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Artemisia: la realidad supera la ficción

Banti llena los huecos en la vida de Gentileschi y sutura la historia donde nunca está todo dicho o nunca de todo

Estrella de Diego
'Nacimiento de San Juan Bautista' (1635), de Artemisia Gentileschi.
'Nacimiento de San Juan Bautista' (1635), de Artemisia Gentileschi.Museo del Prado

Se acaba de reeditar en castellano un libro fascinante que es mucho más que una biografía novelada de Artemisia Gentileschi, la pintora del XVII que en los últimos tiempos ha logrado el lugar que le corresponde en la historia del arte. La autora de Artemisia (Periférica, 2020), publicado por primera vez en Italia el año 1947, es Anna Banti, pseudónimo de Lucia Lopresti, historiadora y crítica de arte —además de narradora— y casada con el también crítico e historiador Roberto Longhi, uno de los primeros defensores de la artista barroca. Las reflexiones de Banti sobre la vida de la pintora deslumbrante, condenada al ostracismo tras la violación de su maestro y amigo del padre y borrada por salirse del patrón aceptado para las mujeres en la historia, podrían extrapolarse a la vida de tantas otras que, como Gentileschi y la propia Banti, vivieron por encima de las posibilidades que su tiempo les ofrecía.

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Escrito con el estilo elegante de los mejores prosistas italianos —la cuidada traducción es de Carmen Romero—, Artemisia es más que el placer de la lectura. Banti llena los huecos en la vida de Gentileschi, sutura la historia donde nunca está todo dicho o nunca de todo; se obstina en encontrar el hilo conductor de lo quebrado por las habladurías. No solo. La propia materialidad del texto posee una historia azarosa, relacionada con lo peor que puede ocurrirle a un escritor: perder lo escrito, tema sobre el que reflexiona Hélène Cixous al principio de Las ensoñaciones de la mujer salvaje (Horas y Horas, 2001).

Poco después de acabado, en 1944, un bombardeo en Florencia destruye el manuscrito. Pese a todo, Banti, movida por la obstinación y la fe en la artista —a las cuales apela en la introducción a la novela—, retomaba la tarea desde el principio, desde los recuerdos de las páginas perdidas y reconstruía este nuevo relato que se publicaba en 1947. Retaba al desánimo que asalta el escritor frente a las páginas perdidas que se imaginan, sin remedio, las mejores jamás escritas.

También un libro escrito por otro puede perseguirnos. Me ocurrió con el gran relato en la vida de Artemisia, las Actas del proceso por estupro, los documentos del juicio que sufrió Gentileschi tras su violación y que la desvelan —ocurre a menudo— culpable, incluso siendo víctima. Pese a lo crudo de los testimonios, el texto parece también una historia inventada, quizás porque la realidad supera siempre a la ficción.

Descubrí este libro publicado por Edizioni delle Donne en 1981, el año que comenzaba mi tesis doctoral sobre mujeres pintoras, y desde entonces me han perseguido la fe en la protagonista y la obsesión por publicarlo en español. Lo he conseguido hace solo cuatro años, en la Editorial Cátedra en 2016 —traducido por Nieves Muñiz—, pero esta tarde, viendo los dos libros en mi estantería, siento que algo importante ha ocurrido con estas dos traducciones que, en el fondo, funcionan igual que un juego especular de rescates entre mujeres. Para que ninguna historia real o de ficción vuelva a quedarse sin contar. Y sin leer.

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