De soldado en Irak a heroinómano, ladrón de bancos convicto y novelista
Nico Walker ficciona su peripecia vital en ‘Cherry’, un libro-alegato contra la guerra
Cuando era apenas un chaval, Nico Walker (Cleveland, Ohio, 35 años) leía a J. D. Salinger. Leía a Kurt Vonnegut. Leía a Antón Chéjov. Quería dejar de ser un chaval, convertirse en un hombre. Y quería hacerlo cuanto antes. El camino más rápido, recuerda, era alistarse. Así que se alistó. Por entonces estaba saliendo con una chica que podría llamarse Emily. Se drogaba de vez en cuando. Tenía 19 años. Creyó que podía ser divertido, y que no correría peligro. Iban a destinarle a una unidad médica.
Pero acabó en la Guerra de Irak. Como el Yossarian de Trampa 22, como, en realidad, el Joseph Heller que escribió Trampa 22, lo encontró todo francamente absurdo, delirante. Regresó con vida a los veintitantos. No podía soportar las pesadillas. Empezó a consumir heroína. Atracó un banco, y luego otro, y luego otro más. Al cabo de un tiempo, le encerraron. En la cárcel escribió Cherry (Literatura Random House). Cuando conecta el vídeo del teléfono en una habitación con un mapa al fondo en una casa, en algún lugar de Mississippi, dice que ha empezado a pasar parte del día fuera, que tiene “permisos”, porque se le cumple la condena en breve: le quedan seis meses. ¿Diría que ha valido la pena?
Regresó con vida a los veintitantos. No podía soportar las pesadillas. Empezó a consumir heroína. Atracó un banco, y luego otro, y luego otro más
“No, claro que no”, sentencia, y sorbe, y saca un cigarrillo de un paquete de Winston y se lo cuelga de los labios. “Pero en su momento me pareció una buena idea. No sé, en mi caso es complicado, porque había pasado mi infancia en ese tipo de sitios”, dice. Y cuando se refiere a ese tipo de sitios se refiere a bases militares. “El padrastro de mi madre, lo más parecido a un abuelo que tuve, era militar, y yo pasaba mucho tiempo con ellos. No sé, para mí era normal ese tipo de vida, hacíamos vida en la base, íbamos al supermercado, me veía con los críos de esa gente, y, no sé, no me parecía que viviesen tan mal, aunque supongo que nunca pensaba en los padres, no pensaba en el padrastro de mi madre, en todo lo que habían vivido, y yo quería ser un hombre. Me pareció que si me alistaba todos me considerarían un hombre. Yo no sabía qué quería, no quería estudiar, no tenía ni idea”, relata.
La cámara de su teléfono se mueve arriba y abajo. “Supongo que me sorbieron el cerebro, eso es lo que hace la propaganda en mi país”, añade. “Habría que proteger a los jóvenes de esa propaganda, ¿verdad?”, se pregunta. El primer cigarrillo ha desaparecido. Hay un segundo en una de sus manos. No mira a cámara cuando habla. Lo enciende. Le da una calada. “Yo pensaba que iba ahí a hacer el bien, así de estúpido era. Creía que íbamos a salvar a esa gente, pero lo único que hacemos es ocupar países y destruirlos”, dice.
Cherry es y no es su historia. “Tomé tanta distancia que cuando la leo no me reconozco”, asegura. Lo que sí es, dice, es un alegato en contra de la guerra, de cualquier tipo de guerra. En realidad, un intento de derribar su leyenda. “Mi única intención al escribir la novela fue la de acabar con todos los mitos que siguen vigentes en EE UU en torno a la idea del héroe de guerra. Se considera al soldado un súperhombre, se le pone en un pedestal, cuando lo único que hace es estar ahí. Que vivas o mueras depende de la suerte que tengas. No tiene nada que ver con lo valiente o lo bueno que seas. Yo sobreviví, y colegas que disparaban mejor que yo, y eran mucho más valientes, no lo hicieron. ¿Es justo? Supongo que la guerra es estúpida, que nada tiene sentido”, barrunta. “Y encima vuelves convertido en un psicópata”.
“Yo quería ser un hombre. Me pareció que si me alistaba todos me considerarían un hombre”
Walker escribió Cherry —título que significa novato en jerga militar— porque un editor le pidió que lo hiciera. Leyó su historia en un artículo y le escribió a la cárcel. “Luego él convirtió al narrador en un tipo menos imbécil de lo que era. Yo hice lo que pude”, confiesa, y se ríe. Sorbe, fuma. El estilo de Cherry tiene algo de Chuck Palahniuk y algo de Charles Bukowski, y algo de Edward Bunker, y desenfreno y autodestrucción.
¿Ha leído en un libro el equivalente a la Emily de la historia, la chica con la que el protagonista sale y deja de salir, a la que quiere pero no soporta? “Preferiría no hablar de eso”, dice, y traga saliva, y parece afectado. Cuando volvió de Irak era un psicópata, repite. “Me daba miedo a mí mismo. Era muy violento. No estaba bien ajustado. Hasta el punto de que, cuando me detuvieron por robar bancos, me dije: ‘¿Por qué me detienen ahora si no me detuvieron por lo que hice en Irak?’ Robar bancos me parecía un juego de niños”. Lo cuenta también en la novela. ¿No ayuda el ejército a los soldados cuando regresan? “Qué va, cuando vuelves entras en una espiral burocrática de la que solo quieres salir”.
Entonces, ¿caer en las drogas era inevitable? “Nunca es inevitable, pero sí podría decirse que es más sencillo. Cuando el psiquiatra te dice que tu estrés postraumático es uno de los más salvajes que ha visto nunca, te dices que puedes drogarte, porque no vas a poder soportarlo si no lo haces. Te da una excusa”, contesta. “Sin la droga, los años que siguieron a mi regreso habrían sido invivibles. La droga me permitía relacionarme con la gente como parecía que hacían el resto. Yo solo quería ser como los demás”, añade. ¿Y el robo de bancos? “Tenía 24 años, y me parecía lo menos violento que había hecho nunca. Sabía que no iba a hacer daño a nadie, solo cogería lo que necesitaba y me iría. Ahora me avergüenzo de aquel Nico. Qué ingenuo y a la vez egoísta era. Ya no soy así”.
“Me daba miedo a mí mismo. Era muy violento. Cuando me detuvieron por robar bancos me dije: ‘¿Por qué me detienen ahora si no me detuvieron por lo que hice en Irak?”
Insiste en el asunto del soldado. Es lo que más claro quiere que quede de la novela. Que ser soldado no tiene nada de estupendo. Y tampoco, dice, “de peligroso”. “Se cree que el soldado corre peligro, pero en Irak, el soldado es el tío que menos peligro corre. El que vive más seguro. Los que corren peligro son los ciudadanos. Nadie habla de esto, pero debería saberse, supongo que por eso escribo y voy a seguir haciéndolo”, asegura.
Ya está preparando su segunda novela. Ya no tiene que hacerlo a mano, como en la cárcel. “En la cárcel escribía a mano y luego lo pasaba a máquina, rollo vieja escuela”, cuenta. Aún tiene pesadillas, pero “a medida que el tiempo pasa, todo se va alejando, y estoy mejor”, dice. Habla mucho del miedo en Cherry. ¿A qué le tiene miedo ahora que todo ha pasado? “¡A los millonarios!”, bromea. “No, en serio. Lo que temo ahora es a que las cosas que damos por ciertas desaparezcan”, concluye.
Babelia
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