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Laraaji, a la trascendencia por la carcajada

El músico, padre del resucitado género de la ‘new age’, ofrece un concierto ‘online’ que mezcla comedia y meditación en La Casa Encendida

Actuación de Laraaji, en la Casa Encendida.
Miguel Ezquiaga Fernández

Este hombre enjuto trasciende la tridimensionalidad como si tal cosa. Laraaji, pseudónimo de Edward Larry Gordon (Filadelfia, 1943), practica una variante del yoga que, según su dogma, conduce al “sonido interior del universo”. Unas reverberaciones profundas que atrapan el cuerpo y marcan la pauta de su música, ejemplo de la primigenia new age.

El género se ha rehabilitado en los últimos años y Laraaji es su mesías resucitado. Actúa en grandes festivales, lo entrevistan en revistas de moda y sus directos se retransmiten en Boiler Room, la plataforma venerada dentro de la comunidad electrónica global. Pero él no olvida que sus melodías repetitivas e hipnóticas brillan con un fin espiritual. “Ayudan a estar en el presente, que se expande y siempre es novedoso. Mis notas permiten al oyente abandonar las distracciones de pensamientos futuros y celebrar el momento actual”, explica desde su apartamento en Harlem, donde ha grabado un recital para La Casa Encendida de Madrid, dentro del ciclo veraniego de La Terraza Magnética, dedicado hasta finales de agosto a las conexiones astrales. Se emitió por primera vez este sábado y ha quedado colgado en el YouTube de la institución.

Se trata de un espectáculo que durante tres cuartos de hora incentiva tanto la meditación como el carcajeo. Laraaji hace sonar sus instrumentos hindúes o tibetanos y conversa con una marioneta de verbo ininteligible. Entre medias, escupe aforismos que se han infiltrado en sus sueños durante años. “Se dice que la risa es la distancia más corta entre dos personas. Cuando reímos de verdad, nos encontramos más allá de fronteras y límites. La rigidez y la inflexibilidad se disuelven. Somos libres, incluso vulnerables”, concede, rodeado de tapices naranjas y vestido a juego. Sus cicerones del Áshram así lo recomiendan, porque “es un tono que impulsa la energía hacia la creatividad y la autorrealización”.

Antes de la monocromía, Laraaji estudió piano y composición en la Universidad de Howard, un centro tradicionalmente negro en Washington. Allí compartió pupitre con el cantante de soul Donny Hathaway. Y por primera vez escuchó un disco de Ahmad Jamal, el teclista de toque percusivo que hizo historia en el trío de piano de jazz y lo transformó a él. Esa elevada formación musical no le estorbó a la hora de probar suerte como humorista en Nueva York. Hasta que una tarde, después de varios monólogos fallidos de los que no extrajo propina alguna, Laraaji se vio obligado a empeñar su guitarra. “Una voz divina me dijo que no aceptara el dinero del tendero, que la cambiara por una cítara que colgaba de la ventana del local. Le hice caso y empecé a experimentar con ella”, rememora.

En los primeros compases de la década de los 70 no existía aún la new age, pero Laraaji comenzó a improvisar —”otra forma de centrarse en el presente”— con su nuevo instrumento de 36 cuerdas y cuyo origen radica en la Grecia clásica. Lo electrificó y tuneó hasta extraer de él todas sus posibilidades sonoras. “Me pasaba las horas tocando piezas que nunca tenían un final claro, solo me detenía por cansancio. De repente sentía que aquellos ritmos repetidos una y otra vez me ayudaban en la respiración; aliviaban la ansiedad y la tensión. ¿Cómo dejar de tocar cuando te hace sentir tan bien?”, se pregunta frente a la cámara con una amplia sonrisa que remata su perilla canosa de chivo.

“Las vidas negras importan, pero también la vida del universo. Me preocupa que este movimiento se quede en lo terrenal
Laraaji

Las calles de Nueva York fueron testigo de sus tanteos con la cítara. Ensayaba a la vista del público, al que ofrecía cintas de cassette que contenían grabaciones caseras de sus trances sonoros. Se ganaba la vida gracias al cobre que los paseantes arrojaban a un cesto mientras él tocaba con los ojos cerrados. Al abrirlos, una noche de calor húmedo en Washington Square Park halló la propuesta de Brian Eno. En una nota manuscrita, el productor inglés —miembro de Roxy Music y responsable del éxito de U2, John Cale o Ultravox— le preguntaba si querría sumarse a un nuevo proyecto que tenía en mente. Aquella idea resultó ser Ambient 3: Day of radiance (1980), tal vez el mejor compendio de new age.

Juntos firmaron una de las más sobresalientes páginas de la historia del género gracias a ese trabajo. “Brian puso mi música en el mapa. Me introdujo por primera vez en un estudio con micrófonos de alta calidad y efectos que sigo utilizando a día de hoy”, apunta Laraaji, evocando aquellos seis meses en “la cueva” del magnate del ambient. “Lo hizo muy fácil. Siempre estaba ahí, pero me dio mucha libertad de creación. Y sugirió un truco definitivo: sobregrabar mi cítara con el objetivo de alcanzar un sonido voluminoso”. En el disco, que dura casi 42 minutos, interviene también el dulcémele. La primera cara oscila entre la influencia del folclore irlandés y las reminiscencias arabescas. La segunda, sin embargo, está compuesta por varias pistas arrítmicas que inducen al sueño.

Esas divagaciones etéreas marcaron la carrera de Laraaji, que este mes publicará un disco de piano grabado en la iglesia de Brooklyn. “Es una vuelta a los orígenes”, observa. Al igual que su música, su ingenio místico parece tan abstraído como disperso. Cuando el alcalde de Nueva York decretó el lunes pasado el toque de queda, a fin de controlar la algarada por la muerte George Floyd, el maestro pensó que tendría más tiempo para meditar. “Las vidas negras importan, pero también la vida del universo. Me preocupa que este movimiento se quede en lo terrenal y no promueva la reconexión con el cosmos”, opina. Tamizada por unas cortinas anaranjadas, la luz penetra en su saloncito. Se diría que nada de lo que ocurra ahí fuera conseguirá perturbar la paz en su templo privado.

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