Citar o no citar, esa es la cuestión
Creadores, entidades de gestión y expertos analizan dónde termina el derecho a utilizar la obra de otro para crear una propia
El plagio era, en una época anterior a la imposición del original, una manera de reivindicar a tu maestro. Es decir, una práctica común a través de la cual el discípulo dejaba bien claro de dónde procedía su arte. Plagiar no era considerado entonces un agravio sino todo lo contrario: el reconocimiento de la valía de aquel del que procedíamos como artistas. La cosa cambió, sin embargo, a finales del siglo XVII y principios del XVIII cuando, como indica el abogado Ignacio Temiño, experto en plagio, se primó el original frente a cualquier tipo de copia, y afloraron los derechos de autor. Desde entonces, la persecución de aquel que incurre en la copia de parte de la obra de otro ha ido perfeccionándose hasta el punto de que hoy en día existen programas antiplagio que detectan, informáticamente, cualquier posible desliz intencionado, para tranquilidad de los autores de obra original.
“El plagio cabrea muchísimo. Han llegado a mi despacho personas con las tripas rotas. El daño moral es enorme, y difícil de sanar, porque te sientes violado en tu creación, y no hay consuelo, a menos que exista algún tipo de petición de perdón pública”, dice Temiño, quien dedicó su tesis al plagio, y ha trabajado para Cedro, la asociación de autores y editores que se encarga de gestionar sus derechos. Carme Riera, escritora y académica, la dirigió durante cuatro años – entre 2015 y 2019 –, y en el asunto del plagio distingue entre la cita intertextual y el plagio descarado. “El derecho a no citar termina cuando la cita deja de ser popularmente reconocible. Si yo digo: ‘Siempre nos quedará París’ todo el mundo sabe de qué estoy hablando. Es lo que se llama una cita intertextual. Lo otro, el plagio, es terrible”, dice.
Sabe de lo que habla. En algún momento en el que aún había pesetas en circulación, se encontraba un día en la sala de espera del dentista y ojeando una revista se topó con un relato suyo que firmaba otra mujer. Había ganado un concurso. “Llamé a la revista y les dije que aquel cuento era mío y que estaba publicado en un libro. Les envié el libro. Me pidieron perdón, y le retiraron el premio a aquella chica, que lo único que alegó fue que creía que podía cambiarles el nombre a los protagonistas y hacer que el cuento así fuese un cuento nuevo. Yo no daba crédito”, recuerda la escritora, que no entiende por qué no se respeta la propiedad intelectual. “De la misma forma que respetamos una toalla en la playa deberíamos respetar la obra de otro, me parece de cajón”, dice. “No se actúa lo suficiente en España, ni contra la piratería ni contra el plagio”, añade.
El plagio cabrea muchísimo. Han llegado a mi despacho personas con las tripas rotas. El daño moral es enorme, y difícil de sanar, porque te sientes violado en tu creación, y no hay consuelo, a menos que exista algún tipo de petición de perdón públicaIgnacio Temiño
De la misma opinión es Lorenzo Silva. El creador de los investigadores Bevilacqua y Chamorro anda estos días corrigiendo su diario de confinamiento y pidiendo permiso para citar a los autores a los que menciona y sabe lo de que habla. “Me parece increíble que los profesores puedan citar páginas enteras de mi novela, y yo tenga que parafrasear a Leonard Cohen porque no puedo permitirme comprarle los derechos de cuatro versos”, dice, poco después de señalar, como Riera, que pese a que el control es exhaustivo en lo que a las citas se refiere, “al día siguiente de publicarse mi novela, puede descargarse pirateada en 20 sitios y no pasa nada”. “Si uno cita la obra de otro sin autorización, la reproducción es igualmente ilícita, aunque lo es doblemente cuando ni siquiera se cita porque el que la roba se otorga el derecho de paternidad de la obra”, dice Temiño.
Para Agustín Fernández Mallo, que hizo frente a una demanda de María Kodama por utilizar, en opinión de la viuda de Jorge Luis Borges, ilícitamente una obra del escritor para crear una obra propia, la ley “es demasiado simplista y que no recoge la complejidad del asunto”. “Creo que lo respetuoso es citar las fuentes, el problema está en determinar la línea a partir de la cual es necesario hacerlo. Todos y todas tomamos cosas de otros textos, frases, ideas, que luego rehacemos y combinamos con los nuestros. Es la misma esencia de la literatura, nadie crea desde la nada. La poesía es un caso clarísimo, en un pomeario nadie detalla las reelaboraciones de versos ajenos, sería imposible”, dice. Para Fernández Mallo, que alguien diga ‘En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme’ debería ser tan penalizable o no como que citase “un párrafo de un libro mucho menos conocido” porque “son la misma cosa”.
Pero si hay un escritor en cuya obra las citas sean fundamentales, porque en muchos casos se dedica a reelaborarlas o jugar con la idea misma de que su existencia ha cambiado las cosas, es Enrique Vila-Matas. “El fin que persigo al escribir es el de la conservación de la Biblioteca universal, por ejemplo, el mantenimiento del diálogo con los difuntos, que decía Quevedo. Georges Perec ya dijo en 1965 que la literatura se encaminaba hacia un arte de las citas, un arte que forzosamente tenía que ser progresista, puesto que el artista citador tomaría en todo momento como punto de partida algo que hubiera representado un logro para nuestros predecesores”, dice el escritor. Pero siempre, en todo caso, se habla de citar. Al no hacerlo, dice el abogado Temiño, “estás robándonos a todos, porque vendes como propio algo que no es tuyo, y cobras unos derechos de autor que no te corresponden, y al que engañas es también al lector, espectador o seguidor.
¿Puede la SGAE abrirle expediente a Bunbury?
Para Ignacio Temiño, en el caso Bunbury – el de la excesiva similitud entre una enorme cantidad de los versos de sus canciones y versos de poetas y escritores – “hay elementos de preocupación desde el punto de vista legal”. Lo que pasa es que “como ha hecho un collage lo que hay son muchos afectados pero ninguno violentado”. Lo que podría ocurrir, en su opinión, de demostrarse el plagio, es que la SGAE le abriese un expediente de investigación y “de decidir que la obra no es original” podrían “dejar de liquidársele los derechos de autor” y que ésta pasase a ser de dominio público. Aunque, según fuentes de la SGAE, para abrir un expediente "primero debería existir una reclamación por parte de uno de los agraviados y ponerse en marcha un proceso judicial que lo acreditase". De no llegar nunca esa reclamación ni el proceso judicial, el músico estaría blindado. “El plagio tiene un origen ético. La propia palabra significa 'robar los esclavos ajenos'. Es completamente reprochable, pero hay en nuestro país poquísima cultura del respeto y poco castigo público a quienes lo perpetran”, concluye el abogado.
Babelia
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