó en personajes psicópatas y perdedores de todo tipo. Directores importantes como Coppola y David Lynch le reclamaron para su prestigioso cine. Y los modernos le adoraban. Un personaje singular, al igual que Orson Welles. Pero no tengo demasiada prisa en ser testigo del encuentro entre los dos. Aunque daría cualquier cosa por escuchar una larga conversación entre Lubitsch y Wilder, Keaton y Chaplin, Ford y Hawks, Hitchcock y Jacques Tourneur.
Babelia
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