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Así asaltaba Augusto las ciudades celtas rebeldes

Los arqueólogos reconstruyen por primera vez y gracias a un sofisticado 'software' el asedio de las legiones romanas a una fortaleza astur en Zamora

Fortificación de la zona de la puerta oriental del castro astur de Las Labradas, tras su reconstrucción.
Fortificación de la zona de la puerta oriental del castro astur de Las Labradas, tras su reconstrucción.J. M. Vidal
Vicente G. Olaya

Se encerraron en la enorme ciudad fortificada de 46 hectáreas ante el inminente ataque de las legiones. Y ahora el estudio Primeras evidencias arqueológicas del asedio romano al castro de Las Labradas-El Marrón durante el Bellum Asturicum revela el que podría ser “el primer asedio romano documentado en territorio de los astures cismontanos”, los que habitaban las actuales provincias de León y Zamora. El descubrimiento de las tácticas que empleaba Roma para asaltar los oppida celtíberos ha sido posible gracias a la utilización de un desarrollado software de procesamiento de datos obtenidos mediante LiDAR, un sistema que radiografía el terreno y muestra en las pantallas de los ordenadores las estructuras defensivas y de ataque de los ejércitos ocultas bajo el terreno.

¿Cómo tomó Roma un oppidum con kilómetros de murallas, sobre un altozano de difícil acceso a 996 metros de altura, y con miles de guerreros dispuestos a defenderlo con sus vidas? Un complejo sistema de campamentos, castella y hasta vías de acceso para acercar las máquinas de guerra legionarias son la respuesta.

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El oppidum de Las Labradas, entre los municipios zamoranos de Arrabalde y Villaferrueña, se asentaba en la zona más alta de la sierra de Carpurias, lo que le permitía ejercer “un gran dominio visual y estratégico de gran parte de la comarca circundante”, explica el estudio firmado por José Ángel Hierro, Julio Manuel Vidal, Eduardo Peralta, Enrique Gutiérrez y Rafael Bolado, miembros del colectivo arqueológico Agger, el proyecto Guerras Cántabras y el Servicio Territorial de Cultura de León.

Sobre el altozano, los astures levantaron un poblado fortificado, de 1.700 metros de longitud en su eje mayor, defendido por más de 1.500 metros de murallas. Este conjunto ocupaba unas 23 hectáreas y estaba unido a otro, a unos 200 metros de distancia, conocido como El Marrón (de otras 20 hectáreas) y que se alzaba algo más bajo, a 979 metros, probablemente una ampliación del primero y levantada ante la inminencia del ataque romano. Se supone que la ciudad guardaba tras sus murallas cientos de viviendas, rodeadas de huertos y otras construcciones auxiliares, así como diversos edificios públicos o sagrados. Sin embargo, la estructura exacta del asentamiento se desconoce, ya que apenas se han realizado trabajos arqueológicos en su interior.

Fíbula de oro del primer Tesoro de Arrabalde expuesta en el Museo de Zamora.
Fíbula de oro del primer Tesoro de Arrabalde expuesta en el Museo de Zamora.

No obstante, lo que sí se sabe es que con la unión de Las Labradas y El Marrón “nos encontramos ante el principal oppidum de la comunidad indígena que pobló esta comarca y, muy probablemente, ante uno de los mayores de todo el Noroeste”, como explica el arqueólogo Julio Manuel Vidal. Y desde allí, precisamente, los astures vieron acercarse la amenaza de las legiones comandadas por el general romano Publio Carisio. Este había sido enviado a Hispania por el emperador Augusto para acabar con los últimos pueblos independientes de Roma durante las guerras astur-cántabras, entre el 29 y el 19 antes de Cristo. Sin embargo, en este caso el militar no decidió atacar directamente a sus bien protegidos enemigos, sino extender una red de fortificaciones y campamentos en torno a la ciudad.

Por eso, a unos 800 metros, en el alto de otro monte llamado La Mina (956 metros), los romanos construyeron un campamento de unas cinco hectáreas. Fue protegido por defensas artificiales (aggeres) y de una anchura considerable. Poseía capacidad para albergar unos 3.000 hombres. “La presencia de este campamento junto al poblado astur constituye el primer indicio arqueológico directo de asedio al enclave indígena y de su posterior toma por las tropas romanas, bien por asalto, bien por rendición de sus defensores”, señala el estudio.

Pero no fue lo único que construyeron los romanos en su plan para tomar el oppidum. A menos de 200 metros de la ciudad fortificada, el sistema LiDAR ha hallado los restos de lo que podría ser un castellum de asedio, de una hectárea de extensión. Estaba protegido por una línea de defensa exterior y otra interna. A cubierto de ambas podían situarse unos 500 legionarios. ¿Su función? El lanzamiento de proyectiles utilizando máquinas, dada la escasa distancia que separaba ambos emplazamientos.

También es probable que, para el asalto final, los romanos construyeran un “caballón [camino] formado a base de tierra y piedras que subía zigzagueando por la ladera sur del oppidum. La estructura tenía una longitud de más de un kilómetro y desembocaba directamente en la muralla oriental de la parte principal del asentamiento”. Podría tratarse, creen los expertos, de una “obra de ingeniería militar romana destinada a asegurar el avance de tropas o máquinas de asedio, de tipo ariete”, aunque es algo que solo una intervención arqueológica sobre el terreno podrá confirmar.

Los arqueólogos sospechan que todo esto sucedió aproximadamente entre el 25 y el 22 a. C., ya que a finales de los años ochenta del siglo pasado se encontró una moneda acuñada en Emérita Augusta (actual Mérida) entre los años 25 y 23 a. C. y que se le pudo caer a un soldado de la guarnición que se estableció en el oppidum tras su toma. En la primera de esas fechas tuvo lugar la guerra propiamente dicha de Roma contra los astures, mientras que la segunda marca la de la última gran rebelión de ese pueblo, sofocada por el propio Carisio con la ayuda del también general Cayo Furnio.

En agosto de 1980 y en abril de 1987, respectivamente, se descubrieron dos importantes conjuntos de orfebrería prerromana dentro del yacimiento arqueológico, los conocidos como Tesoros de Arrabalde. Lo forman unas ochenta delicadas piezas de oro y plata, entre las que destacan brazaletes, sortijas, torques, fíbulas, joyas o broches, que se exhiben en el Museo de Zamora.

Los expertos creen que los habitantes de la ciudad los enterraron antes de que esta fuera tomada por los romanos, quienes también dejaron allí, además de desolación, unos cuantos denarios de plata y algunos objetos relacionados con actividades militares, muy probablemente pertenecientes al puesto de vigilancia legionario que quedó en el lugar tras su conquista y destrucción.


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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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