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Crítica | Estaba en casa, pero...
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Verdad y representación

La cineasta alemana Angela Schanelec logra una poderosa alegoría sobre la pérdida, la soledad, la incomunicación y la maternidad

Elsa Fernández-Santos
Maren Eggert y Dane Komljen, en 'Estaba en casa, pero...'.
Maren Eggert y Dane Komljen, en 'Estaba en casa, pero...'.

La belleza de esta película, todo lo que dice su silencio, su manera de cristalizar el duelo de una mujer y sus dos hijos, su forma de invocar otras voces del cine, el teatro, la danza y el arte sin que su afectación chirríe, su perplejo humor y, en definitiva, su verdad vestida de fría representación, la convierten en una extraña gema. Estaba en casa, pero… recibió el premio a la mejor dirección en la pasada Berlinale y aunque quizá el festival alemán pecó de barrer para casa lo hizo con una película que se abre a interpretaciones universales y no a opacos localismos.

La historia ocurre en Berlín y bebe de una tradición donde los relatos infantiles se cruzan con una puesta en escena cuya cadencia entronca con esa revolución contemporánea que supuso la obra de la bailarina y coreógrafa Pina Bausch. También se pueden descubrir ecos de una de las piezas más célebres de Joseph Beuys, Me gusta América y a América le gusto yo, en la que el artista se encerraba durante días con un coyote.

No es que la película de Angela Schanelec se inspire en esta famosa acción artística, pero quizá de forma involuntaria toda la estética de esta alumna del cineasta Harun Farocki bebe de una idea de la curación permanente en Beuys y en aquella incomparable performance.

Es, pese a su carga conceptual, una película sencilla y limpia en las formas que solo exige dejarse llevar

En el arranque de la película y de forma críptica (sí, esta película lo es, y por eso mismo cuando engancha no suelta), Schanelec encierra en un cuarto a un asno y a un perro salvaje que devora a una liebre. Mientras la referencia cinéfila a Robert Bresson y su Al azar Balthazar parece obvia, no lo es tanto la del genio conceptual, aunque el plano del solitario perro salvaje destripando a su presa (en otra de sus obras más conocidas Beuys le explicaba qué eran las imágenes a una liebre muerta) ocurra en un espacio cerrado que recuerda al de la acción del coyote: sobre una tarima de madera, frente a una ventana de luz y mientras, además del asno, el espectador observa.

Cargada de matices más o menos abstractos, con personajes tan inadaptados como los de aquellas comedias de los noventa de Hal Hartley, Estaba en casa, pero… es, pese a su carga conceptual, una película sencilla y limpia en las formas que solo exige dejarse llevar. En uno de sus escasísimos diálogos, su protagonista, esa madre casi sonámbula que interpretada Maren Eggert, suelta un monólogo apasionado sobre la verdad y la representación, sobre la naturaleza misma del fingimiento, sobre la mentira, la enfermedad y la pérdida de control como único vehículo de lo auténtico. Es, junto al telón de fondo de una representación escolar de Hamlet que va creciendo en importancia, la médula de una película sobre la pérdida, la soledad, la incomunicación y la maternidad también como un dolor insondable.

ESTABA EN CASA, PERO…

Dirección: Angela Schanelec

Intérpretes: Maren Eggert, Jakob Lassalle, Clara Möller, Franz Rogowski, Lilith Stangenberg, Alan Williams, Jirka Zett, Dane Komljen.

Género: drama. Alemania, 2019.

Duración: 105 minutos.

 

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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