'La dama de Shangai', aullido de un cordero
A Orson Welles le dejaron hacer en Hollywood sólo una película íntegramente imaginada y realizada por él: Ciudadano Kane. La siguiente, El esplendor de los Ambersons, cuyo rodaje se inició con libertad, fue poco a poco cediendo terreno a las intromisiones de los responsables del estudio, y acabó mutilada. Esto ocurría en 1942. Obtuvo una tercera oportunidad ese mismo año, y fue la guerra, hasta el punto de que Journey into Fear acabó en manos de otro director, Norman Foster, que la firmó. Tras este incidente, WeIles fue castigado a la inactividad durante casi cuatro años. Los responsables de los estudios se habían propuesto domesticar a la fiera. Y creyeron haberlo conseguido.En 1946 le dejaron hacer otra película, una de serie B, con escaso presupuesto y menos ambiciones, The Stranger. Welles pasó el examen: el muchacho parecía estar a punto y haberse tragado sus humos de creador con criterios propios. Y nuevo guión para el cordero: un thriller convencional titulado La dama de Shangai. Instrucciones precisas para Welles: "Guárdese sus extravagancias donde le quepan y aténgase a las normas".
Welles se atuvo a las normas. No hizo ningún cambio espectacular en el guión. Tan sólo remodeló el personaje que él interpretaba, añadiendo algunos párrafos, aparentemente ínocuos -el mismo sistema que once años más tarde volvió a emplear para volver del revés a Sed de mal- en sus diálogos con el personaje de Rita Hayworth y el de Everett Sloarie. Fue suficiente. Los obtusos productores pensaban que WeIles sería incapaz de volver del revés un filme de género, si no se le autorizaba a hacer modificaciones en la estructura del guión. Seguramente habían analizado infantilmente sus filmes anteriores, ya que no se dieron cuenta de que a Welles le importaba el cómo y no el qué, ya que su estilo, su sello, gravitaba sobre cuestiones de forma más que de contenido. Y el género estalló en el interior de un filme "que se atuvo a las normas". La convencional Dama de Shangai, una vez rodada, se había convertido en un relato de audacia insólita, que demolía las convenciones del thriller y escapaba hacia vuelos imaginativos y alegóricos insospechados.
La película conserva hoy ese toque de audacia, pese a los años, o tal vez a causa de ellos, que han depositado en ella la riqueza adicional adquirida por un género, el cine negro, al que la lejanía ha ido impregnando de poder y magnetismo. EL ritmo es exacto, creciente y jalonado por escenas gloriosas, algunas de ellas ya instaladas en el museo de la imaginación contemporánea, como el duelo final en la sala de los espejos, que es uno de los momentos más inspirados del cine de Welles y una especie de manifiesto personal sobre lo que es, o debe ser, el cine.
La dama de Shangai se emite esta noche a las 22.30 por la primera cadena.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.