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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La cortina de psicosis

Parece que las amplias audiencias del arte están mucho mejor informadas que los gerentes de las grandes colecciones, que últimamente han mostrado actitudes no muy diferentes a los especuladores en el uso del arte como una forma de inversión

Restauración de 'La victoria de Samotracia' en el Louvre en 2013.
Restauración de 'La victoria de Samotracia' en el Louvre en 2013. FANTHOMME Hubert / Scoop / CONTACTO

Credibilidad e ilusión son dos aspectos fundamentales de nuestro sentido de la cultura. Los artistas, con su augusta actitud hacia el dinero y el poder, hace tiempo que renunciaron a convencernos de que los límites entre imagen y realidad eran difusos, intrascendentes. Es conocido el episodio que relata Plinio el Viejo sobre la apuesta entre dos pintores, Zeuxis y Parrasio (siglo V a. C.), para ver quién era el artista más grande. El primero pintó un racimo de uvas tan real que los pájaros intentaron picotearlas. Entonces le pidió a su oponente que descorriera la cortina de su pintura, a lo que este le replicó diciendo que la cortina era en sí la pintura. “Yo he engañado a los pájaros, pero Parrasio me ha engañado a mí”, concluyó un enfadado Zeuxis.

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El mito de los dos pintores revela algo que hace ya mucho tiempo detectó la clase política mundial, y es que a los seres humanos nos atrae lo que está oculto. Con la crisis mundial provocada por la covid-19, se tenía la convicción de que los museos debían abrir bajo mínimos, amplios de información y de sugerencias a través de sus canales virtuales, en el extremo opuesto de las estrategias de marketing global que obligaron a su expansión innecesaria, a endebles retrospectivas que se aguantan con hilos y papel de celo o a las de las grandes firmas que solo satisfacen a las salas de subastas.

Pero hay algo más peligroso que querer correr la cortina, y es la disociación, el distanciamiento de los hechos. Profundamente conscientes de la gravedad económica a la que se enfrentan, los directores de las pinacotecas no deberían asumir el papel de quien pinta un trampantojo para hacer ver que el arte (el museo) es el único reducto de credibilidad impermeable a la realidad. Lo hacen con esa lujuriosa relajación de político populista o en el peor de los casos de un mal periodista que no se entera de por dónde van los tiros.

Nadie quiere volver a ver los museos demencialmente abarrotados, y esta es una realidad

Parece que las amplias audiencias del arte están mucho mejor informadas que los gerentes de las grandes colecciones, que últimamente han mostrado actitudes no muy diferentes a los especuladores en el uso del arte como una forma de inversión. Nadie quiere volver a ver los museos demencialmente abarrotados, y esta es una realidad. La pandemia ha servido para correr la cortina, pero ahí está psyco, el director de museo que no sabe si es una madre paciente esperando a recibir en su hotel a los miles de turistas o un alma en pena aislado en su propio mundo.

No es la credibilidad sino la confianza, el verdadero artefacto cultural que le espera a la sociedad, y este es el gancho, un gancho mucho más sorprendente y valioso que cualquier Victoria de Samotracia o la Mona Lisa rodeada de tropecientos mil turistas.

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